Sábado, 6. 36 h, Manhattan
Se hallaban en un país muy caluroso, en una gran cama con un dosel de donde colgaba una enorme mosquitera. Era la suite de un viejo hotel colonial. Llegaban sonidos de la calle: bocinazos y las voces de los mercaderes. Un mosquito zumbaba perezosamente. Era por la tarde, y él y Beth estaban haciendo el amor apasionadamente, con los cuerpos bañados en sudor.
El corazón de Will dio un brinco al despertar bruscamente del sueño. Miró a su alrededor y lo único que vio fue una cama estrecha y vacía; solo que no era una cama propiamente dicha. Se había quedado dormido en el estudio de TC, en su sofá de terciopelo rojo. Había otra cama plegable en un rincón, tras una separación, que según le había dicho era para cuando se quedaba trabajando hasta tarde.
Instintivamente, Will buscó la Blackberry. No tenía más noticias de los secuestradores. Había dos mensajes de Harden rogándole que se pusiera en contacto con él y diciéndole lo preocupado que estaba. Su teléfono no funcionaba. Seguramente se había quedado sin batería mientras estaba en casa de Tom.
Fue sigilosamente hasta la mesa de trabajo de TC y comprobó con alivio que ella tenía el mismo modelo de móvil que él.
En alguna parte tenía que haber un cargador. Mientras lo buscaba, vio el cuaderno de la noche anterior; le dio la vuelta y vio que TC no había anotado nada en él, sino que había hecho un complicado garabato que formaba una figura geométrica: diversos círculos unidos por líneas rectas, como uno de esos diagramas moleculares. ¿Acaso TC también era experta en química? A Will no le habría sorprendido.
La visión de aquellas figuras lo devolvió de golpe a la principal y más sorprendente revelación de la noche anterior: ¡el Rebbe estaba muerto! A pesar de las fotos que aparecían por todas las paredes de Crown Heights, de las páginas web con su imagen, de las constantes referencias a su persona hechas en presente y del fervor manifestado ante su trono, TC había sido tajante al asegurar que el gran rabino de la secta hasídica, el Rebbe, se hallaba a dos metros bajo tierra.
Había fallecido hacía dos años, mientras dormía, y sumió a toda su comunidad y a los miles de seguidores que tenía repartidos por todo el mundo en la más completa desdicha. En los últimos años de su vida, se había extendido la creencia de que el Rebbe no solo era un líder extraordinario, sino algo más.
– El judaísmo sostiene que en cada generación habita una persona que puede ser candidata a convertirse en el Mesías -le había explicado TC-. Eso no significa que lo sea, pero si Dios hubiera decidido que había llegado el momento, entonces, esa persona, ese candidato, sería el elegido y revelado como el Moshiach.
– ¿Y así fue como empezaron a creer que el Rebbe era el candidato?
– Exactamente. Así empezó. Al principio era candidato por su edad, pero luego las cosas se complicaron. La gente empezó a decir que no se trataba de una posibilidad remota o abstracta, sino que los días del mesianismo eran inminentes, que el momento se acercaba. Si quieres que te diga la verdad, creo que el Rebbe alentó todo eso y que atizó el fervor de sus seguidores.
– ¿Qué pasó? ¿Le dio por ponerse egocéntrico?
– No sé si fue eso. Era un hombre esencialmente humilde, vivía con discreción en unas espartanas habitaciones de Crown Heights. Después de la muerte de su esposa se confinó y se dedicó al estudio. Dormía allí, pero poco, solo un par de horas; el resto del tiempo lo pasaba con la luz encendida, trabajando. Principalmente dictaba cartas y ofrecía consejo a sus seguidores, que tenía repartidos por todo el mundo. Debes comprender que hablamos de una organización que mueve millones de dólares. Tiene centros en todas las ciudades del mundo, incluso en los lugares más remotos, donde no hay casi judíos, solo por si algún viajero judío siente la necesidad de tomar una comida de Sabbat. Aquel hombre decía a sus emisarios: «Se os necesita en Groenlandia», y ellos se iban a Groenlandia. El Rebbe era como una especie de cruce entre el presidente ejecutivo de una multinacional y el comandante de un ejército revolucionario. -TC sonrió-. Era Bill Gates y el Che Guevara en uno solo, y eso que tenía noventa y tantos años.
Will imaginó a un arrugado anciano de barba blanca. Un improbable revolucionario.
– El caso es que entonces murió, y la mayoría de la gente asumió que su desaparición era el final de todo aquello. Al fin y al cabo, si había muerto no podía ser el Mesías, ¿no?
– Supongo que no.
– Pues te equivocas. Sus más devotos seguidores empezaron a acampar frente a su tumba, y cuando la gente les preguntaba qué hacían, ellos contestaban que esperaban. Querían estar listos para dar la bienvenida al Rebbe en el momento en que se levantara de entre los muertos.
– ¿Estás segura de que esos tipos no eran cristianos?
– Lo sé. Suena raro, ¿verdad? Lo cierto es que hay un gran debate en torno a todo esto. Hay muchos judíos que dicen que Crown Heights se está apartando del judaísmo y se está convirtiendo en otro tipo de fe. Argumentan que el cristianismo fue en sus inicios una forma de judaísmo que creía que el Mesías había llegado. En estos momentos, la comunidad de Crown Heights está recorriendo exactamente el mismo camino.
– La diferencia es que ellos siguen esperando. De todas maneras, los cristianos también siguen esperando la segunda venida. Todos esperan.
– En el caso del grupo que nos ocupa, desde luego. Esperan que su líder se revele a sí mismo, que se levante de entre los muertos y les diga que todo va a ir bien.
– Te lo tomas un poco a broma, ¿no?
– Más o menos. Verás, hablando desde un punto de vista teológico, puede que tengan razón. Es cierto que el judaísmo dice que en la era mesiánica los muertos volverán a la vida, y en ninguna parte está escrito que el Mesías no pueda ser uno de ellos, ya sabes, uno de los muertos. Por lo tanto, puede que estén en lo cierto. Yo no lo sé, lo que sí sé es que me produce cierta tristeza. Es como si esa gente fuera un grupo de chiquillos que se han quedado sin padre o algo parecido. Como diría un terapeuta: «Duelen».
Will intentó resumir el relato de TC: un culto de gentes traumatizadas por la pérdida de su líder, que se agitaban en un furioso frenesí todos los viernes por la noche -junto con la panda de sicarios que había estado a punto de matarlo hacía unas horas- para invocarlo y que regresara de entre los difuntos. Le costó sentir simpatía por ellos.
– ¿Cómo es que sabes tanto de esa gente?
– Leo los periódicos -repuso ella rápidamente en tono de reprimenda-. Todo esto ha salido en The Times.
Will se maldijo. Con tantas prisas por marcharse de casa de Tom había olvidado buscar en Google el asunto que le habría revelado todo lo que necesitaba saber, entre otras cosas, que el Rebbe había muerto. Peor aún era pensar que, tal como le había dicho TC, la historia había aparecido en la prensa, y él la había pasado por alto porque las noticias sobre chiflados religiosos le parecían irrelevantes.
Todo eso había ocurrido la noche anterior. Lo positivo de aquella mañana se produjo cuando por fin encontró el cargador del móvil cerca de la cafetera. Lo conectó y su teléfono cobró vida silenciosamente. (Siempre lo tenía en modo silencioso porque no sabía en qué momento podía importunarlo un desagradable aviso electrónico.) Los mensajes de voz aparecieron primero: cuatro de su padre; tres, cada vez más sarcásticos, de Harden. En el último le decía: «Será mejor que andes detrás de una historia tan buena que me haga ganar el Pulitzer por publicarla». Y añadía que Will regresaría a Oxford en el primer barco si no se ponía en contacto de inmediato con la redacción del periódico. Will se saltó los dos siguientes por irrelevantes.
A continuación, aparecieron los mensajes de texto: uno de Tom, que le deseaba buena suerte.
Y entonces:
FOOT RUNS. B GATES.
Pulsó el botón de «Detalles», pero no consiguió nada. En lugar del número de la persona que había llamado, aparecía: «Número privado». En cuanto al momento, el aparato solo indicaba la hora, el minuto y el segundo en que había sido conectado. Will no tenía idea de quién había enviado aquel mensaje ni cuándo lo había hecho. Teniendo en cuenta que el significado era totalmente impenetrable, seguía con las manos vacías.
En ese instante, TC salió de su improvisado dormitorio estirándose y bostezando. Incluso vestida con unos calzoncillos cortos de hombre y una camiseta tenía un aspecto sugerente. El aro de su ombligo era claramente visible. Will notó un cosquilleo en la entrepierna y una punzada de culpabilidad en la conciencia. Desear a una ex novia resultaba deplorable en cualquier circunstancia, pero hacerlo cuando tu esposa había sido secuestrada y su vida corría peligro era despreciable. Saludó a TC con un leve gesto de cabeza, volvió a observar el móvil y se lo metió en el bolsillo, como si así lograra interrumpir, antes de que fuera demasiado tarde, el flujo de sangre que amenazaba con convertirse en una erección.
Para su alivio, TC guardaba algo de ropa tras la mampara y desapareció para ponérsela. Cuando volvió a salir, Will le enseñó el móvil.
– Y ahora esto -le dijo.
Ella buscó sus gafas; era demasiado temprano para las lentillas.
– Hummm… -masculló mientras leía el mensaje.
Will le contó lo que había intentado averiguar.
– Supongo que debe de ser de ellos, de los hasidim. Seguramente consiguieron mi número cuando registraron mi bolsa.
– No. No habrían hecho algo así, porque supondría infringir las normas del Sabbat. Por la misma razón tampoco te habrían enviado un mensaje. Ambas cosas son una violación del Sabbat.
– ¿Ah, sí? Pero supongo que intentar ahogar a un inocente está permitido, ¿no?
– Técnicamente, sí. No utilizaron electricidad, ni hicieron fuego. No escribieron nada ni utilizaron maquinaria alguna.
– O sea, que lo que me hicieron estaba perfectamente de acuerdo con la ley judía.
– Vamos, Will, no me lo pongas difícil. Yo no he inventado esas normas. Lo único que te estoy diciendo es que esa gente solo quebrantaría el Sabbat si no tuviera otra alternativa, y por el momento es algo que han evitado hacer.
– ¿Y qué me dices del pikuach nefesh, ya sabes, de salvar un alma?
– Tienes razón: si creyeran que está justificado, lo harían. De acuerdo, pueden haber sido ellos. ¿Qué quiere decir?
– Como si lo supiera… Pero me estaba preguntando si «Foot», «pie», quiere decir «final» o «conclusión». Ya sabes, tal como me dijiste, «Rosh Hashana» significa literalmente «cabeza del año», quizá «pie» sea el final. -Will sonrió, esperanzado, igual que el pupilo que espera una alabanza, pero TC no sonrió.
– ¿Y «runs», «corre»?
– No sé. Puede que signifique que sigue adelante, que funciona o que el final se acerca. Puede que «foot runs» sea una forma de decir en código que la operación está tocando a su fin, y lo de «B Gates» sea solo una manera de firmar, no sé, como podría ser Mickey Mouse.
TC no se inmutó. Se limitó a coger el teléfono y llevárselo al diván, donde se sentó y lo estudió.
– ¿Puedes pasarme el cuaderno y un bolígrafo?
Will se instaló al lado de ella para poder ver qué hacía; de inmediato se sintió incómodo con la pierna de TC tan cerca de la suya. Ella escribía un nuevo mensaje:
GPPU SVOT
– Bueno, este no funciona. Probemos de la otra manera.
ENNS QTMR
– Y este tampoco -comentó, más intrigada que contrariada.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Will.
– Es un sistema de descodificación para aficionados, donde cada letra es en realidad la que le sigue o la que le precede. De este modo, «foot» es «GPPU» O «ENNS», lo cual significa que ninguno de esos dos códigos funciona. Probemos con otro.
TC empezó a escribir muy deprisa todo el alfabeto. Luego, debajo, lo repitió a la inversa, de modo que bajo A, B, C aparecía Z, Y, X.
A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
Z Y X W V U T S R Q P O N M L K J I H G F E D C A B
– Ahora podemos ver a qué letra correspondería y qué nos da. -Siguió la línea con el dedo y anotó: «ULLG IFMH».
– ¡Mierda! -exclamó Will-. Me estoy cansando de estos malditos jueguecitos. ¿Qué coño significa esto?
– No estamos pensando con lógica. No hay mucha gente que envíe mensajes como este por teléfono.
– Los ingleses lo hacen.
– Sí, pero la mayoría de los estadounidenses no. Además, habría sido igual de fácil que se comunicaran a través del correo electrónico, y sin embargo no lo han hecho. ¿Por qué?
– Porque saben que podemos rastrear sus correos. Supongo que habrán deducido que averigüé quiénes eran a través del último que enviaron.
– Seguro, pero desde su punto de vista no creo que sea negativo. Puede que quisieran que supieras que el mensaje procedía de ellos. No. Creo que por alguna razón han escogido un método distinto. ¿Puedes pasarme tu móvil?
Lo cogió rápidamente; enseguida encontró el programa de mensajes y empezó a teclear con los pulgares. Will tuvo que acercarse todavía más para ver qué hacía. Olió el perfume de su cabello y tuvo que hacer un esfuerzo para no inhalar profundamente: en un abrir y cerrar de ojos, aquel aroma lo devolvió a las largas tardes que habían pasado juntos.
Y eso a su vez despertó otro recuerdo, el del perfume de Beth. Cuando más le gustaba era cuando era fuerte, como cuando se vestía para salir por la noche. En ese momento poco le importaba que ella estuviera impecable, siempre le entraban ganas de desnudarla y disfrutar de ella allí mismo. Luego, en la fiesta, solía mirarla e indicarle el reloj porque quería volver a casa lo antes posible. De repente, lo invadieron recuerdos de Beth y TC, recuerdos que lo excitaban, y se sintió confuso.
TC estaba tecleando la palabra «pie». Sus dedos buscaron la tecla «*». La pulsó dos veces, y una sonrisa empezó a dibujarse en su cara. La pantalla del móvil cambió y mostró la palabra «foot»; luego, «font»; luego, «don't»; luego, «enou»; luego, «donu», y, finalmente, «ennu» antes de volver a «foot». TC anotó la palabra «don't»: «no».
A continuación tecleó «corre», y aparecieron las palabras «sums», «suns», «puns», «stop», «rump», «sump»; las fue anotando.
– Ya está -dijo con la satisfacción de una colegiala aplicada que hubiera resuelto un problema de álgebra en un tiempo récord. Las dos palabras sin sentido «foot runs» se habían convertido en un mensaje de ánimo: «don't stop», «no te detengas».
Will se dio cuenta de que no se trataba de ningún código, sino simplemente de la utilización del lenguaje predictivo que ofrecían muchos móviles. Cada vez que se tecleaba una palabra, el aparato ofrecía distintas alternativas utilizando la misma combinación de botones. Se presionaban las teclas 3, 6, 6, 8 para decir «foot», pero quizá se había pretendido decir «don't», de manera que la función presentaba oportunamente esa opción. Quien hubiera enviado aquel mensaje había descubierto una nueva e ingeniosa manera de utilizar esa función.
La satisfacción por el astuto trabajo de TC no duró mucho. Cierto, habían descifrado el mensaje, pero su significado solo estaba parcialmente claro y seguían sin saber quién lo había enviado.
– ¿Y quién demonios es B Gates?
– Echemos un vistazo -dijo TC cogiendo el teléfono de nuevo-. Bueno, «B» podría ser «C» o «A». -Tecleó la palabra «gates»-. Y esto podría ser «hates», «odia», o «haves», «tiene», o «hater», «que odia».
– ¿Y qué puede significar eso? -preguntó Will-. ¿Y si fuera «B haves» como «behave», «comportarse»?
– O también podría ser lo contrario de «que odia» -comentó TC, súbitamente animada.
– ¿Lo contrario?
– Sí, lo opuesto a alguien que odia es un amigo.
– Pero no dice nada de eso. Es solo «gates», «haves» o «hates».
– O también «haver», que en hebreo significa «amigo». Creo que «B Gates» es un «haver», un amigo, y que el mensaje dice: «No te detengas. Un amigo».
– TC se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación-. ¿Quién podría desear animarte para que prosiguieras? ¿Quién podría pensar que existe la posibilidad de que puedas abandonar?
– Las únicas personas que saben algo de todo esto sois tú, mi padre, Tom y los hasidim.
– ¿Estás seguro de que no hay nadie más? ¿Nadie que esté al tanto de lo que está pasando?
Will pensó en Harden y en el periódico. Tarde o temprano tendría que hacer algo respecto a eso.
– No. Nadie lo sabe. Y puesto que ni tú ni Tom ni mi padre necesitáis poneros en contacto conmigo de forma anónima, solo nos quedan los hasidim. Creo que es posible que estemos ante una grieta.
– ¿Qué quieres decir?
Will disfrutó de la novedad de que TC fuera un paso por detrás de él. La política nunca había sido su fuerte.
– Una grieta, una grieta en las filas del enemigo. La única persona que podría haber enviado este mensaje es alguien que oyó cómo el Rebbe, me refiero al rabino con el que hablé anoche, me dijo que me mantuviera al margen. Debe de haber alguien que no quiere que siga ese consejo, alguien que no está de acuerdo con lo que ese rabino está haciendo. Es ese «alguien» quien no quiere que lo deje. Y creo que sé quién es.