Sábado, 20.10 h, Manhattan
Apenas tenía tiempo para discutirlo con TC. Will tecleó furiosamente y contestó aquel mensaje al instante:
Podría llamar a la policía ahora mismo. ¿Qué puedo perder?
Esperó. Entretanto, TC se quedó sentada frente a él, hecha un ovillo y meciéndose adelante y atrás. Will se preguntó si alguna vez la había visto en aquella postura que, sin duda debido a los nervios, parecía casi fetal. La clientela del McDonalds había cambiado, y los pobres y los mendigos habían sido reemplazados por jóvenes que se disponían a comer algo antes de empezar el recorrido por los bares.
La luz roja de la Blackberry se encendió:
TIENE MUCHO QUE PERDER. PODRÍA PERDERLA A ELLA.
De nuevo, Will no se entretuvo. Supo que aquello era lo que había deseado desde el primer mensaje: un enfrentamiento directo con los secuestradores. La noche anterior, cuando se encontró con ellos, él fingió ser otra persona, se esforzó por comportarse educadamente; pero en esos momentos ya no estaba en su terreno y podía enfrentarse a ellos.
Si le ponen la mano encima serán culpables de dos crímenes. Mi declaración los hundirá. Suéltenla o empezaré a crucificarlos.
Will tardó más que la vez anterior en recibir respuesta, y el tiempo transcurrió terriblemente despacio. La luz roja volvió a brillar, y Will manipuló la pequeña máquina azul:
Medicamentos sin receta. Nosotros cumplimos.
Un spam.
Pasaron unos minutos más y:
LLAME AHORA AL 718-943-7770. NO UTILICE GRABADORA
PORQUE, SI LO INTENTA, LO SABREMOS.
Will imaginó lo que estaría ocurriendo al otro extremo de la línea. Sin duda, uno de los matones, Moshe Menachem o Tzvi Yehuda, estaría en el Internet Hot Spot, leyendo y escribiendo los correos electrónicos, obedeciendo las órdenes de su jefe, que estaría al otro lado del teléfono. En ese momento, el jefe quería decir algo que no deseaba enviar por e-mail, incluso mediante uno tan disimulado como aquel.
«Bien», se dijo Will notando que su oponente aflojaba un poco. Miró a TC, que había dejado de morderse las uñas y la había emprendido con la cutícula. Sacó el móvil y marcó el número lentamente, como si estuviera llevando a cabo una operación quirúrgica. Le temblaban las manos. Se dio cuenta de que aquel hombre lo asustaba.
El teléfono solo sonó una vez. Will notó que alguien había descolgado, pero nadie habló. Tendría que dar el primer paso.
– Soy Will Monroe -dijo-. Me ha dicho que lo llamara.
– Sí, Will, eso he hecho. Primero, permita que me disculpe por lo ocurrido ayer. Se trató de un lamentable error de identidad por nuestra parte, pero al que usted aportó su granito de arena al cometer la equivocación de hacerse pasar por otra persona. -Will se preguntó si se suponía que debía reír por aquel juego de palabras, pero se abstuvo-. Creo que es oportuno que hablemos de la situación en que nos encontramos.
– ¡Acierta usted jodidamente de lleno al decir que tenemos que hablar, porque tiene que devolverme a mi mujer si no quiere que lo implique en un doble asesinato!
– Tranquilícese, señor Monroe.
– No estoy nada tranquilo, señor rabino. Ayer estuvo usted a punto de matarme y ha secuestrado a mi mujer sin razón aparente. El único motivo por el que todavía no he acudido a la policía es por su amenaza de matarla, pero ahora puedo ir a ver a las autoridades y confirmarles que es usted culpable de lo de Bangkok y decirles que ya ha secuestrado a una mujer aquí mismo, en Nueva York. Si usted mata a mi esposa, lo único que conseguirá es añadir otro delito a su lista. -Will estaba contento de cómo le había salido: le parecía más coherente de lo esperado.
– De acuerdo. Voy a hacer un trato con usted. Si no dice nada y no habla con nadie, haremos todo lo que podamos para mantener a Beth con vida.
«Beth.» La palabra le sonó extraña proviniendo de una voz de barítono como aquella; su timbre solo se había alterado mínimamente por el auricular.
– ¿A qué se refiere cuando dice que harán todo lo que puedan? ¿Quién más hay ahí? Ya que lo ha hecho usted, suya es la responsabilidad. ¿Me garantiza o no la seguridad de mi mujer? -Aquella frase, que no había planificado, hizo que se le ocurriera una idea que expresó en voz alta incluso antes de que estuviera plenamente formada-: Quiero hablar con mi esposa.
– Lo siento.
– ¡Quiero hablar con ella ahora! ¡Quiero escuchar su voz como demostración de que sigue a salvo y con vida!
– No creo que sea buena idea.
– No importa lo que usted crea. Quiero hablar con ella, de lo contrario estaré encantado de ir a la policía.
– Puede tardar un rato.
– Pues volveré a llamarlo dentro de cinco minutos.
Will colgó y dejó escapar un suspiro como si hubiera estado conteniendo el aliento. Notaba cómo la sangre latía en sus sienes. Su firmeza no solo lo había sorprendido, sino que parecía haber dado resultado. El rabino no se había negado.
Contó los minutos mientras miraba cómo el segundero de su reloj recorría la esfera. TC no decía nada.
Pasó un minuto. Dos. Will notó una punzada de dolor en la frente. Sus músculos llevaban tanto tiempo contraídos que le dolían. La capucha de plástico del bolígrafo que había estado mordisqueando se desmenuzó en su boca.
Habían transcurrido cuatro minutos. Se puso en pie y se estiró mientras movía la cabeza a un lado y a otro, haciendo crujir el cuello sonoramente. Miró el móvil. Cuando se cumplieron cuatro minutos y cincuenta segundos desde que había colgado, volvió a marcar.
– Soy Will Monroe. Déjenme hablar con ella.
No se oyó ninguna respuesta, solo unos ruidos, como si la llamada estuviera siendo transferida. Se escuchó una respiración y…
– ¿Will? ¿Will? ¡Soy Beth!
– ¡Beth! ¡Gracias a Dios que eres tú! ¿Estás bien, amor mío? ¿Estás herida?
Se hizo el silencio y sonaron más ruidos.
– Me temo que he tenido que cortar la comunicación, señor Monroe; pero, ahora que ha escuchado-su voz, ya sabe que está…
– ¡Por amor de Dios! ¡Apenas nos ha dejado un segundo!
Will descargó un puñetazo en la mesa; TC retrocedió, asustada. Él mismo se sentía llevado por la emoción. ¡Durante menos de un segundo había experimentado tal sensación de alivio, tanta alegría! Había oído la voz de Beth. No cabía duda. Solo por escucharla le temblaban las piernas. Y entonces había desaparecido, interrumpida antes de que hubiera tenido tiempo siquiera de decirle que la amaba.
– No podía arriesgarme más tiempo. Lo siento de verdad, pero he hecho lo que me ha pedido: ha tenido la oportunidad de escuchar la voz de su mujer.
– Pues ahora tiene que prometerme que no va a ocurrirle nada.
– Will, ya intenté explicárselo anoche. Este asunto no está enteramente en nuestras manos. Ni en las mías ni en las suyas. Hay en juego fuerzas muy superiores. Esto es algo que la humanidad ha temido durante milenios.
– ¿De qué demonios está hablando?
– No lo culpo por no entenderlo. Pocos podrían, y esa es la razón de que no podamos explicarlo a la policía a pesar de que lo deseemos. Sin duda no lo entenderían. Por alguna razón, HaShem lo ha dejado en nuestras manos para que lo resolvamos.
– ¿Cómo sé que no me está engañando con la finalidad de que no hable? ¿Cómo sé que no planea asesinar a mi esposa igual que han matado a ese tipo de Bangkok?
Se hizo una pausa.
– ¡Ah! -exclamó la voz al cabo de un momento-, nada me causa más tristeza que lo sucedido allí. Cualquier corazón judío llorará amargamente por esa desgracia. -Volvió a hacerse el silencio, y Will esperó a que su interlocutor lo llenara-.Voy a correr un riesgo, señor Monroe. Espero que lo interprete como lo que es en realidad, un gesto de buena voluntad por mi parte: voy a hacerle partícipe de un secreto que podría utilizar fácilmente en mi contra. Al revelárselo le estaré demostrando mi confianza. Como resultado, espero que se muestre más dispuesto a confiar en mí. ¿Lo ha entendido?
– Lo he entendido.
– Lo ocurrido en Bangkok ha sido un accidente. Es cierto que queríamos mantener custodiado al señor Samak, del misino modo que retenemos a su esposa, pero en ningún caso era nuestra intención matarlo. ¡Dios no lo quisiera!
TC se había situado al lado de Will y apretó la oreja contra el móvil.
– Lo que no sabíamos -prosiguió la voz-, lo que no había forma de saber, era que el señor Samak sufría del corazón. ¡Un hombre tan fuerte y con un corazón tan delicado! Los pasos que tuvimos que dar para someterlo a nuestra custodia fueron… Me temo que fueron más de lo que pudo aguantar.
Durante un breve instante, Will pensó como lo haría un periodista: acababa de conseguir una confesión de ese hombre. No de asesinato, pero puede que sí de homicidio. En un arranque de orgullo profesional, Will supuso que ni los mejores de The New York Times habrían conseguido nada igual tras horas de interrogatorio.
– Eso fue lo que ocurrió, señor Monroe, aunque le sorprenda escucharlo. Sepa que, hasta el momento, en todos nuestros encuentros no he hecho más que contarle la verdad. Repito que he asumido un gran riesgo al hablarle con tanta franqueza, pero algo me dice que interpretará mi gesto correctamente y no me rechazará. Yo he confiado en usted, y espero que usted confíe en mí. Hágalo por sus propias razones, Will. Hágalo porque le he dicho que haré lo posible por mantener con vida a su esposa, pero hágalo también por lo que le dije ayer y lo que acabo de repetirle: lo que está aconteciendo es una historia muy antigua cuyo desenlace la humanidad ha temido durante siglos. Su esposa es importante para usted, señor Monroe, desde luego que lo es, pero el mundo, la creación del Todopoderoso es importante para mí.
Le llegó entonces el turno al rabino de dejar que fuera Will quien llenara el silencio. Este se dio cuenta, pero no pudo contenerse.
– ¿Qué me está pidiendo que haga?
– Que no haga nada, señor Monroe. Nada en absoluto. Que se mantenga fuera de este asunto y que tenga paciencia. Faltan pocos días; entonces sabremos qué destino nos aguarda. Por lo tanto, a pesar de lo desesperado que pueda estar por ver a Beth, le ruego que espere. Confío en que hará lo correcto, Will. Buenas noches. Que la gracia de Dios nos ilumine.
La comunicación se cortó y Will miró a TC, que parecía temblar con él.
– Después de lo que hemos hablado -comentó ella-, se me hace tan extraño escuchar la voz de ese hombre…
Will había anotado la conversación con el rabino mientras hablaba para que entre él y TC pudieran desentrañar sus posibles significados. No obstante, lo más sorprendente había sido el tono. Si Will hubiera tenido que resumir la conversación ante Harden, ese habría sido su titular: el rabino le había parecido conciliador, pero también algo más; casi arrepentido.
El silencio no duró mucho. El móvil de Will tenía más mensajes que entregar:
UNA CADENA ES TAN FUERTE COMO SU ESLABÓN MÁS DÉBIL.
Y un instante después:
SEGURIDAD EN LOS NÚMEROS. NO MÁS.
Will los leyó, deteniéndose cuando TC le pidió alguna aclaración sobre la puntuación de la frase. Will le contestó que había dos puntos, uno seguido y otro final. ¿Estaba seguro? Sí, lo estaba. Le costaba concentrarse. Seguía oyendo la voz de Beth: «¡Will! ¡Will! ¡Soy Beth!».
– De acuerdo -dijo TC-, supongamos que lo que dice va en serio, que no habrá más mensajes. Este es el lote completo.
Ante ella, extendidos sobre la mesa, había diez rectángulos de papel. Escritos en cada uno de ellos figuraban los últimos mensajes.
Aquel que vacila está perdido.
Quien nada sabe de nada duda.
Las oportunidades rara vez se presentan dos veces.
Un amigo en apuros es un amigo de verdad.
Al vencedor, los despojos.
La bondad es mejor que la belleza.
A un hombre se le conoce por sus compañías.
Los grandes robles crecen de pequeñas bellotas.
Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.
Seguridad en los números. No más.
TC los miraba fijamente, con el cuaderno en el regazo, examinando el orden en que estaban. Los mensajes formaban tres grupos: de ánimo, de aviso y enigmáticos. Dejó el cuaderno sobre la mesa. Estaba casi todo lleno de tinta, de lo mucho que había llenado la hoja. Por todas partes había palabras o medias frases que se entrecruzaban, escritas en diagonal o al revés. Había anotado los mensajes en todos los órdenes posibles y, en su intento de conseguir un acróstico, cada vez había subrayado la primera letra. Will podía ver los resultados: «AQLUALALUS» seguida de una lista de variaciones con las mismas letras. Todas ellas sin sentido.
Como si le leyera el pensamiento, TC pasó la página del cuaderno para mostrarle la siguiente. Su superficie estaba igualmente cubierta de cálculos y diagramas. Luego, le mostró la siguiente y la otra. Llevaba horas rompiéndose la cabeza intentando resolver aquel galimatías.
Will sintió una enorme gratitud. Era consciente de lo solo que habría estado sin ella; sin embargo, no había que darle más vueltas. A pesar de los esfuerzos de TC, a pesar de la combinación de sus dos intelectos, seguían sin descifrar aquel acertijo en diez partes. El misterio los había derrotado.
– ¡Me cuesta creer que sea tan tonta! -exclamó TC de repente.
– ¿Qué? -Will alzó la mirada y la vio echándose hacia atrás en su asiento con las manos en la frente y los ojos fijos en el techo.
– No puedo creer que sea tan estúpida. -Sonreía mientras meneaba la cabeza con incredulidad.
– Por favor, explícame con detalle de qué demonios estás hablando -dijo Will en un tono que incluso él reconocía como demasiado educado e inglés, el que utilizaba cuando intentaba mantener la calma.
– Estaba absolutamente claro y yo no he hecho más que complicarlo. ¿Cuántas horas habré pasado con esta historia?
– ¿Me estás diciendo que lo has resuelto?
– Sí. Lo he resuelto. ¿Qué nos ha enviado? Que si un amigo en apuros, que si pequeñas bellotas… ¡Nos ha enviado proverbios, diez proverbios!
– Bueno, vale, pero… vas a tener que explicármelo. Ya veo que nos ha enviado diez proverbios. El problema es que no sabemos qué significan.
– No significan nada. No tienen que significar nada. Nos ha enviado diez proverbios porque es ahí donde se supone que debemos mirar en Proverbios, diez.