Capítulo 52

Lunes, 00.28 h, Manhattan


Debía entrar en alguno de aquellos edificios para buscar al tipo al que había estado siguiendo? Un hombre de acción de verdad haría exactamente eso; pero, mientras observaba el primer edificio, un coche de policía pasó a toda velocidad con la luces centelleando. Will se echó atrás. Eso era lo último que necesitaba, que lo detuvieran por irrumpir en una sinagoga a altas horas de la noche, y por si fuera poco en pleno Yom Kippur. Además, ¿qué motivo tenía para seguir a ese individuo? Lo había visto salir de un edificio de apartamentos del Lower East Side; sí, y también lo había visto el día anterior frente a la casa de TC; pero no había visto que cometiera ningún crimen. Como habría dicho Harden: «Tienes una libreta de notas llena de nada». Nada salvo una desagradable intuición que se iba confirmando minuto a minuto.

Regresó sobre sus pasos hacia el edificio de Montgomery Street. Con el rabino solo había hablado vagamente de cuál era la tarea que lo esperaba.

– Llámeme -le había dicho Freilich-. Incluso aunque no esté seguro de si es él, llámeme.

– Y luego, ¿qué?

– Iremos a ayudarlo.

Will no estaba seguro de qué había querido decir con eso.

Llegó al edificio, cruzó la calle y dio unos pasos furtivamente hacia la entrada. Un rayo de luz atrajo su mirada hacia el picaporte: la puerta estaba mal cerrada. Quizá el merodeador la había dejado así para no hacer ruido. Will la entreabrió y se deslizó en el interior.

«Pérez», «La Pinez», «Abdulla», «Bitensky», «Wilkins», «González», «Yoelson», «Alberto». Los apellidos de los buzones no le dijeron nada.

Había un desvencijado ascensor, pero decidió no utilizarlo porque tenía que comprobar piso por piso. Subió silenciosamente por la escalera y se detuvo en el rellano. Lo único que vio fueron puertas cerradas, gastados felpudos y algún que otro paraguas que habían dejado fuera para que se secase. Will pensó que su expedición era inútil. ¿Qué esperaba, una placa anunciando «Aquí vive el justo tzaddik. Especialista en bodas, bautizos y bar mitzvahs»?

Al llegar al tercer rellano pensó en llamar a Freilich para que le diera más información. Cualquier dato lo ayudaría. Sin embargo, al ver el último apartamento del tercer piso se detuvo de golpe.

La puerta estaba abierta.

Will se acercó despacio y llamó suavemente con los nudillos antes de entrar.

– Hola… -dijo casi en un susurro.

Las luces estaban apagadas y la única claridad procedía del plateado resplandor de la luna, que penetraba por la ventana de la calle.

Miró a la izquierda: una estrecha cocina con electrodomésticos de los años cincuenta; no eran de estilo retro, sino de verdad: una panzuda nevera y unos fogones de grandes mandos. Will dedujo que era el hogar de alguien mayor.

Luego, miró a la derecha. Vio una gran radio encima de una mesa y unas cuantas sillas de madera con las banquetas tapizadas con una imitación de cuero; una de ellas tenía un desgarrón por donde asomaba el relleno; luego, un sofá y…

Will dio un respingo.

Había un hombre tumbado en él, boca arriba. Destacados por la claridad se veían los pelos de la perilla. Tenía un rostro pequeño, como de ardilla, y gafas de gruesa montura. El resto de su cuerpo parecía haberse encogido por la edad en un cárdigan demasiado amplio. Parecía que dormía.

Will dio un paso hacia él; luego, otro y se inclinó sobre el anciano. Acercó la mano a su boca esperando notar su aliento. Nada. Entonces, le puso la mano en la frente y lo tocó. Estaba frío. Le buscó el pulso en el cuello, pero sabía que no lo encontraría.

Will retrocedió, como si así pudiera asimilar mejor la gravedad de lo que estaba mirando, y al hacerlo notó que algo de cristal se rompía. Miró hacia abajo y vio que acababa de pisar una jeringa.

Se estaba agachando para recogerla cuando la estancia se iluminó de golpe.

– ¡Levante las manos y dese la vuelta, ya!

Obedeció. Apenas podía ver por culpa de las linternas que apuntaban directamente a sus ojos y lo deslumbraban.

– ¡Aléjese del cuerpo! Eso es. Ahora camine hacia aquí. ¡Despacio!

Sus ojos todavía no se habían adaptado a la luz, pero al lado de la linterna pudo ver el cañón de una pistola que lo apuntaba.

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