Capítulo 39

Domingo, 15.56 h, Manhattan

– ¿Por qué has salido corriendo? Solo quiero hablar contigo.

– ¿Hablar? ¿Solo quieres hablar? Entonces, ¿por qué me estabas siguiendo? ¡Dios! -Will estaba encorvado y se apoyaba en una rodilla mientras se masajeaba la barbilla con la mano.

– No quería abordarte mientras estuvieras con…, con esa mujer, la de arriba. No sabía quién era ni si resultaba seguro.

– Pues para mí habría sido mucho más seguro, créeme. ¡Dios Santo! -Will localizó una silla y se dejó caer en ella intentando recobrar el aliento-. Bueno, ¿quieres decirme de qué demonios va todo esto, Sandy? ¿O debería llamarte Shimon?

– Mi nombre es Shimon Shmuel, pero será más fácil si me llamas Sandy.

– Muy bien, muchas gracias.

– Lo lamento, no era mi intención golpearte. De verdad que no, pero es que no podía dejar que escaparas. Tengo que hablar contigo. Ha ocurrido algo muy malo.

– ¿Ah, sí? ¡No me digas! Han secuestrado a mi esposa, yo he sido torturado, tu rabino se ha cargado a un tipo en Bangkok y tú te has pasado el fin de semana siguiéndome y has acabado arreándome un puñetazo en la mandíbula.

– Yo no me he pasado el fin de semana siguiéndote.

– No insistas, Sandy. De verdad. Anoche te vi desde la ventana. Al principio la gorra de béisbol me despistó, pero al final lo pillé.

– Te prometo que he salido en tu busca esta mañana, no anoche. Anoche me quedé en Crown Heights.

– Bueno, pues anoche había alguien esperándome a la puerta de The New York Times. Luego, el mismo hombre se quedó vigilando ante el apartamento de mi amiga; y por el momento la única persona que me consta que me ha seguido eres tú.

– Te juro que no he sido yo, Will. No he sido yo. En ese momento no necesitaba venir.

– ¿Qué quieres decir?

– Que anoche no había ocurrido. Al menos no nos hemos enterado hasta esta mañana.

– ¿Qué es lo que no había ocurrido?

– Se trata de Yosef Yitzhok. -Su voz se quebró.

Por primera vez, Will miró a Sandy a la cara. Este seguía sin quitarse la capucha porque la utilizaba para cubrirse la cabeza a falta de la kipá. No obstante, a pesar de la sombra que cubría su rostro, Will vio que tenía los ojos enrojecidos. Parecía como si hubiera estado llorando durante horas.

– ¿Qué hay de Yosef?

– Está muerto, Will. Ha sido asesinado, brutalmente asesinado.

– ¡Dios mío! ¿Dónde?

– Nadie lo sabe. Lo hallaron muerto en el callejón que hay detrás de la shul. Ha sido esta mañana temprano, seguramente cuando se dirigía al shacharis. Lo siento, quiero decir a los rezos de la mañana. Su tallis, el chal para las oraciones, estaba empapado de sangre.

– No me lo creo. ¿Quién iba a hacer algo así?

– No lo sé. Ninguno de nosotros lo sabe. Por eso Sara Leah, ya sabes, mi esposa, me dijo que saliera a buscarte. Ella cree que podía tratarse de alguien relacionado contigo.

– ¿Conmigo? ¿Me echa la culpa?

– ¡No! ¿Quién ha hablado de culpas? Es solo que mi mujer cree que puede estar relacionado con lo que fuera que te ocurrió el viernes por la noche.

– ¿Le hablaste de lo sucedido?

– Solo le conté lo que sé, pero la mujer de Yosef es su hermana. Somos familia, Will. Él es…, bueno, era mi cuñado. -El enrojecimiento de sus ojos iba en aumento.

– ¿Y Yosef le contó algo a su mujer?

– No mucho. No creo, solo que había hablado contigo el viernes por la noche. Le dijo que te habías visto implicado en algo muy importante. No, no fueron esas las palabras. Dijo que te habías visto implicado en algo catastrófico. Esa fue la palabra que utilizó: «catastrófico».

– ¿Y le dijo algo más a tu cuñada?

– Solo que esperaba y rezaba por que tú comprendieras lo que estaba ocurriendo. Y que sabrías lo que tendrías que hacer.

En esos momentos, Will no habría podido sentirse más desamparado. El rabino había sido el primero que se lo había dicho, y ahora era Yosef Yitzhok quien se lo repetía desde la tumba. «Una historia muy antigua se está desarrollando -había dicho el rabino-, algo que la humanidad ha temido durante siglos.» Yosef le estaba diciendo que era tanto lo que estaba en juego que rezaba para que él supiera qué hacer. No obstante, Will se sentía tan confuso como al principio; más incluso. En su cabeza daban vueltas las extrañas coincidencias de Macrae, Baxter y Samak -tres personas justas y buenas que habían encontrado una muerte horrible-, la pomposa retórica del libro de los Proverbios y, lo último, la mística e impenetrable geometría del diagrama que él y TC habían descubierto en aquella biblioteca.

– ¡Mierda! ¡TC sigue arriba! Ven conmigo, ¡rápido!

Will se maldijo una y otra vez mientras subía a toda prisa y corría por los pasillos, de vuelta a la sala de lectura, con Sandy pisándole los talones. ¿Cómo era posible que la hubiera dejado sola?

Fue a toda prisa hacia la zona de lectura que habían compartido una hora antes y, al acercarse, se le encogió el corazón. Había una mujer sentada, pero no era TC. Había desaparecido.

Pegó un puñetazo en la mesa haciendo que un intenso dolor subiera por su brazo y que la mujer lo mirara con expresión aterrorizada.

«¡Cómo puedo haber sido tan idiota!»

Los secuestradores le habían arrebatado ya dos mujeres bajo sus narices. Se suponía que él debía protegerlas, a las dos; y les había fallado, a las dos.

Sandy estaba a su lado, pero Will no lo oía ni lo veía. Solo una cosa lo arrancó de aquel estupor: la regular y persistente vibración que notaba junto al muslo: su móvil.


2 mensajes nuevos.


Abrió el primero.


¿Dónde te has metido? He tenido que salir. Llámame. TC.


Will dejó escapar un suspiro de alivio y dio gracias a Dios. A continuación abrió el segundo mensaje, convencido de que sería TC para decirle el lugar donde podían encontrarse.

Lo que vio lo hizo retroceder de la sorpresa.


QUINCUAGÉSIMA Y QUINTA.


Puede que Yosef Yitzhok hubiera muerto, pero sus acertijos lo habían sobrevivido.

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