Domingo, 4.14 h, Sag Harbor, Nueva York
Asustada e inmóvil, TC miraba fijamente a Will. EL sonido era demasiado regular para tratarse del crujido de una viga, de la música propia de una vieja casa. No cabía duda: eran pasos. Will cogió el atizador de la chimenea, se llevó un dedo a los labios para indicar a TC que guardara silencio y salió del estudio.
Avanzó de puntillas por el pasillo en dirección hacia la cocina. Parecía que el ruido provenía de allí. Al acercarse oyó un roce, como si el intruso estuviera hojeando papeles. Se acercó un poco más, hasta que pudo distinguir la sombra de un hombre alto. Will notó que su corazón latía alocadamente y que tenía la boca seca.
En un único movimiento, salió del rincón, levantó el atizador y…
– ¡Dios mío, Will! ¿Qué haces?
– ¡Papá!
– ¡Por favor! ¡Qué susto me has dado, hijo! Pensaba que había entrado alguien en la casa -exclamó Monroe padre, que, vestido con su pijama, se dejó caer en la silla más próxima con una mano en el pecho.
– Lo siento, papá, yo no…
– Un momento, Will. Dame un segundo para que recobre el aliento. Espera.
Cuando Will llamó a TC, la sorpresa de su padre fue completa.
– ¿Qué demonios está ocurriendo?
Will se explicó lo mejor que pudo y le relató los acontecimientos de las últimas horas: los mensajes de texto, los proverbios del capítulo 10, su visita a la redacción del diario, el tipo que los seguía, su huida por la estación de tren. El gran juez, convertido en ese momento en padre, escuchó atentamente mientras sostenía la taza de té que TC le había preparado.
– Debería haberte avisado de que estaba aquí -dijo al fin-. Llegué anoche. No había tenido noticias de ti, y me consumía de preocupación. Pensé que escuchar el rumor del mar y respirar un poco de aire puro me tranquilizaría. Beth es tu mujer, Will, pero también mi nuera. Es mi familia -añadió volviéndose hacia TC, cuyo rostro se había sonrojado.
– Lamento que lo hayamos despertado -dijo ella, intentando cambiar de asunto. Luego, bostezó profundamente-. La verdad es que no nos iría mal dormir un poco.
– Moción aprobada -repuso el juez Monroe-. Will, la habitación de invitados está lista.
Aquello lo molestó. ¿Acaso su padre le estaba ordenando que durmieran en camas separadas, como si sospechara que si lo dejaba solo se acostaría con TC? ¿Realmente pensaba que iba a engañar a su mujer, a la nuera a quien tanto él apreciaba?
Puede que su padre pensara algo incluso más retorcido: ¿y si creía que su hijo había montado aquella historia para volver con su ex novia? Will se dio cuenta de lo parco que había sido compartiendo información con su padre; apenas le había permitido participar en la búsqueda de Beth y había insistido demasiado en dejar a la policía al margen. Puede que hubieran pasado treinta años desde que Monroe padre había abandonado la práctica del derecho penal, pero sin duda no lo había olvidado.
Y lo peor era que Will no podía sentirse ofendido. Al fin y al cabo, apenas hacía unas horas que había besado a TC con los ojos cerrados, y no se había tratado de un beso fugaz, sino de uno de verdad.
Estaba demasiado cansado para decir nada más, de modo que se rindió en silencio ante su padre y se dirigió hacia la escalera; se reunió con TC en el rellano. La actitud de ella -parecía como sí se estuviera ocultando- indicaba que sentía lo mismo: que las sospechas del padre de Will no carecían de fundamento.
Domingo, 12.33 h, Manhattan
– Buen trabajo, joven. Además, su entusiasmo es realmente motivo de alegría para mí. De verdad. -La voz sonaba alta y clara, incluso a través del teléfono-.Ahora, lo mejor que puede hacer es quedarse donde está. Lo de Sag Harbor no me preocupa. No será un problema. Necesitamos que se quede usted en la ciudad.
– Bien. ¿Dónde quiere que me aposte, señor?
– Bueno, no se quedarán mucho tiempo en Long Island, ¿verdad? El tendrá que regresar, y eso significa la estación Pennsylvania. ¿Por qué no se asegura de recibirlo?