Capítulo 30

Sábado, 23.02 h, Manhattan

En ese momento se dio cuenta de que la habitación de TC era justo como la hubiera y, de hecho, la había imaginado. Puede que a lo largo de su matrimonio con Beth hubiese pensado en TC una docena de veces, y no durante unos pocos segundos, sino durante un buen rato; eran ensoñaciones diurnas en las que rememoraba su rostro, su voz y su aroma. En aquellos momentos -a veces mirando por la ventanilla de un avión, a veces durante un trayecto nocturno en coche mientras Beth dormitaba en el asiento del pasajero- había seguido a TC más allá del pasado que habían compartido hasta un presente que solo existía en su imaginación. Intentaba imaginarla en el trabajo; se hacía una composición de su rostro, cuatro años más viejo, o del hombre con el que estuviera.

En esas divagaciones había visto que se abría la puerta de su apartamento y podía ver una librería, unos sofás color crema y un viejo televisor de pantalla pequeña. También había tenido que hacer un esfuerzo -aunque no excesivo, para no romper la ensoñación- para poner al día los gustos de TC. Habría resultado demasiado fácil pensar que mantenía sus preferencias de estudiante, como si hubiera quedado fijada en su romance en Columbia. No. Lo que había pretendido era imaginar a su antigua novia tal como sería en estos momentos.

Y había acertado bastante. La habitación era menos bohemia que el estudio de pintura donde se había reunido con ella la noche anterior. La mayor parte del mobiliario tenía un toque vagamente étnico: mesas de madera oscura, que Will supuso que provenían de India o de Tailandia, así como un par de estores marroquíes de un azul gastado que no colgaban ante ninguna ventana, sino de la pared, como si fueran cuadros. A Will le parecieron recuerdos de algún viaje importante. TC siempre había sido una audaz exploradora, incluso cuando él la conoció. Aun así, no había barritas de incienso encendidas ni batiks extendidos sobre los divanes. El lugar ofrecía un aspecto casi minimalista, que revelaba una clara preferencia por los espacios despejados.

Will sabía que ella se había mostrado reacia a recibirlo allí, pero cuando él la llamó tras salir del periódico, TC le dijo que estaba cansada de ir de café en café. Necesitaba darse una ducha y dormir en su cama, así que al demonio con el riesgo. Will, que había mandado un mensaje a Yosef Yitzhok acusándolo de «juegos estúpidos», sabía exactamente cómo se sentía. Pidió directamente a la joven su dirección y le dijo que iría sin tardanza. Había creído que sería más fácil para ambos si TC no tenía oportunidad de decir que no.

Cuando llegó, ella intentó fingir que no se trataba de ninguna ocasión especial. No hubo un recibimiento con las puertas abiertas ni un recorrido por el apartamento; dejó que la encontrara sentada en el suelo de la sala rodeada de Post-it. En cada uno aparecía anotado un proverbio bíblico. Will los reconoció: el capítulo 10 del libro de los Proverbios.

TC se encontraba en medio de todos ellos, con su cuaderno en el regazo, examinando el patrón que había establecido. Will se agachó para echar un vistazo a la hoja llena de tinta y a los Post-it distribuidos por el parquet y sintió una enorme gratitud hacia aquella mujer que no solo le ofrecía apoyo emocional sino también la colaboración de su agudo intelecto. Tuvo la sensación de que era su salvadora.

En un gesto casi involuntario, Will extendió la mano para tocarle la nuca, de modo que le rozó la piel con la palma de la mano y deslizó sus nudillos entre su pelo. TC permaneció cabizbaja, igual que una tímida colegiala que fuera a recibir un premio, pero entonces levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron. De nuevo involuntariamente, una corriente de energía recorrió la mano de Will, que le rodeó el cuello suavemente, como si quisiera atraerla hacia sí.

TC se movió a la vez que él, y sus labios se rozaron en un leve beso. Will aspiró su fragancia, el aroma que en el pasado hacía que le temblaran las piernas y le hirviera la sangre al mismo tiempo. Era una sensación familiar, que había vivido con ella miles de veces antes. Le pareció que se le derretían las entrañas y notó que se excitaba.

Ella se detuvo de repente, agarrándole el brazo con una urgencia que no tenía nada que ver con el deseo y apartando la boca.

– ¡Chis! ¿Qué ha sido eso?

Era un sonido metálico que se repitió. Parecía provenir del interior del apartamento. Se quedaron muy quietos, sin atreverse a moverse. Will vio que tenía la mano en la nuca de TC y se llamó al orden. ¿Qué demonios estaba haciendo? Beth seguía retenida en algún agujero dejado de la mano de Dios, y él se lo estaba montando con una antigua novia en el suelo de su apartamento. La sensación de vergüenza le hizo un nudo en las tripas y se sintió fatal.

Retiró la mano y deshizo el abrazo. Se dijo que había sido a causa del agotamiento y por lo desmoralizado que estaba; había sido un reflejo, un grito de socorro, el acto de un hombre desesperado que buscaba un poco de calor humano; había sido por gratitud hacia todo lo que TC había hecho por él, por la familiaridad de hallarse junto a su antigua amante; había sido un desliz, un momento de locura, el desdichado producto de la crisis que atravesaba. Todas esas explicaciones cruzaron por su mente, y supo que eran ciertas; sin embargo, no iban a convencer a nadie, y menos a él.

TC se puso tensa de nuevo y aferró el brazo de Will con más fuerza aún. El zumbido se reanudó, un sonido metálico y vibrante. ¿Había alguien en el apartamento con una sierra eléctrica e intentaba amortiguar el ruido?

Will se puso en pie de un salto y caminó a grandes zancadas hacia el diván que había en la entrada, donde había dejado su abrigo. Metió la mano en un bolsillo lateral y sacó el móvil para que TC lo viera. Estaba conectado en «Silencio» y había vibrado contra sus llaves.

– ¡Maldita sea, nos hemos perdido una llamada!

Will marcó su buzón de voz.

«Tiene un nuevo mensaje.»

Su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Y si se trataba de alguna pista crucial? ¿Y si se trataba de Beth que, tras desembarazarse de sus cadenas y haber logrado arrastrarse hasta un teléfono, había llamado y se encontraba con que su marido estaba demasiado ocupado con una ex novia? No podía sentirse más avergonzado.

Por fin, empezó la reproducción del mensaje:

«Hola, colega. -Era Jay Newell-. No sé de qué va todo esto, y me estoy jugando el culo si alguien se entera de lo que voy a contarte, de modo que esto debe quedar entre tú y yo, en el más absoluto secreto, capisce? Bueno, ahí van las noticias. Resulta que en la autopsia del cadáver de tu amigo se encontró, atención porque cito textualmente, "un pinchazo en el muslo derecho que se corresponde con el de un dardo tranquilizante". ¡Toma ya! ¿Te lo puedes creer? Un dardo tranquilizante como los que se usan para tumbar a los elefantes en el zoológico. Según parece, los disparan con una escopeta enorme, como las de los safaris. En cualquier caso, los análisis confirman que ese infeliz estaba hasta las cejas de sedantes en el momento de la muerte. ¡Joder, ya casi hablo como un poli cualquiera! ¡Socorro! Bueno, espero que te haya sido útil. Llámame alguna vez. Deberíamos salir de vez en cuando. Ah, dale un beso de mi parte a ese pedazo de mujer que tienes.»

Will estuvo a punto de caer sentado por la sorpresa y se dio cuenta de que nunca había esperado realmente que su corazonada se confirmara: un proxeneta de Brownsville y un radical de Montana eran gente que se encontraban en las antípodas. Había llamado a Newell para que le confirmara que las muertes de Macrae y de Baxter no podían estar relacionadas. Si eso se demostraba, podría indagar en otras direcciones más plausibles.

Sin embargo, Yosef le había dicho que se fijara en su trabajo, y eso había hecho. En los días previos al secuestro de Beth, su trabajo había consistido en desentrañar dos curiosas historias ocurridas en los extremos opuestos del mismo continente. Y, a pesar de todo, ahora tenía la prueba de que estaban relacionadas. En sus respectivas vidas, ambas víctimas habían llevado a cabo actos de infrecuente bondad; y en la muerte, ambas habían sido anestesiadas antes de ser asesinadas. El método sedante había sido tan radicalmente distinto como la manera de asesinarlas. Aun así, era demasiada coincidencia.

Will empezó a sentirse eufórico. Por fin hacía algún progreso. Su corazonada estaba ratificada. La llave del secuestro de Beth se hallaba en algún lugar de los acontecimientos de la última semana, y, por lo tanto, también su libertad. Había conseguido llegar hasta allí. Todo lo que le quedaba era averiguar el resto. Se estaba acercando.

Se puso en pie de un brinco, dispuesto a ir hasta TC y anunciarle su descubrimiento. Sin embargo, se detuvo antes de haber dado dos pasos. Lo asaltó el recuerdo de hacía un instante. En este momento, a la vergüenza y el disgusto por su traición a Beth se unía una sensación de apuro. Se había insinuado a TC, y ambos iban a tener que comportarse como si nunca hubiera sucedido.

Entonces lo asaltó otro pensamiento. El hecho de que Macrae y Baxter hubieran sido anestesiados antes de ser asesinados sin duda significaba algo, pero ¿qué exactamente? ¿Qué tenía que ver con Beth que las dos muertes estuvieran relacionadas? Baxter y Macrae vivían a miles de kilómetros el uno del otro, pero pertenecían a mundos que no tenían ninguna relación con Beth y tampoco con los hasidim. Sí, Yosef Yitzhok le había dicho que se fijara en su trabajo, pero ¿dónde estaba el nexo de unión entre los tres sucesos?

Empezó a caminar por el apartamento y se hizo una pregunta: ¿y si sus dos reportajes habían sido el detonante que había hecho que los hasidim secuestraran a Beth? Ella desapareció el viernes por la mañana, justo cuando su reportaje sobre Baxter salió en la prensa. ¿Acaso era posible que algo de esa historia hubiera puesto en marcha el secuestro de su esposa? ¿Existía algo en la combinación de Macrae y Baxter que había empujado a los hasidim a secuestrar a Beth?

Mentalmente volvió a la noche en Crown Heights. Habían señalado su reportaje sobre Baxter y lo habían dejado en la habitación donde lo habían interrogado. Los hasidim hablaron de él. Lo que les interesaba no era quién lo firmaba, porque desde el momento en que habían enviado el correo electrónico a su dirección del periódico ya sabían que era reportero de The NewYork Times. No, lo que les había interesado era el reportaje.

«O los reportajes», pensó Will por primera vez.

Cogió el móvil, buscó la bandeja de entrada de mensajes y repasó los de Yosef. Contó diez. Allí estaba. Y lo habían descifrado. Leyó: «Dos menos. Más por llegar».

En su momento, él y TC creyeron que se trataba de un mensaje de confirmación, como los de los juegos de ordenador: «Bien hecho, ha alcanzado el nivel 2, la Cámara Secreta. Prepárese ahora para el Sacrificio de Fuego…».

Pero en este momento sabía que tenía otro significado: «Dos menos» se refería a Baxter y Macrae. ¿Quiénes serían los demás?

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