Domingo, 3.08 h, Sag Harbor, Nueva York
Por lo menos, la casa de Sag Harbor no les deparó ninguna sorpresa. La llave se encontraba debajo de una maceta, como siempre; y el interior de la casa, como muestra de la eficiencia del matrimonio que su padre había contratado para que cuidara de ella durante sus ausencias, incluso estaba caliente.
Will se puso en marcha enseguida; encendió las luces, puso agua a hervir y preparó un poco de té. Luego, se sentó frente a TC con un paquete de galletas Oreo en la mano, al otro lado de la vieja mesa de roble que dominaba la rústica y elegante cocina del señor Monroe padre.
Al instante lo invadieron los recuerdos: los largos inviernos en el colegio, cuando podía sentir todos los kilómetros que lo separaban de su padre; la alegría cuando recibía un paquete por correo, que con frecuencia contenía alguna chuchería típicamente norteamericana o -nunca lo olvidaría- un guante de cuero de béisbol. Y después, cuando llegaban las vacaciones de verano, la emoción de que lo subieran a un avión, le colgaran del cuello un cartel donde se leía MENOR NO ACOMPAÑADO y lo enviaran a ver a su padre. Aquellos meses de agosto en Sag Harbor, que pasaba buscando cangrejos en la playa o comiendo almejas en el muelle, eran lo mejor del año. Podía sentirlo en ese momento, veinte años después; podía sentir el mismo nudo en el estómago que notaba cuando llegaba septiembre y lo acompañaban al aeropuerto para alejarlo de su padre durante todo un largo año.
Will tuvo que hacer un esfuerzo para regresar al presente. Había empezado a explicárselo en el tren, pero ahora se extendió largamente para contarle a TC lo que ardía en deseos de comunicarle desde que había recibido la llamada de su amigo Jay. Aquella era la primera vez que ella oía hablar de Newell o de la conversación que Will había mantenido con él, pero no tuvo que esforzarse mucho; tan pronto como Will le habló del mensaje de su amigo, ella no tuvo más que atar cabos.
– Así, tanto Baxter como Macrae fueron anestesiados antes de ser asesinados, ¿no? A decir de quienes los conocían, ambos eran personas rectas y justas; y según Yosef Yitzhok y los proverbios, suponiendo que tu interpretación sea correcta, lo importante es precisamente la bondad, la justicia de sus acciones. Todo ello nos conduce a algún plan de mayor alcance de los hasidim, entre cuyas incógnitas figura por qué secuestraron a Beth, por qué mataron a ese tipo de Bangkok o por qué nos han seguido esta noche. Más o menos esta es la teoría, ¿verdad?
– Bueno, yo diría que se trata de algo más que de una teoría. Recuerda: «Más por llegar». Es decir, más muertes. Eso fue lo que Yosef dijo. ¡Y se estaba dirigiendo a mí directamente! Ese tío había leído mis reportajes en el periódico y me estaba diciendo: «De acuerdo, has desenterrado dos historias; pero habrá más». ¡Lo cual significa que debemos relacionar esto con todo lo que está ocurriendo! ¿Acaso no lo ves?
– Si, sí. Lo veo. -TC escogió las palabras con cuidado-. El problema es que… Bueno, mi problema es que no entiendo de qué modo pasamos del asunto Baxter, Macrae y sus actos de justicia, que admito que resultan increíbles pero a la vez fascinantes, a ese «más» que se supone que está por llegar.
Will se hundió en su silla con un suspiro.
– ¡No seas así, Will! -exclamó TC-. Has hecho grandes progresos. Casi lo hemos resuelto. Estoy segura. Mira, lo mejor será que durmamos un poco. Luego volveremos sobre el asunto -le dijo poniéndole una mano en el hombro y despertando recuerdos tanto en ella como en él-.Vamos, será lo mejor.
De repente, Will se levantó y salió de la cocina. TC lo siguió.
– ¡Will! ¡No te vayas!
Lo encontró de pie, en el estudio de su padre, una estancia repleta de libros desde el suelo hasta el techo. Hilera tras hilera, se alineaban volúmenes de textos legales, jurisprudencia seleccionada y dictámenes del Tribunal Supremo que se remontaban al siglo xix. Otra de las paredes estaba llena de textos más actuales: estudios sobre política, la Constitución y, desde luego, las leyes. Todo parecía haber sido ordenado con el celo de un bibliotecario: reunidos según temas y, dentro de cada uno, por orden rigurosamente alfabético. La mirada de TC se posó en la sección dedicada al cristianismo: Documents of the Christian Church, de Henry Bettenson; The Early Church, de Henry Chadwick; From Christ to Constantine, de Eusebius; Early Christian Doctrines, de JND Nelly. Todos estaban alineados en perfecto orden.
Pero Will hacía caso omiso de los libros. En su lugar, había conectado el ordenador que su padre tenía en el escritorio y estaba revisando una noticia de Associated Press sin apenas leer las palabras; buscaba algo.
Movió el cursor sobre el texto para resaltar dos palabras: el nombre de la víctima de los hasidim en Bangkok: Samak Sangsuk. A continuación entró en Google e introdujo el nombre como criterio de búsqueda.
Su búsqueda de Samak Sangsuk no ha producido resultados.
Estaba a punto de soltar una maldición, pero se contuvo. No fue por la presencia de TC, sino por un ruido que procedía claramente del pasillo. Y no solo uno. Varios. No cabía duda. Había alguien más en la casa.