Domingo, 9.13 h, Sag Harbor, Nueva York
Había dejado el móvil conectado y cerca de la cabecera, pero estaba tan exhausto que el sonido de un nuevo mensaje no fue suficiente para despertarlo. En vez de eso, apareció vagamente en sus sueños: metía la llave en la cerradura de la puerta principal de su apartamento; entraba y se encontraba con que Beth se hallaba en la cocina abrazando a un niño contra su cintura. Su actitud era de fiereza, como si pretendiera proteger a aquella criatura de cualquier daño que pudiera infligirle un intruso. «Atrás», parecían decir sus ojos. Su aspecto era de una violencia primitiva. «Ya lo entiendo -se dijo Will en el sueño-, es el niño de la rosa.» Justo en ese momento, como si fuera el aviso que confirmara esa idea, empezó a sonar una campana.
Como el molinete de un ancla a la que iza lentamente a la superficie, su cerebro consciente lo arrancó de las profundidades del sueño. Cogió el teléfono y se lo acercó a los ojos.
Tiene un nuevo mensaje.
fOrtY
Saltó de la cama y fue hacia el dormitorio de TC, uno de los pocos que no tenía vistas al mar, pero, en cambio, sí a un jardín de estilo inglés. El sol penetraba por el pasillo acompañado por el rumor de las olas. No se podía negar: su padre había escogido un lugar privilegiado.
Su padre. Solo entonces recordó el encuentro de la noche anterior. Le había faltado poco para abrirle la cabeza. Habría podido matarlo. Pero no tenía tiempo para pensar en aquello.
– De acuerdo -dijo una vez hubo despertado a TC y ella se hubo acomodado contra uno de los muchos almohadones que la mujer que se encargaba de la casa de su padre dejaba en todas las camas-.Ya tenemos otro. «Forty», «Cuarenta».
– ¿Cuarenta mensajes? -balbuceó TC abriendo a duras penas un ojo.
– No. Eso es lo que dice el mensaje. Mira.
– ¿Por qué lo habrá escrito de una forma tan rara?
– No tengo ni idea. Échale un vistazo a ver si te sugiere algo. Entretanto, tengo que hacer una llamada.
Consultó su reloj: las 9.30 horas. A continuación miró su Blackberry: nada nuevo de Crown Heights. Sin duda no creían que hubiera accedido a las peticiones del rabino de mantenerse al margen y esperar. Estaba claro que no confiaban en semejante posibilidad. ¿Acaso no habían enviado a alguien para que lo siguiera, precisamente porque sabían que él continuaría investigando?
Las 9.30 horas. A esa hora ya habría alguien en la sección de Internacional del periódico. Además, no podía permitirse descuidarlo mucho más. Mientras marcaba el número alzó los ojos al cielo en una silenciosa plegaria: «Por favor, que responda Andy».
Había al menos cuatro ayudantes que trabajaban en la sección de Internacional de The NewYork Times. A Will le costaba acordarse del nombre de todos ellos, pero al menos conocía a uno. Andy debía de ser unos cuatro años más joven que él y, desde la primera vez que se vieron y charlaron en la cola de la cafetería, Will se convirtió en algo parecido a su mentor. Era de Iowa y tenía un sentido del humor cortante; a Will le cayó bien desde el primer momento, porque le parecía una especie de sustituto de la sensibilidad que echaba de menos en su casa.
– Internacional, diga.
– ¿Andy?
– Ni más ni menos.
– Gracias a Dios.
– ¿Eres tú, Will?
– Sí, ¿por qué?
– No. Por nada, solo que…
– ¿Qué?
– Colega, si tuviera que creer todos los perversos rumores que he oído…
– ¿Qué perversos rumores?
– Por aquí se dice que el Gran Hombre te soltó una bronca anoche; que te encontró husmeando en la mesa de otro. Yo les he contestado que el periodismo de investigación es un trabajo muy duro.
– Gracias, Andy.
– ¿Es verdad?
– Mejor lo dejamos en que no es del todo mentira.
– De acuerdo. Debo reconocer que se trata de una nueva forma de progresar profesionalmente. Eso lo admito.
– Escucha, Andy. Necesito que me hagas un favor: tienes que conseguirme el número de teléfono del corresponsal del periódico en Bangkok.
– ¿De John Bishop? Caramba, todo el mundo está interesado en este caso. Al pobre lo tienen agobiado.
– ¿Y cómo es eso?
– ¿Acaso no ves las noticias? La policía está por todo Brooklyn. Según parece, esos ultra ortodoxos judíos intentaron matar a un tipo en Tailandia. La sección de Local se encarga de cubrir la historia, Walton en concreto.
– ¿Walton? -Era lo que le faltaba: más intromisiones del ladrón de cuadernos de notas. Tendría que hablar con Bishop a sus espaldas.
– Sí. Tengo entendido que Walton intentó escaquearse porque era fin de semana. Dicen que te propuso a ti para la historia, al menos hasta que la sección le dijo que tú estabas…,ya sabes…
– ¿Que yo estaba qué?
– Pues eso, que no estabas disponible por el momento.
– ¿Así es como lo expresan?
– Más o menos. Oye, Will, ¿qué pasa? ¿Estás enfermo o algo así? ¿Has fumado hierba de mala calidad?
Will sabía que Andy estaba intentando quitarle hierro al asunto burlándose de que el felizmente casado y muy trabajador Will Monroe pudiera estar bajo sospecha, como un vulgar drogata. Sin embargo, sus comentarios no le hicieron reír; las chanzas de su amigo no hacían más que confirmar sus peores temores: que el periódico lo había suspendido y que se había convertido en el objeto de todas las conversaciones y de todos los «cotilleos de máquina de café». El hecho de que aquello fuera un asunto sin importancia y que, comparado con sus otros problemas, a duras penas mereciera tenerse en cuenta, no hacía más que subrayar lo desesperado de su situación.
– No, Andy, nada de hierba de mala calidad. De hecho, ni siquiera hierba. De todas formas imagino lo que puede parecer. Excelente. Maravilloso.
– Lo siento, colega. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
– Sí. Si me consigues ese número de teléfono serás de gran ayuda. A ser posible el del móvil, si lo tienes.
– Claro. Recuerda que hay doce horas de diferencia. Allí son casi las diez de la noche.
Will no se concedió ni un momento para digerir su conversación con Andy. Mientras marcaba el número para comunicar con Bangkok imaginó a los reporteros del periódico echando mano en ese mismo instante de sus móviles para comentar el ascenso y la caída de Will Monroe; pero eso fue todo, porque apartó la idea de su cabeza y se concentró en la llamada que sonaba en su oído.
– Hola…
– ¿John? Hola, soy Will Monroe, de la sección de Local del periódico. ¿Te pillo en mal momento?
– No. Solo llevo de pie treinta y seis horas y me disponía a enviar una historia, de modo que podría decirse que el momento es inmejorable. ¿En qué puedo ayudarte?
– Lo siento. Intentaré ser lo más breve posible. Sé que estás colaborando con Terry Walton y no quisiera entorpecer nada que esté haciendo…
– Ya…
– Pero es que estoy trabajando en un artículo… -aquello era una mentira en toda regla y Bishop podía destaparla fácilmente, pero Will pensó que ya estaba hasta el cuello de problemas y que uno más no tendría importancia- y estoy intentando hacerme una idea lo más precisa posible de esa víctima, el tal Sangsuk.
– Samak -contestó Bishop-. Se llamaba Samak Sangsuk. En Tailandia el apellido va en primer lugar, como Mao Zedong. En fin, el caso es que envié esa información al periódico ayer. Debe de estar en la sección de Internacional.
«¡Mierda! -se dijo Will-, tendría que habérselo pedido primero a Andy.»
– Ya lo sé. Es solo que uno de los hasidim de aquí me ha hecho algunas sugerencias.
– Ah, ¿sí? Eso es fabuloso, Will. ¿Qué clase de sugerencias? -El tono de Bishop había cambiado. La perspectiva de poder conseguir alguna información valiosa siempre mejoraba los modales de los periodistas.
– Ya sé que suena raro, pero me han dicho que examinara cuidadosamente la biografía de la víctima.
– No era más que un tío rico. Un hombre de negocios.
– Ya lo sé, pero mi informador -un «informador» era mejor que una «fuente» y resultaba más convincente- me ha dicho que si investigamos a fondo puede que demos con algo interesante, con algo relevante.
– ¿Como qué? ¿Que era un ladrón? En esta ciudad la corrupción está por todas partes. Eso no sería ninguna novedad.
Will se lanzó.
– No. Lo que he oído es más bien todo lo contrario. Me han dicho que si investigamos con atención es probable que encontremos en la vida de ese sujeto algo muy poco frecuente, y no me refiero a una corrupción poco frecuente.
– Bueno, y ¿a qué te refieres? ¿Qué es eso tan poco frecuente que vamos a encontrar?
– No lo sé, John. Solo te estoy contando lo que los hasidim me dijeron. «Búscalo y eso lo explicará todo.» Eso fue lo que dijo mi informador. Solo quería pasarte la pista.
– Son las diez de la noche.
– Lo sé, pero puede que alguno de los parientes de la víctima, del señor Samak, esté levantado. No sé, alguno de sus amigos…
– Tengo algunos números de teléfono a los que podría llamar. Enviaré todo lo que tengo a la sección de Internacional.
Se despidieron, y Will dejó escapar un suspiro de alivio. Solo faltaba que le hiciera perder el tiempo a uno de los corresponsales del periódico en el extranjero. Iba a acabar sus días en el Bergen Record, y eso suponiendo que lo admitieran allí.
Volvió a llamar a Andy y le dio instrucciones para que le mandara por e-mail cualquier archivo que Bishop pudiera enviar a partir de ese momento. No tenía la más remota idea de qué podría encontrar el hombre de Bangkok.
– Bueno, gracias por el desayuno -lo interrumpió TC, que llevaba un papel en la mano.
– Mierda. Lo siento, estaba hablando por teléfono. ¿Lo has conseguido?
Ella se lo enseñó. Solo se leía «fOrtY».
– ¿Sí?
– Al principio he creído que se trataba de un error tipográfico, pero ese tipo es muy preciso. Todo lo ha hecho con un propósito.
– ¿Y?
– Pues que ha destacado dos letras, la segunda y la quinta. Empecé leyéndolas en voz alta, pero no tenía sentido.
– Escucha, TC…
– Ya sé. En cualquier caso, es mucho más sencillo. Quiere decir «cuarenta», «segunda» y «quinta». En otras palabras, la Cuarenta y dos con la Quinta.
– Ahí está la Biblioteca Pública.
– Exacto, lo cual indica que…
TC se puso tensa de repente, y Will se volvió. Su padre acababa de entrar vestido con ropa de fin de semana.
– ¿Alguna novedad?
– Sí. Acabamos de recibir un nuevo mensaje de texto que nos manda a la Biblioteca Pública.
– ¿Crees que ese hombre te está diciendo que te reúnas allí con él? Por Dios, Will, ten cuidado.
– No. No ha dicho nada de eso todavía. Solo ha enviado la dirección: la Cuarenta y dos con la Quinta. Es todo lo que tenemos.
– Bueno, al menos dejad que os acompañe a la estación.
Se oyó un zumbido.
Un nuevo mensaje:
ATRÉVETE A SER DANIEL.
Will lo mostró a su padre y a TC.
– Ah, creo que sé de qué va -dijo aquel unos segundos más tarde-. ¿Qué fue lo que hizo Daniel? -Entró en la guarida del león.
– Y la Biblioteca Pública de Nueva York…
– Está vigilada por dos leones en la entrada; dos estatuas, claro.
– Paciencia y Fortaleza. Así se llaman. Quizá te está diciendo que eso es lo que necesitas.
– No -intervino TC-, creo que nos está indicando que entremos en la biblioteca, que nos atrevamos a ser como Daniel, que nos atrevamos a entrar en la guarida del león. Es eso.
El móvil zumbó de nuevo.
Tiene un nuevo mensaje.
Will pulsó los botones oportunos ante las miradas ansiosas de TC y de su padre, que esperaban impacientes.
PRIMERS' DOMAIN DESCUBIERTO EN EL HUERTO FRUTAL.
– ¡Cielos! ¿Qué demonios significa esto? Justo cuando creíamos que estábamos en el buen camino…
– Está escrito igual que la clave de un crucigrama. O puede que en la biblioteca haya una sala que tenga una pintura de un huerto frutal.
– ¿Tú qué opinas, TC?
– Tu padre tiene razón. Es la clave de un crucigrama, pero no llego a entender…
– Será mejor que nos marchemos -dijo el padre de Will interrumpiendo las disquisiciones-. Debemos darnos prisa si no queréis perder el tren.
Una vez a bordo del vagón, Will vio que TC se ponía manos a la obra. Se mordió las uñas, dobló las piernas y finalmente se masajeó las sienes una y otra vez; luego, cogió la libreta de notas de Will y se lanzó a una serie de intentos de descifrado, escribiendo las palabras al revés, invirtiendo su orden. Nada.
De vez en cuando preguntaba a Will y, entre los dos, intentaban desentrañar el hilo lógico de los acontecimientos y los enigmas que habían recibido. Fueron adelante y atrás, intentando hallar alguna pista que se les hubiera pasado por alto.
Al final, mientras traqueteaban entre Flatbush Avenue y Forest Hills, a TC se le ocurrió algo.
– Funciona como las claves de los crucigramas que a mí me gustaba resolver cada vez que venías con uno de tus periódicos. -Will tuvo una visión momentánea de ellos dos en su cuarto de la universidad, desperezándose una mañana cualquiera de domingo-. Cuando dice «descubierto en» se refiere a un código para un anagrama, una de esas desfiguraciones de palabras, como cuando significa «escondido en». Por lo tanto, el huerto frutal de alguna manera está en el «Primers' domaim.
– ¿En esas dos palabras?
– Sí. «Primers' domain» es un anagrama.
– Un anagrama ¿de qué?
– De «Pardes Rimonim». Significa en hebreo el «jardín de las granadas», un huerto frutal. -TC sonreía.
– Vale, pero ¿dónde demonios está?
– Eso lo averiguaremos enseguida.