Lunes, 00.13 h, Manhattan
El primer impulso de Will fue observar. Estaba acostumbrado a hacerlo y a esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, de modo que tardó unos segundos en darse cuenta de que en esa ocasión no podía limitarse a mirar. No le quedaba más remedio que seguir al merodeador. Tenía que ser prudente. No había nadie a la vista, y su presa no tardaría en fijarse en él, de modo que se mantuvo a cierta distancia y anduvo lo más silenciosamente que pudo. Maldijo los zapatos de cuero negro que se había puesto: eran demasiado ruidosos. Intentó que las suelas golpearan la acera con la mayor suavidad posible.
Sin embargo, el hombre que iba delante parecía tener prisa: caminaba rápidamente por Henry Street. No corría, pero el vivo paso que llevaba no le permitía mirar hacia atrás. Aquello animó a Will, que se atrevió a reducir el terreno que los separaba en una manzana de distancia.
El hombre llevaba una bolsa de cuero negra cruzada en bandolera. Su aspecto era pulcro, y se movía con agilidad. Will no era ningún experto, pero no le habría sorprendido que ese individuo tuviera algún tipo de relación con los cuerpos militares.
En ese momento cruzó las calles Clinton y Jefferson. ¿Adónde se dirigía, hacia algún vehículo para escapar? Si así era, ¿por qué no lo había cogido antes? Quizá iba hacia la estación de metro. Will maldijo sus escasos conocimientos de Nueva York: no tenía ni idea de dónde había una estación en los alrededores.
De repente, y sin previo aviso, el hombre miró hacia atrás. Will vio el movimiento de su cabeza y, sin pensarlo siquiera, se ocultó en el portal del edificio ante el que pasaba, al tiempo que se metía la mano en el bolsillo y sacaba las llaves. Lo único que aquel hombre podía haber visto era a un anónimo ciudadano que se disponía a entrar en su casa. El desconocido siguió caminando, y Will dejó escapar de golpe el aliento que había contenido.
El sujeto giró a la derecha, y Will se desplazó para apartarse de su campo visual.
– Eh, Ashley, ¿tienes mi teléfono?
Will no las había visto llegar, pero allí estaban, justo delante de él: tres quinceañeras negras que ocupaban toda la acera. Will intentó esquivarlas, pero las chicas iban en busca de diversión.
– ¿Tienes prisa, guapo? ¿No te gusta nuestro aspecto? ¿No crees que estamos fabulosas? -dijo una mientras las otras se partían de risa.
Will miró por encima de sus cabezas y vio que su presa tomaba una calle lateral hacia East Broadway. Ya casi no podía distinguirlo.
– ¡Estoy aquí, cariño! -La jefa del grupo agitaba la mano ante el rostro de Will.
De haber sido neoyorquino, se las habría quitado de delante con un «¡Dejadme pasar, joder!», pero incluso en ese momento, cuando pretendía evitar un asesinato en plena noche, seguía siendo un caballero inglés.
– Perdonad, dejadme pasar, por favor.
Dicho lo cual, rodeó a Ashley y a sus amigas mientras oía más comentarios y exclamaciones a su espalda.
– ¡Mi amiga dice que te dé su número!
Will echó a correr en un desesperado intento de atrapar a su presa. Llegó al cruce, giró a la derecha y miró a derecha e izquierda de la calle en busca de su objetivo. Una pareja estaba besándose en un portal, pero ni rastro del merodeador. Lo único que veía eran edificios que no eran viviendas. El hombre debía de haberse metido en uno de ellos. No había podido llegar a East Broadway; de lo contrario, Will lo habría visto.
Aminoró el paso, mirando por encima del hombro, consciente de que aquello era exactamente como meterse en una emboscada. Tras una veintena de pasos, decidió abandonar. Era evidente que había perdido la pista de su presa y que esta, seguramente, había escapado metiéndose en alguno de los edificios que flanqueaban la calle. Will se encontraba lo bastante cerca para verlos. Uno era la iglesia de Jesús Renacido; pero el otro era una sinagoga que dependía de los hasidim de Crown Heights.