12

– Nosotros no… -Charlie intenta decir algo, pero no puede.

Mi garganta se cierra y tengo la sensación de haberme tragado la lengua.

– ¡Atrás! -grita el agente con cuello de toro, adentrándose en la caverna.

Mientras retrocedemos lentamente siento las piernas como si fuesen de gelatina. Miro a Charlie pero eso no hace más que empeorar las cosas. Su cara está blanca como la harina y tiene la boca completamente abierta. Como yo, lo único que pueda hacer es mirar fijamente el arma.

– Oficial… -balbuceo.

– ¡Agente! -me corrige el hombre con cuello de toro.

– Lo siento… yo sólo…

– Tú debes de ser Oliver.

– ¿Cómo sabe…?

– ¿Realmente pensabas que podías salir dos veces del banco sin que te siguieran?

– ¿Qué coño estás haciendo, Gallo? -grita Shep-. Estaba a punto de llevarles. Sólo necesitaba…

– ¡No me vengas con esa mierda! -ladra Gallo y Shep se queda en silencio. Antes de que podamos reaccionar, Gallo se coloca entre Charlie y yo, con sus hombros nos obliga a separarnos. No demasiado apartados. Sólo lo suficiente para apuntar a Shep con su pistola-. No soy imbécil, Shep -dice Gallo-. ¡Sé lo que estabais tramando!

Dios mío, él piensa que nosotros…

– No es lo que parece -tartamudeo cuando Gallo se vuelve hacia mí-. ¡Estábamos a punto de regresar al banco! Lo juro, allí es donde…

– Basta -me interrumpe Gallo. Tiene un fuerte acento de Boston que no se disculpa por ninguna sílaba-. Se acabó, Oliver. ¿Lo entiendes? -Ni siquiera espera una respuesta-. Lo único que puede mejorarte el día es si nos ahorras un dolor de cabeza y nos dices dónde habéis escondido el dinero.

Es una pregunta sencilla. Revelar el secreto, entregar el dinero y dar el primer paso para recuperar nuestras vidas. Pero la forma en que Gallo ha hecho la pregunta… la ira contenida en su voz… la forma en que aprieta los dientes… cualquiera diría que tiene un interés personal. He visto suficientes acuerdos de divorcio para saber que se está cociendo algo.

Miro a Charlie, quien mueve ligeramente la cabeza. El también lo ha visto.

– Oliver, no es momento de hacerse el héroe -me advierte Gallo-. Ahora te lo preguntaré una vez más: ¿Dónde habéis escondido el dinero?

– ¡No se lo digas! -grita Shep.

– ¡Cierra la boca! -exclama Gallo.

– ¡Cuando se lo hayas dicho, no nos quedará nada! -continúa gritando Shep-. ¡Es nuestra única baza para negociar!

– ¿Quieres ver una baza para negociar? -explota Gallo con el rostro encendido de ira. Parado entre Charlie y yo, levanta el arma y apunta directamente a Shep.

– Venga, debes estar de broma -dice Shep.

– ¿Qué hace? -pregunta Charlie, dando un paso hacia adelante.

– ¡No te muevas! -grita Gallo, volviendo el arma hacia el rostro de Charlie. Mi hermano retrocede con las manos alzadas-. DeSanctis… -grita Gallo al agente rubio que está junto a la puerta.

– Le estoy apuntando -dice DeSanctis, apuntando con su pistola directamente a la espalda de Charlie.

Incapaz de volverse, Charlie me mira para tener una perspectiva de lo que sucede a sus espaldas.

«No te muevas», le digo con la mirada.

«No se lo digas», me responde él. Trata de mostrarse fuerte, pero veo la forma en que respira. Le falta aire.

– Es tu última oportunidad, Oliver -advierte Gallo-. Dime dónde está el dinero o empezaremos con Shep y continuaremos con tu hermano.

Charlie y yo nos miramos. Ninguno dice nada.

– Es un farol -dice Shep-. Nunca haría algo así.

Gallo sigue apuntando a Shep, pero no aparta la vista de mí.

– ¿Estás seguro de que quieres correr ese riesgo, Oliver?

– Por favor, baje el arma… -imploro.

– No te dejes engañar -dice Shep-. Son del servicio secreto, no asesinos. No van a matar a nadie. -Se vuelve hacia el agente rubio que permanece junto a la puerta y añade-. ¿No es verdad, DeSanctis? Todos conocemos el procedimiento.

Gallo mira a DeSanctis, quien le devuelve uno de esos gestos imperceptibles con la cabeza que yo habitualmente reservo sólo para mi hermano. Conozco ese gesto. Comienzan a formarse nubes de tormenta. Aquí hay mucho más que un poco de dinero perdido.

Sin abrir la boca, Gallo quita el seguro de la pistola.

– Venga, Jim -dice Shep echándose a reír-. La broma ha terminado…

Pero como todos comprendemos al instante, Gallo no se ríe. Coge con fuerza la pistola y su dedo se desliza sobre el gatillo.

– Estoy esperando, Oliver.

Estoy completamente paralizado; tengo la sensación de que alguien se ha sentado en mi pecho. Me cuesta respirar. Si no hablo, apretará el gatillo. Pero como dijo Shep… si entrego el dinero, perdemos nuestra única posibilidad. Genial… es mejor que jugar con nuestras vidas.

– ¡Díselo! -grita Charlie.

– ¡No se lo digas! -me advierte Shep. Volviéndose hacia Gallo, añade-. ¿Podemos acabar con esto de una vez? Quiero decir, ya nos has cogido, ¿qué otra cosa esperas…?

Los dos hombres están frente a frente y Gallo esboza una leve sonrisa.

La expresión de Shep cambia por completo. Está muy pálido. Como si hubiese visto a un fantasma. O a un ladrón.

– Quieres quedarte con el dinero, ¿verdad? -dice.

Gallo no contesta. Sólo le apunta.

– ¡No lo haga! -le mego-. ¡Le diré dónde está el dinero!

– ¿O sea que toda esa pasta era vuestra? -pregunta Shep-. ¿Quién te metió en esto? ¿Lapidus? ¿Quincy?

Pero la respuesta no llega. Gallo se humedece los labios.

– Adiós, Shep.

– Jimmy, por favor… -implora y su voz se quiebra-. Tú no… -No puede articular las palabras. Grande y corpulento como es, todo su cuerpo tiembla. Tiene los ojos llenos de lágrimas-. No en la cab…

– ¡No…! -grita Charlie.

Gallo no vacila. Simplemente aprieta el gatillo.

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