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– ¿Qué? -preguntó Gallo. Sujetando el móvil entre el hombro y la oreja, DeSanctis y él viajaban a toda pastilla por la I-95-. ¿Estás seguro?

– ¿Por qué iba a mentirte? -le preguntó su socio en el otro extremo de la línea.

– ¿Realmente quieres que te conteste a eso?

– Oye, ya te he dicho que lo sentía.

– No me jodas con que lo sientes -replicó Gallo-. ¿Realmente pensaste que no te veríamos? ¿Que podrías escabullirte sin que pudiésemos echarte un buen vistazo?

– No me estaba escabullendo a ninguna parte. Sólo estábamos reaccionando lo más deprisa que podíamos. Conseguimos reunirlo casualmente en unas seis horas, y una vez que lo tuve, ya os habíais marchado.

– Aun así, él debería haber llamado.

– ¿Quieres hacer el favor de parar con la rutina de la madre culpable -le rogó su socio-. Dijo que ya habías pasado por esto… una vez que Oliver y Charlie encontraron lo que había en ese mando a distancia, era mejor que apagáramos el fuego. Después de todo lo que ha pasado, lo último que necesitamos es quemarnos por un cabo suelto.

– De todos modos debería haberme llamado, especialmente cuando está cómodamente sentado sobre su culo en Nueva York.

– No, no, no… ya no está allí. Salió en un vuelo a primera hora de la mañana.

– ¿De verdad? -preguntó Gallo mientras la autopista interestatal de Florida pasaba volando junto a su ventanilla-. ¿De modo que está cerca?

– Tan cerca como puede estarlo. Pero si hace que te sientas mejor, la próxima vez enviaremos a un Hallmark.

– En realidad, tendrían que enviárselo a DeSanctis. Es a él a quien le machacaron la cabeza.

– Sí… lo lamento…

– Seguro que sí -dijo Gallo fríamente. Volviéndose hacia DeSanctis señaló el cartel de la autopista de Florida.

– ¿Estás seguro? -susurró DeSanctis y Gallo asintió.

– Escucha, tengo que darme prisa. Estos días estoy muy solicitada.

Gallo puso los ojos en blanco.

– ¿De modo que estás segura de que se dirigen a Disney World? -preguntó.

– Allí es donde están las copias de seguridad -contestó ella-. Y el único lugar que queda donde Oliver y Charlie aún pueden probar lo que sucedió realmente.

Gallo apretó con fuerza el teléfono mientras pensaba en esas cintas.

– Aún no comprendo por qué no les apretamos las clavijas ahora y nos ahorramos un dolor de cabeza.

– Porque a diferencia de lo que dice la porción de macho de tu cerebro, torturarles no es la forma de llegar hasta el dinero.

– ¿Y cuál es la forma que propones?

– Pronto la averiguaremos -dijo Gillian mientras su voz se convertía en un susurro-. Unas pocas horas para ser exactos.

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