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– Aquí tenéis -dice Oz, golpeando el pecho de Charlie con un sobre azul y blanco de la Continental Airlines. Abro el mío; Charlie hace lo mismo con el suyo. Vuelo 201. Esta noche, directo a Miami.

– ¿No nos habrá puesto el uno junto al otro, ¿verdad? -pregunto.

Oz me atraviesa con la misma mirada acaso-te-parezco-un-imbécil que habitualmente recibo de Charlie. Aun así, no es momento de correr riesgos.

– 25C -le digo a mi hermano.

El mira su billete.

– 7B. -Volviéndose hacia Oz, Charlie añade-. Me ha metido en uno de los asientos del medio, ¿verdad?

Oz pone los ojos en blanco. Ese ha sido siempre el mejor truco de magia del amplio arsenal de Charlie. Hacer que sigan hablando. Inclinándose hacia la máquina de plastificar que está sobre una pila de cajas, Oz recoge el envoltorio de papel metalizado y lo abre.

– ¿Se acuerdan de aquellos documentos de identidad lamentablemente falsificados que les permitían comprar cerveza cuando estaban en el instituto? -fanfarronea-. Bueno, pues aquí tienen una obra maestra…

Como un policía que muestra su placa en un segundo, Oz agita la tarjeta plastificada ante nuestras narices. No hay duda de que se trata de un perfecto permiso de conducir de Nueva Jersey, con mi fotografía y mi flamante nuevo pelo negro.

– Excelente -dice Charlie.

Oz nos dice que debemos elegir nombres que resulten fáciles de recordar. Charlie elige Sonny Rollins, maestro y leyenda del jazz. El mío será Walter Harvey, primero y segundo nombres de mi padre. Física y nominalmente Charlie y yo hemos dejado de ser hermanos.

Charlie besa su fotografía.

– Mmmmmmm, mmmmm… qué niño tan adorable…

– Pero no son documentos infalibles -nos advierte Oz con su mejor acento de Hoboken-. Como acostumbro a decirle a lodo el mundo, no tienten demasiado la suerte con este documento de identidad. Puede meterles en el avión… y tal vez en un motel… pero sólo les llevará tan lejos como…

– ¿Qué quiere decir? -le interrumpo.

– Es sólo la forma en que gira el mundo -explica Oz-. No importa lo rápidos que piensen que son, hay tres cosas que siempre acaban delatando: el ego, la codicia y el sexo. -Consciente de que tiene toda nuestra atención, su voz aguda se acelera-. El ego: te vas de la lengua con el camarero; eres un pelmazo con el maître. Así es como un tío en el restaurante se acuerda de ti y le da tus señas a la policía. La codicia: te compras un reloj grande y caro; te comes cinco langostas en una cena. Así es como reconocerá tu foto el tío que está detrás de la barra. Y el sexo: chico, ésa es la razón de que todos los tópicos sean ciertos. No hay nada como una mujer despechada.

– ¿Ve este pelo rubio oxigenado? -pregunta Charlie, señalándose la cabeza-. ¿Y su horrible nido de mirlos? -añade, señalándome-. A partir de este momento, las mujeres son la menor de nuestras preocupaciones.

– Entonces incluyendo el viaje y todo lo demás -interrumpo- ¿cuánto tiempo cree que tenemos antes de que la gente descubra que nos hemos largado de la ciudad?

Oz se vuelve hacia el ordenador y examina el permiso de conducir falso de Charlie, que sigue mirándonos desde la pantalla.

– Es difícil decirlo -contesta Oz mientras el tono de su voz se vuelve más grave-. Según de quién estén huyendo.

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