45

Cuando Charlie estaba en el instituto le encantaba caminar por las calles desiertas a las dos de la madrugada. El vacío del silencio. La resaca de la oscuridad a la vuelta de cada esquina. El noble poder de ser el último hombre en pie. Solía disfrutar intensamente de aquellos momentos. Ahora lo odia.

Cuando regresamos velozmente a nuestro apartamento, no baja de las aceras, se pierde debajo de las filas de palmeras y, cada pocos pasos, mira ansiosamente por encima del hombro.

– ¿A quién buscas? -le pregunto.

– ¿Qué tal si bajas un poco la voz? -dice en un susurro apenas audible-. No pretendo ofenderte, pero quiero ver si ella nos sigue.

– ¿Quién, Gillian? Ella ya sabe dónde nos alojamos.

– Muy bien, entonces supongo que no hay nada por lo que debamos preocuparnos…

– Te estás comportando como un paranoico.

– Escucha, Ollie, sólo porque hayas encontrado un nuevo motivo para estar contento no significa que puedas desconectar tu cerebro.

– ¿Es eso lo que estoy haciendo? ¿Desconectar mi cerebro?

Cruzo la calle, harto de esas discusiones. Y de los celos.

– Vuelve aquí, Ollie -me reprende, haciendo señas hacia la acera.

– ¿Quién te ha nombrado mamá? -pregunto. Hace una mueca; me encanta fastidiarle. En el cielo la luna está casi llena, pero Charlie no se molesta en alzar la vista-. ¿Por qué te comportas de ese modo con Gillian?

– ¿Por qué crees tú que lo hago? -pregunta Charlie, volviendo a mirar por encima del hombro-. ¿Acaso no viste esa capa de polvo en su dormitorio?

– ¿Y eso es lo que ha hecho que tengas avispas en el culo? ¿Que Gillian no toque su mesilla de noche?

– No se trata solamente de la mesilla de noche, es el cuarto de baño y los armarios y los cajones y todo lo demás que revisamos… Si te mudaras a la casa de tu padre muerto, ¿conservarías sus cosas por todas partes?

– ¿Acaso no oíste lo que dijo Gillian sobre dormir en el sofá? Además, a mamá le llevó un año…

– No me hables de mamá. Gillian lleva viviendo en esa casa más de un mes y parece que se hubiese mudado la semana pasada.

– Ah, ¿de modo que ahora ella está actuando contra nosotros? -pregunto.

– Lo único que te digo es que Gillian sólo tiene un poco de ropa y una docena de obras de arte moderno, pinturas de neoplástico desgarrado. ¿Dónde diablos está el resto de su vida? Sus muebles, su colección de discos; después de todo este tiempo, ¿me estás diciendo que no tiene su propio televisor?

– No estoy diciendo que ella no tenga sus peculiaridades, pero eso es lo que ocurre cuando tratas con un artista…

En ese momento, Charlie está a punto de explotar.

– Hazme un favor, no la llames artista. Colocar papel de calco sobre una vieja pintura de Mondrian no convierte en artista a nadie. Además, ¿has mirado sus uñas? Esa chica no ha pintado en toda su vida.

– ¿Ahora resulta que eres una autoridad en todo lo que al arte se refiere? Eso se llama lavarse las manos, Charlie… es un concepto asombroso. Y tú estás furioso simplemente porque ella te está derrotando en tu propio juego.

– ¿De qué diablos estás hablando?

– Ya has visto cómo vive… el hecho de que sea feliz con lo básico… que no necesite participar en la carrera… ¿Comienza a sonarte familiar? Incluso cuando vino a buscarnos; Gillian no se enfurece, es como si se limitara a mirar a través de ti, como si no le temiese a nada.

– Los asesinos con hacha tampoco le temen a nada.

– ¿Quieres dejarlo ya, por favor? -le ruego mientras giramos hacia nuestra manzana-. Tú eres quien siempre está diciendo que no tengo ningún sentido de la aventura. ¿Preferirías que saliera con alguien como Beth?

– ¿Salir? Tú no estás saliendo con Gillian… ni siquiera estás cortejándola. No sois más que dos personas en una situación extrema y que, casualmente, están una junto a la otra. Es como enamorarse en un viaje de adolescentes, sólo que sin las canciones de James Taylor.

– Puedes hacer todos los chistes que se te ocurran, pero los dos sabemos que detestas que alguien te desafíe cuando asumes tu papel de Señor Disconformidad. Es la misma razón por la que jamás te uniste a una banda… te sientes amenazado siempre que percibes la más mínima posibilidad de competencia.

– Ah, ahora lo entiendo, ¿crees que de eso se trata? ¿De una especie de competición? Puedes quedarte con ella, Ollie. Es toda tuya. Pero será mejor que lo sepas, no se trata de ninguna competición, sino de: divide y vencerás. Y eso es precisamente lo que Gillian está haciendo.

– ¿Cómo puedes decir eso?

Después de comprobar la manzana por última vez, Charlie cruza la calle, abre la puerta de metal y corre a través del césped que conduce a nuestro apartamento. Ambos permanecemos en silencio hasta que hago girar la llave y entramos. El olor al producto insecticida es lo primero que nos golpea.

– Sigue siendo mejor que estar en casa de Gillian -dice Charlie, olfateando el aire.

– Ni siquiera la conoces -digo, desafiándole.

– Eso no significa que no tenga vibraciones -replica Charlie, quitándose los zapatos y la ropa para meterse en la cama.

– Vaya, perdóname, no me había dado cuenta de que estabas en plena búsqueda de tu Buda interior. Cuando se trata de las vibraciones de la gente eres como una de esas varillas que se usan para descubrir la presencia de agua subterránea.

– ¿Quieres decir que no lo soy?

– Lo único que digo es que no fui yo quien le prestó su amplificador favorito a un completo desconocido y después vio cómo lo canjeaba eñ una casa de empeños de mala muerte en Staten Island.

– En primer lugar, ese amplificador era viejo y, de todos modos, necesitaba uno nuevo. En segundo lugar tengo un nombre propio del tamaño del Gran Cañón para ti: Ernie. Della. Costa.

– ¿Ernie Dellacosta? -pregunto-. ¿El antiguo novio de mamá?

– Durante siete meses y medio interminables -añade Charlie-. ¿Recuerdas lo que ocurrió la primera vez que mamá le trajo a casa para que le conociéramos? Era un tío respetuoso y amable e incluso logró comprar mi amor trayendo Delicias de Pollo para la cena. Pero le odié en el mismo instante en que le arrebaté de las manos ese cubo de cartón con alas de pollo. Odiaba su peinado ondulado… Odiaba sus falsos zapatos de diseño… y durante todo el tiempo que estuvo saliendo con mamá odié a ese hombre como si fuese veneno. ¿Y sabes qué? Yo tenía razón.

Paso junto a él, me inclino en el fregadero y me lavo la cara. Se produce una pequeña discusión, pero Charlie me esquiva hábilmente y regresa rápidamente al futón. Voy tras él, dispuesto a no dar por zanjada la cuestión.

– Muy bien, ¿quieres recordar el resto de la realidad?, mientras tú estabas rascando tu guitarra…

– Es un bajo.

– Lo que sea… mientras tú te dedicabas a rascar tu guitarra y a vivir en la Tierra de la Fantasía, Ernie Dellacosta también era el tío que me consiguió ese trabajo con Moe Guinsburg durante mi primer año en la universidad. Si no hubiera sido por él no habría tenido dinero para continuar estudiando en la Universidad de Nueva York.

– Sabes, he olvidado todo lo relativo a esos trabajos de dependiente. Tienes razón, Ernie Dellacosta fue realmente una fuente de inspiración para todos nosotros -dice con una cucharada extra de sarcasmo.

– ¿Qué se supone que significa eso? -pregunto.

– Nada. Olvídalo.

– No, no practiques conmigo esos juegos pasivo-agresivos. Dime lo que estás pensando.

Charlie permanece en silencio, lo que significa claramente que está ocultando algo.

– Déjalo -dice finalmente.

– ¿Que lo deje? Pero si estabas muy cerca de decir una de tus verdades fundamentales. Venga, Charlie, estamos todos intrigados. Es evidente que sacaste el tema de Dellacosta por alguna razón, ¿cuál es tu problema entonces? ¿Que le hice la pelota para que me ayudara a conseguir un trabajo? ¿Que me reía a carcajadas con sus chistes de imbécil? ¿Qué me comportaba como todo el mundo en la Norteamérica de clase obrera y que me pelé el culo para dejar de preocuparme algún día por los acreedores que llamaban a casa y me acosaban hasta quedarse con los últimos cuarenta dólares que tenía en mi cuenta corriente? Dime qué es lo que te molestaba tanto.

– ¡Tú! ¡Tú y tus continuas quejas por tu pobre estilo de vida! -estalla Charlie-. ¡Esto no tiene nada que ver contigo, Oliver, y si alguna vez te pararas a pensar en ello, quizá pudieras darte cuenta de las cosas que pasan debajo de tu jodido techo!

– ¿De qué estás hablando?

– Ese tío era un gilipollas, Ollie. Un completo gilipollas. ¿Acaso eso no hace que te preguntes por qué mamá estuvo saliendo con él durante todo ese tiempo?

– ¿A qué te refieres?

– ¿Sabías que le aterraba la posibilidad de que perdieras tu trabajo? ¿O que odiaba a Ernie desde el segundo mes, pero que le preocupaba que sin ese sueldo no pudieras llegar al final del semestre? Puedes enterrar tu pasado debajo de todo el curriculum que quieras, pero en casa era mamá la que soportaba los abusos.

Abro la boca, completamente perdido.

– ¿A qué te refieres con «abusos»? -pregunto.

– Vaya, aquí hay alguien que está usando su viejo acento de Brooklyn…

– ¿Qué abusos, Charlie? ¿Ernie le pegaba?

– Mamá nunca lo dijo, pero yo oía sus discusiones, ya sabes lo delgadas que son la paredes de casa.

– Esa no es la cuestión -insisto-. ¿Viste alguna vez que Ernie le pegara a mamá?

Por una vez, Charlie no se defiende.

– Entré en casa y los dos estaban en la cocina -comienza a decir-. Mamá lloraba; él usaba un tono de voz mucho más violento que cualquier otro que quisieras que usaran con tu madre. Se dio la vuelta para ver si yo retrocedía. Entonces le dije que si no se largaba de casa pensaba utilizar su laringe como cuerda de saltar a la comba. El llanto de mamá se volvió más desconsolado, pero no impidió que él se marchara de casa. Nunca volvimos a verle el pelo. Y ése era tu compañero el señor Deilacosta.

Tambaleándome en la baldosa donde estoy parado, siento que mi pecho está a punto de estallar. Me tiembla la barbilla y miro a Charlie como si jamás le hubiese visto antes. Durante todo este tiempo pensaba que yo había tenido que asumir la peor parte. Durante todo este tiempo estuve equivocado.

– Charlie, yo no sabía…

– No lo digas -me advierte, sin ganas de escucharme. Se mete en la cama, se da la vuelta y se cubre la cabeza con la manta velluda y sucia que encontramos en uno de los armarios. El olor a cigarrillo que desprende la manta debe de ser mucho peor que la peste a insecticida, pero está claro que para Charlie es mucho mejor que hablar conmigo-. Sólo recuerda lo que te he dicho acerca de Gillian -dice antes de desaparecer debajo de las sábanas-. Divide y vencerás, así es como funciona siempre.

Загрузка...