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Detenida en un atasco de tráfico en Broward Boulevard, Joey extendió la mano hacia el asiento del acompañante, buscó dentro de su bolso y sacó la fotografía en la que aparecían Duckworth y Gillian. A primera vista eran papá y su hija, felices y despreocupados. Pero ahora que ella miraba la fotografía bajo una nueva luz, ahora que ella sabía…

«Maldita sea, es un error de novato», se dijo mientras golpeaba con fuerza el volante. Sostuvo la foto a un palmo de su nariz y no alcanzó a comprender cómo no lo había visto antes. No eran sólo las proporciones desiguales, sino que hasta las sombras eran asimétricas. Duckworth tenía la sombra en el lado izquierdo del rostro; Gillian la tenía en el derecho. Un trabajo hecho deprisa, decidió. Deprisa pero aun así lo bastante correcto como para pasar desapercibido.

Logró aparcar en una zona libre junto a una galería comercial, abrió el ordenador portátil y buscó las fotografías digitales de las oficinas del Banco Greene que había tomado el primer día. De Oliver, Charlie, Shep, Lapidus, Quincy e incluso de Mary. Las repasó una a una, examinando…

– Jodidos cabrones -musitó en cuanto lo vio. Se inclinó hacia la pantalla sólo para asegurarse de que estaba en lo cierto. El pelo era de un color diferente y estaba estirado, pero no había error posible. Allí estaba. Una simple instantánea. Justo delante de sus ojos todo el tiempo.

Joey pisó el acelerador y levantó una nube de polvo a sus espaldas. Su mano fue directamente al teléfono. Marcación rápida.

– Aquí Noreen.

– Necesito que me busques un nombre -dijo Joey.

– ¿Has conseguido algo nuevo?

– En realidad, algo viejo -dijo Joey mientras el coche volaba hacia las oficinas de Neowerks-. Pero si las fichas del dominó coinciden, creo que finalmente tengo la verdadera historia de Gillian Duckworth.

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