35

– ¿Es su padre? -pregunta Charlie. -¿O sea que está vivo? -añado.

La mujer nos mira a ambos, pero sigue concentrada en mí. -Lleva muerto seis meses -dice casi con demasiada tranquilidad-. ¿Qué es lo que querían de él?

Su voz es aguda, pero fuerte, no parece intimidada en absoluto. Avanzo un par de pasos; ella permanece inmóvil.

– ¿Por qué mintió con respecto a quién era? -le pregunto. Ante nuestra sorpresa, ella sonríe divertida y frota el pie sobre la hierba. Entonces me doy cuenta de que está descalza.

– Es curioso, estaba a punto de hacerles la misma pregunta.

– Podría habernos dicho que era su hija -le acusa Charlie.

– Y ustedes podrían haber dicho por qué le buscaban.

Mordiéndome el labio inferior, reconozco una situación de tablas cuando veo una. Si queremos información, tenemos que ofrecerla.

– Walter Harvey -digo, extendiendo la mano y mi nombre falso.

– Gillian Duckworth -dice ella, estrechándola.

Al otro lado de la calle, el lechero cumple con su rutina diaria. Charlie oculta su machete detrás de la espalda y me hace señas.

– Eh… tal vez deberíamos llevar esto dentro…

– Sí… no es mala idea -digo, ocultando la pistola debajo de la camisa-. ¿Por qué no entra y toma una taza de café?

– ¿Con ustedes dos? ¿Después de haber sacado una pistola y un cuchillo de pirata? ¿Tengo aspecto de querer que mi fotografía aparezca en un envase de leche?

La mujer se da la vuelta para marcharse y Charlie me mira. «Ella es lo único que tenemos.»

– Por favor, no se vaya -digo, cogiéndola del brazo.

Ella se aparta de mí pero no levanta la voz en ningún momento.

– Me alegro de haberle conocido, Walter. Que tenga una buena vida.

– Gillian…

– Podemos explicarlo -grita Charlie.

Ella ni siquiera aminora el paso. El lechero desaparece en el apartamento de al lado. La última oportunidad. Consciente de que necesitamos la información, Charlie se lanza a tumba abierta.

– Pensamos que su padre pudo haber sido asesinado.

Gillian se para en seco y se vuelve, la cabeza erguida. Se aparta tres rizos negros de la cara.

– Concédanos sólo cinco minutos -le ruego-. Después podrá marcharse.

Arrancando una hoja del Manual de Negociaciones Obstinadas de Lapidus, me dirijo resueltamente hacia la puerta de nuestro apartamento y no le doy ninguna oportunidad de decir que no. Gillian está justo detrás de mí.


Cuando entro en nuestro apartamento espero que ella haga lina broma o al menos algún comentario sarcástico. Las paredes desnudas… las ventanas cubiertas con páginas de calendario… tiene que decir algo. Pero no lo hace. Como un gato que explora un territorio desconocido, Gillian recorre rápidamente la habitación principal. Sus brazos delgados se balancean a los lados del cuerpo; los dedos hurgan en los deshilachados bolsillos de sus vaqueros desteñidos. Le ofrezco la silla plegable junto a mí en la cocina. Charlie le ofrece el sofá. Ella se dirige hacia mí. Pero en lugar de sentarse en la silla, se impulsa con las manos hasta quedar sentada sobre la encimera blanca de formica. Sus pies descalzos cuelgan fuera del borde. Mi mirada se entretiene demasiado y Charlie se aclara la garganta. «Venga, por favor», me dice con la mirada. «Como si nunca hubieras estado en un vestuario de chicas.»Sacudo la cabeza y vuelvo a concentrarme en Gillian.

– Nos estaba contando que su padre… -comienzo a decir.

– En realidad, no les estaba contando nada -responde ella-. Sólo quiero saber por qué piensan que fue asesinado.

Miro a Charlie. «Ten cuidado», me advierte con un leve movimiento de la cabeza. Pero incluso él se da cuenta de que debemos empezar por alguna parte.

– Hasta ayer ambos vivíamos en Nueva York, trabajábamos en un banco -comienzo a decir con voz insegura-. El viernes, estábamos revisando unas cuentas antiguas…

– … y nos topamos con una a nombre de Marty Duckworth -me interrumpe Charlie, ya en pleno vuelo. Estoy a punto de interrumpirle a mi vez, pero cambio de opinión. Ambos sabemos quién miente mejor-. Por lo que sabemos, la cuenta de su padre había conocido tiempos mejores… Se trataba de una antigua cuenta abandonada en el sistema. Pero una vez que dimos con ella, y una vez que informamos del hallazgo al jefe de Seguridad del banco, bueno… ayer éramos tres los que huíamos. Hoy sólo quedamos dos.

Incapaz de acabar la historia, Charlie desvía la mirada y se queda en silencio. Aún está afectado por todo lo que nos ha sucedido. Y cuando revive lo ocurrido, es evidente que aún oye a Shep… cayendo sobre las tablas de madera. Los ojos de mi hermano lo dicen todo. «¿Dios, por qué hicimos algo tan estúpido?»Charlie mira a Gillian, que le mira fijamente. No lo había advertido antes, pero ella raramente aparta la vista. Siempre está mirando. Sus ojos se encuentran y, sólo entonces, ella parece ceder. Sus pies ya no se balancean. Está sentada sobre las manos, absolutamente inmóvil. Lo que sea que haya visto en mi hermano, es algo que conoce demasiado bien.

– ¿Se encuentra bien? -le pregunto.

Gillian asiente, incapaz de hablar.

– Lo sabía… lo sabía…

– ¿Sabía qué?

Al principio titubea, se niega a contestar. Seguimos siendo dos completos desconocidos. Pero cuanto más tiempo permanecemos sentados allí… más comprende que estamos tan desesperados como ella.

– ¿Qué sabía? -insisto.

– Que algo no estaba bien, lo supe en el momento en que recibí el informe. -Al ver la confusión en nuestros rostros, se explica-. Hace seis meses, como cualquier otra mañana, me estaba sirviendo unos cereales y, de pronto, suena el teléfono. Me dicen que mi padre ha muerto en un accidente de bicicleta, que estaba dando un paseo por Rickenbacker Causeway cuando un coche se desvió de su carril… -Se mueve en su improvisado asiento al revivir el recuerdo. Después de volver a enterrarlo, nos pregunta-. ¿Han visto alguna vez el Rickenbacker?

Sacudimos la cabeza simultáneamente.

– Es un puente tan empinado como una pequeña montaña. Cuando tenía dieciséis años, era una subida muy dura. Mi padre tenía sesenta y dos años. Tenía problemas para circular por la carretera asfaltada que bordea la playa. Es imposible que estuviese pedaleando en el Rickenbacker.

Los tres nos quedamos en silencio. Charlie es el primero en reaccionar.

– ¿Los policías…?

– El día después del accidente fui a su casa a recoger el traje con el que iba a ser enterrado. Cuando abrí la puerta, el lugar parecía haber sido arrasado por un huracán. Los armarios rotos… los cajones vaciados… pero que yo sepa sólo se llevaron el ordenador. Pero lo mejor de todo es que, en lugar de enviar a la policía, el robo fue investigado por…

– El servicio secreto -digo.

Gillian se vuelve con una mirada de reojo.

– ¿Cómo lo sabe?

– ¿Quién cree que nos persigue?

Eso es todo lo que se necesita. Igual que hizo con Charlie, Gillian clava su mirada en mí. No puedo asegurar si está buscando la verdad o sólo una conexión. En cualquier caso, la ha encontrado. Sus ojos azules me atraviesan.

Charlie tose ruidosamente.

– ¿Qué cree que estaban buscando? -pregunta.

– ¿Quién? ¿Los tíos del servicio secreto? -pregunto.

– Por supuesto, el Servicio.

– Nunca lo supe -explica Gillian con la voz aún suave y perdida-. Cuando llamé a su oficina en Miami, me dijeron que no tenían constancia de ninguna investigación. Les dije que había conocido a los agentes pero, sin los nombres, no había nada que pudieran hacer para ayudarme.

– ¿De modo que eso es todo? ¿Usted simplemente tiró la toalla? -pregunta Charlie-. ¿No se le ocurrió pensar que todo lo ocurrido era un poco extraño?

– ¡Charlie…!

– No, tiene razón -dice Gillian-. Pero tienen que entenderlo, cuando se trataba de los negocios de mi padre, los secretos formaban parte del juego. Así era él.

Charlie la mira fijamente, pero yo asiento para tranquilizarla. Cuando se trata del imbécil de nuestro padre, yo he sido capaz de perdonar. Charlie jamás olvida.

– Está bien -digo-. Sé lo que se siente.

Cuando extiendo la mano para tocarle el brazo, el tirante del sujetador cae por debajo de la camiseta sin mangas y le rodea el hombro. Vuelve a colocarlo en su sitio con un movimiento de perfecta elegancia.

– Muy bien, espere un segundo -interrumpe Charlie-. Aún no me aclaro con respecto a las fechas. Su padre murió hace seis meses, ¿verdad? ¿Eso ocurrió justo después de que se marchara de Nueva York?

– ¿Nueva York? -pregunta Gillian, desconcertada-. El nunca vivió en Nueva York.

Charlie me mira y estudia la expresión de Gillian.

– ¿Está segura de eso? ¿Su padre nunca tuvo un apartamento en Manhattan?

– No que yo sepa -dice ella-. Solía viajar a Nueva York de tanto en tanto. Sé que estaba ahorrando dinero para viajar el último verano, pero, aparte de eso, mi padre vivió en Florida toda su vida.

«Toda su vida.» Las palabras rebotan como proyectiles dentro de mi cerebro. No tiene sentido. Durante todo este tiempo pensamos que estábamos buscando a un neoyorquino que había hecho dinero y se había trasladado a Florida. Y ahora descubrimos que era un tío de Florida que apenas si podía permitirse los escasos viajes que había realizado a Nueva York. Marty Duckworth, ¿en qué diablos estabas metido?

– Por favor, ¿alguien puede decirme qué pasa? -pregunta Gillian mientras sus ojos se mueven nerviosamente entre nosotros.

Le hago una seña a Charlie; él asiente. Es hora de darle otra pieza del rompecabezas. A Charlie le lleva diez minutos explicarle todo lo que sabemos del destartalado apartamento de su padre en Nueva York.

– No lo entiendo -dice ella, volviendo a sentarse sobre las manos-. ¿Tiene un apartamento en Nueva York?

– En realidad, si tuviese que adivinarlo, yo apostaría que era alquilado -le aclaro.

– ¿Cuánto tiempo ha dicho que estuvo fuera el último verano? -pregunta Charlie.

– No lo sé -farfulla Gillian-. Dos semanas y media… quizá tres. Yo nunca prestaba demasiada… apenas nos veíamos cuando estaba aquí… -Su voz se desvanece y es como si hubiese recibido una cuchillada en el estómago. Su piel clara se vuelve blanco albino-. ¿Cuánto dijo que había en esa cuenta que encontraron? -pregunta.

– Gillian, no tiene por qué implicarse en…

– ¡Sólo dígame cuánto había!

Charlie respira profundamente.

– Tres millones de dólares.

Su boca casi golpea el suelo.

– ¿Qué? ¿En la cuenta de mi padre? Imposible. ¿Cómo podría…? -Se interrumpe bruscamente y los dientes de la rueda comienzan a girar velozmente… moviéndose entre todas las posibilidades. Todo el tiempo, aunque ha sido Charlie quien le ha dado la noticia, mantiene sus ojos fijos en mí-. Cree que por eso le mataron, ¿verdad? -pregunta finalmente-. Por algo que sucedió con ese dinero…

– Eso es precisamente lo que estamos tratando de averiguar -le explico, esperando que su cerebro siga en movimiento.

– ¿Conocía su padre a alguien en el servicio secreto? -pregunta Charlie.

– No lo sé -contesta Gillian, abrumada aún por las últimas noticias-. No estábamos muy unidos, pero… pero aun así yo creía que le conocía mejor que eso.

– ¿Conserva algunas de sus cosas en la casa? -pregunta Charlie.

– Sí… algunas.

– ¿Y las ha revisado alguna vez?

– Sólo un poco -dice ella y su voz comienza a elevarse lentamente-. ¿Pero el Servicio no habría…?

– Tal vez se les pasó algo por alto -le dice Charlie-. Tal vez hay alguna cosa que no vieron.

– ¿Por qué no echamos un vistazo juntos? -propongo. Es la oferta perfecta.

«Perfecto», Charlie sonríe.

No hago caso del cumplido; me siento culpable. Independientemente de cuánto pueda ayudarnos, sigue siendo la casa de su padre muerto. Lo he visto antes en su mirada. El dolor no la abandona.

Con un asentimiento dubitativo de Gillian, Charlie se levanta de su silla y yo le sigo a la puerta. Detrás de nosotros, Gillian sigue en la encimera de la cocina.

– ¿Se encuentra bien? -pregunto.

– Sólo quiero saber una cosa -dice-. ¿Creen realmente que ellos mataron a mi padre?

– Sinceramente, no sé qué pensar -digo-. Pero hace apenas veinticuatro horas vi cómo uno de esos tíos asesinaba a uno de nuestros amigos. Vi cómo apretaba el gatillo y vi cómo volvían sus armas hacia nosotros… todo porque encontramos una cuenta con el nombre de su padre en ella.

– Eso no significa…

– Tiene razón, eso no significa que le hayan asesinado -conviene Charlie-. Pero si no lo hicieron, ¿por qué no están aquí, tratando de dar con él?

A veces olvido cuán agresivamente agudo es Charlie. Gillian no tiene respuesta a eso.

Ella echa un último vistazo al apartamento y estudia cada detalle. La ausencia de muebles, las ventanas cubiertas con papel, incluso el machete oxidado. Si nosotros fuésemos los malos, ella ya estaría muerta.

Gillian baja lentamente de la encimera, se apoya en el suelo de linóleo con los pies descalzos y hace una breve pausa como si estuviese a punto de decir alguna cosa. Está tratando de no parecer angustiada, pero cuando su mano aferra el pomo de la puerta, ella aún necesita digerir todo lo que está pasando. Sin volverse, pronuncia nueve palabras.

– Será mejor que no se trate de una jugarreta.

Charlie y yo salimos del apartamento. Ella nos sigue. Aún no brilla el sol, pero pronto lo hará.

– Gillian, no se arrepentirá de esto -dice Charlie.

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