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Mi ojo se mueve cuando estoy nervioso. Sólo ligeramente, un leve aleteo, pero es lo bastante intenso como para confirmar que mi cuerpo está completamente trastornado. La mayoría de las veces consigo controlarlo tarareando el tema principal de Market Wrap o bien recitando el abecedario al revés, pero mientras me encuentro al final de la cola en el Aeropuerto Internacional de Newark, estoy demasiado pendiente de todo lo que hay a mi alrededor: la impaciente mujer de pelo castaño que está delante de mí, las quince personas que están delante de ella y, lo que es más importante, los detectores de metales al principio de la cola y la media docena de agentes de seguridad con los que me toparé dentro de treinta segundos.

Si el Servicio ha hecho correr la noticia, éste será el viaje más breve que hayamos hecho jamás, pero mientras la cola avanza lentamente, nada parece estar fuera de…

Mierda.

Al principio ni siquiera había reparado en él. Más allá de la cinta transportadora. El tío de espaldas anchas vestido con el uniforme de seguridad del aeropuerto. Lleva un detector de metales en la mano, pero la forma en que lo sostiene -como si fuese un bate de béisbol- delata que jamás ha tenido antes uno de esos detectores en las manos. Su postura… sólo los miembros del Servicio son tan grandes.

Cuando mira en mi dirección, bajo la cabeza para evitar el contacto visual. Diez personas delante de mí, Charlie gira la cabeza en todas direcciones, ansioso por relacionarse con alguien.

– Un día largo, ¿eh? -le dice a la mujer que se encarga de la máquina de rayos X.

– No se acaba nunca -responde ella con una sonrisa agradecida.

En un día normal, yo hubiese dicho que se trataba de la típica conversación trivial a la que Charlie es tan aficionado. Pero hoy… Tal vez está manteniendo una charla superficial con esa mujer, pero veo hacia dónde dirige la mirada. Directamente al tío de espaldas anchas con el detector de metales en la mano. Y la forma en que Charlie se balancea sobre los talones… es igual que las sacudidas en mi ojo. Ambos sabemos lo que sucederá si nos atrapan.

– ¿No lleva equipaje? -pregunta la mujer cuando Charlie se acerca a la máquina.

– Facturado -dice levantando el billete y señalando el comprobante.

En Hoboken, hicimos una rápida parada en una tienda del ejército para comprar una bolsa azul de gimnasia, ropa interior, camisas y unos cuantos artículos de aseo. También compramos una pequeña caja forrada de plomo que, oculta en el fondo de la bolsa, se convirtió en el escondite ideal para el arma de Gallo.

No hay duda de que es una pésima idea -lo último que necesitamos es que nos cojan con el arma del crimen en nuestro poder- pero como Charlie se encargó de señalar, estos tíos nos saltarán al cuello. A menos que queramos acabar como Shep, necesitamos protección.

– No se detenga -dice un guardia negro, haciendo señas a Charlie para que pase a través del detector.

Contengo el aliento y vuelvo a bajar la cabeza. No hay de qué preocuparse… no hay nada de qué preocuparse… Dos segundos más tarde un agudo pitido rasga el aire. Oh, no. Alzo la vista justo en el momento en que Charlie sonríe forzadamente.

– Deben de ser esos tornillos que he comido esta mañana…

Por favor, Dios mío, no permitas que lo eche todo a perder…

– ¡Qué me va a contar!, Yo odiaba esos tornillos con el desayuno -dice el guardia, echándose a reír y pasando un detector manual sobre el pecho y los hombros de Charlie-. No podía construir nada con ellos.

Al fondo, el guardia de espaldas anchas se vuelve lentamente en nuestra dirección.

– Por eso es mejor el Lego -añade Charlie, incapaz de reprimirse. Extendiendo los brazos, saluda al guardia de espaldas anchas. El guardia hace un gesto torpe con la cabeza y aparta la vista. Está buscando a dos hermanos de pelo castaño, no a un chico rubio excéntrico que viaja solo.

Al no encontrar nada, el guardia negro baja su detector.

– Que tenga un buen viaje -le dice a Charlie.

– Usted también -contesta Charlie. Es una gran actuación, pero en su rostro no queda una sola gota de color. Tambaleándose hacia adelante, Charlie consigue mover los pies para alejarse de allí.

Uno a uno, el resto de la cola ocupa su lugar. Cuando paso por el detector, Charlie se vuelve y echa un vistazo. Sólo para asegurarse de que todo está en orden. Paso junto a los dos guardias sin abrir la boca. Y, de ese modo, estamos dentro. Ningún otro lugar adonde ir salvo hacia el sur. A Miami sin escalas.

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