55

El tercer golpe me alcanza en la barbilla y siento el sabor agridulce de la sangre en la lengua.

– ¡Déjale en paz…! -grita Charlie, aunque apenas consigue que las palabras salgan de su boca. Lanzando el brazo hacia adelante, DeSanctis golpea la mandíbula de Charlie con la culata de la pistola.

– ¿Dónde está? -ruge Gallo en mi cara, alzando el puño para descargar otro golpe. Me coge de la corbata y me arroja sobre el sofá-. ¡Dinos dónde está, Oliver! ¡Sólo tienes que decirlo y desapareceremos de tu vida!

Es una sencilla promesa y una absoluta mentira. La única razón por la que Charlie y yo seguimos respirando es porque tenemos lo que ellos quieren.

– ¡No les digas una mierda! -grita Charlie con un hilo de sangre en la mandíbula. DeSanctis lleva el arma hacia atrás y esta vez golpea a Charlie en la oreja. Charlie cae de rodillas, lanza un gemido y se lleva la mano al costado de la cabeza.

– ¡Charlie!

– ¡No te muevas! -me advierte Gallo, cogiéndome de la nuca y lanzándome nuevamente contra el sofá.

– ¡Vuelve a pegarle y no conseguiréis nada! -grito.

– ¿Acaso crees que estamos negociando? -vocifera Gallo, sin soltar mi corbata. Me golpea contra la estantería, haciendo que una docena de manuales de ingeniería caigan al suelo. Sin permitir que recobre el aliento, me coge por las solapas y me lanza con violencia contra la pequeña mesa que hay junto al sofá. La lámpara salta en pedazos y las fotografías enmarcadas vuelan por la habitación. Me tambaleo tratando de recuperar el equilibrio y mantenerme en pie… y coger la pistola que llevo en el bolsillo trasero, pero no lo consigo-. ¿Sabes cuánto tiempo me has hecho perder? -continúa rugiendo-. ¿Tienes la menor idea de lo que me cuesta todo esto?

Como si fuese un luchador en el cuadrilátero, Gallo vuelve a cogerme por el nudo de la corbata, me hace girar violentamente y me lanza nuevamente contra la estantería. Al golpear contra ella, el borde de uno de los estantes impacta en mi nuca y mi cabeza rebota hacia adelante. Durante un segundo no puedo ver absolutamente nada. Todavía cogido de mi corbata, Gallo me atrae hacia él y vuelve a lanzarme hacia atrás. Y otra vez. Y cada vez que choco contra la estantería, una pila de libros se precipita sobre mi cabeza.

– ¿Dónde está el dinero, Oliver? ¿Dónde coño lo has escondido?

La saliva sale despedida de sus labios. Tiene una pequeña separación entre sus dientes amarillos. Con cada impacto, el mundo entra y sale de foco. Estoy a punto de desmayarme, pero Gallo no desiste en su empeño. Finalmente, me rodea el cuello con sus garras y me sujeta contra la estantería. No puedo respirar. Cuando aumenta la presión sobre el cuello, lucho desesperadamente por aspirar un poco de aire. Sólo consigo un jadeo vacío.

– Por favor…

Por encima del hombro de Gallo alcanzo a ver que Charlie sigue arrodillado en el suelo con la mano apoyada en la oreja herida. DeSanctis está de pie junto a él con una sonrisa arrogante. Y detrás de todos ellos… lo juro, algo se mueve en la cocina. Antes de que pueda reaccionar, toda la habitación se desvanece y gira hacia un lado. Es como estar debajo del agua, succionado hacia abajo por la marea. Gallo sigue apretando y yo floto hacia la noche anterior. De regreso a Gillian. Ella es lo único que veo, razón por la que, cuando abro los ojos, casi no puedo creer que realmente se encuentre allí.

Gillian irrumpe en la sala de estar blandiendo el vaso de cristal de la batidora y asesta un fuerte golpe a DeSanctis en la parte posterior de la cabeza.

Cuando el cristal choca contra el cráneo se produce un sonido seco y escalofriante. El impacto dibuja una grieta en zigzag en un lado del vaso y lanza a DeSanctis tambaleándose contra Gallo.

Cuando Gallo se da la vuelta buscando el origen del sonido yo consigo coger un libro de la estantería y le golpeo en la cabeza con todas mis fuerzas. El golpe hace que Gallo pierda el equilibrio, que es todo lo que Gillian necesita para acercarse velozmente. Gallo trata de sacar su arma, pero no tiene la menor posibilidad. Ya con el movimiento a mitad de su ejecución, Gillian proyecta el vaso de la batidora hacia adelante y alcanza a Gallo en un lado de la cabeza. Pero justo cuando el cristal impacta con el cráneo, se oye un fuerte estallido… la grieta cede y el cristal se deshace en cientos de trozos diminutos que me golpean el pecho. En la mano de Gillian sólo queda el sólido mango de cristal. En la alfombra, Gallo está aturdido pero no fuera de combate.

– ¡Larguémonos de aquí! -grita Gillian mientras me coge la mano. Tosiendo y luchando para recuperar el aliento, salto por encima de Gallo y voy en busca de Charlie, que está levantando la cabeza de la alfombra. Sus ojos se mueven atrás y adelante… primero hacia Gillian, luego hacia mí, luego nuevamente hacia Gillian. Se encuentra en estado de choque. Gillian le coge de un brazo y yo del otro; le levantamos por las axilas hasta ponerle de pie.

– ¿Estás bien? -le pregunto-. ¿Puedes oírme?

Charlie asiente; recupera rápidamente el equilibrio.

– Salgamos de aquí -dice. En su voz no hay miedo. Sólo ira.

Gillian indica el camino. No hacia la puerta del frente sino hacia los dormitorios de la parte posterior de la casa. Por donde ha entrado subrepticiamente. Ella primero… luego Charlie… luego yo. Pero cuando me lanzo hacia adelante, algo me coge por el tobillo. Y aprieta. Fuerte. Una corriente eléctrica de dolor sube como un relámpago por mi pierna y caigo de bruces al suelo. Detrás de mí, DeSanctis aferra con fuerza mi tobillo, negándose a soltarlo. Está apoyado sobre el estómago y avanza lentamente por el suelo. La sangre gotea de la línea de nacimiento del pelo, recorre la sien y cae sobre la mejilla.

Retrocedo apoyándome en los codos y pateo furiosamente, luchando por librarme de DeSanctis. Sus uñas se clavan profundamente en la piel del tobillo. No puedo quitármelo de encima.

– ¡Charlie!

Miro hacia atrás con desesperación pero mi hermano ya está allí. Su pesado zapato negro aplasta la muñeca de DeSanctis. Con un alarido de dolor, DeSanctis suelta mi tobillo y alza la vista hacia Gillian.

– ¿Qué haces tú…?

Antes de que DeSanctis pueda acabar la frase, Gillian lanza una patada que alcanza a DeSanctis en la sien. Su cuello se dobla con un ruido espantoso. Pero eso no detiene a Gillian. Atacando con ferocidad, vuelve a patearle. Y otra vez. Su zapato golpea como si fuese un ladrillo. Una y otra vez.

– Es suficiente -dice Charlie, apartándola de DeSanctis. Desde mi lugar sobre la alfombra, Charlie mide tres metros. El nuevo hermano mayor.

– ¡Salgamos de aquí! -grita Charlie, inclinándose para ayudarme a que me levante.

Sin saber lo que nos espera fuera, Charlie corre hacia la parte trasera de la casa. Ignorando el dolor en el tobillo, le sigo tan deprisa como puedo, cojeando a lo largo del pasillo. Detrás de mí, Gillian apoya una mano sobre mi hombro.

– Sigue andando -me susurra. Cortamos a través del dormitorio, donde la puerta corredera de cristal que lleva al patio trasero está abierta de par en par.

– ¡A la derecha! -grita Gillian.

Pero Charlie, decidiendo su propia huida, tuerce hacia la izquierda.

Salimos a un patio de cemento. La pared que se alza justo delante de nosotros es demasiado alta. A la izquierda, el camino atraviesa los patios traseros de las casas de los vecinos, cada patio conectado con el siguiente. Charlie ya se encuentra al final del camino, cargando una tumbona oxidada y desteñida por el sol que le ayude a salvar la pared de cemento.

– ¡De prisa! -grita Charlie, sentado ya a horcajadas sobre la pared.

– El coche está por aquí -dice Gillian, tirando de mí hacia la derecha.

Yo miro hacia ambos lados, pero la respuesta es simple.

– ¡Charlie, espera! -grito mientras corro hacia mi hermano.

– ¡Estás loco, por aquí es más seguro! -insiste Gillian, sin darse por vencida.

Ni siquiera reduzco la velocidad.

– Hablo en serio -insiste-. Si te marchas ahora, te quedas solo.

Es una amenaza seria, pero ni siquiera Gillian quiere escapar sola. Sacudiendo la cabeza mientras patea el cemento, corre detrás de mí.

– ¡Venga, estarán aquí en un segundo! -grita Charlie, pasando la otra pierna por encima de la pared. Cambiando el peso a sus brazos, salta de la pared y desaparece.

– Espera un… -Es demasiado tarde. Ya se ha marchado.

Apoyándome en la tumbona, asomo la cabeza por encima de la pared para asegurarme de que se encuentra bien. Pero en el instante en que diviso a Charlie del otro lado, se oye un disparo. Dos centímetros a mi izquierda, un trozo de la parte superior de la pared salta en mil pedazos, lanzando pequeños trozos de cemento en todas direcciones. Es como una lluvia de arena en pleno rostro. Trato de ver algo a través de la tormenta. Al otro lado de la pared y calle abajo, Gallo aparece en la esquina cojeando lo más rápido que puede con el arma apuntada directamente hacia mí.

– ¡Baja la cabeza! -grita Charlie.

Se oye un segundo disparo.

Me agacho debajo del reborde, pierdo el equilibrio y caigo de la tumbona al suelo. Con el culo pegado a la tierra miro la pared que me separa de mi hermano.

– ¡Oliver! -me llama Charlie.

– ¡Corre! -grito-. ¡Lárgate de aquí!

– No hasta que…

– ¡Vete, Charlie! ¡Ahora!

No hay tiempo para discutir. Oigo el retumbar de sus zapatos sobre la hierba cuando se aleja velozmente. Gallo no puede estar demasiado lejos de él.

Me levanto con dificultad y saco la pistola del bolsillo trasero mientras examino la pared como si pudiera ver a través de ella. Gillian me toca ligeramente el hombro.

– ¿Está…?

Suena un tercer disparo, interrumpiendo lo que iba a decir.

Luego un cuarto. Mi corazón se contrae y clavo la vista en la pared. Contengo la respiración y cierro los ojos, tratando de oír pasos. A la distancia se alcanzan a oír unas pisadas que se alejan. Por favor, Dios, que sea Charlie.

Intento cogerme a la pared para elevarme y mirar al otro lado, pero Gillian tira de mí hacia abajo.

– Tendríamos que salir de aquí -insiste, apartándome de la pared. Al comprobar que no me muevo, añade-. Oliver, por favor.

– No pienso abandonarle.

– Escúchame, si vuelves a asomar la cabeza sería como llevar una diana dibujada en la frente. A Charlie no le pasará nada, es diez veces más veloz que Gallo.

– No pienso abandonarle -repito.

– Nadie ha dicho nada de abandonarle, pero si no nos largamos rápidamente de aquí…

Un quinto disparo resuena en la calle. Sobresaltados por el ruido, ambos nos agachamos.

– ¿A qué distancia está tu coche? -pregunto.

– Sígueme.

Me coge la mano y echamos a correr a través de los patios abiertos. A mitad de camino, pasamos junto a la puerta corredera de cristal del dormitorio de Gillian, que es exactamente cuando la mano de DeSanctis aparece súbitamente para coger a Gillian de su rizada cabellera negra.

– ¿Preparada para el segundo asalto? -pregunta DeSanctis con aspecto aturdido.

La parte derecha del rostro está cubierta de sangre, y antes siquiera de que pueda dar un paso fuera de la habitación, Gillian se gira rápidamente y le hunde la rodilla en los testículos. DeSanctis cae pesadamente al suelo, le golpeo con la culata de la pistola y continuamos la carrera hasta el extremo del patio. Cuando alcanzamos la pared, es como una imagen refleja de la pared que ha saltado Charlie hace unos minutos, es decir, hasta que desvío la mirada hacia la izquierda y veo la puerta de metal negro que interrumpe la continuidad de la pared. Entre los barrotes se ve una tarjeta metida en una bolsa de plástico: «No cerrar con llave – Por incendio», dice con letra manuscrita.

Gillian tira de los barrotes y abre la puerta. Se cierra a nuestras espaldas con un sonido metálico y nos conduce al aparcamiento de un complejo de apartamentos de baja altura. En cuanto llegamos a la calle doblamos a la izquierda.

– Por aquí -dice Gillian, metiéndose en su escarabajo azul, que está aparcado debajo de un árbol.

Hace girar la llave y pone el motor en marcha. Yo miro por encima del hombro en busca de DeSanctis.

– Vamos, vamos, vamos…

– ¿Hacia dónde? -pregunta ella.

– Todo recto. Le encontraremos.

El impulso nos aplasta contra los asientos cuando el coche sale disparado con un chirrido de los neumáticos. Mantenemos las cabezas gachas, por si nos topamos con Gallo. Pero cuando llegamos al extremo de la calle -la esquina hacia donde se dirigía Charlie- no se ve a nadie. Ni a Gallo… ni a Charlie… ni a una alma. A lo lejos se oyen unas sirenas. Los disparos han alertado a la policía.

– Oliver, realmente creo que deberíamos…

– Sigue buscando -insisto, examinando cada callejón junto a cada casa rosada que pasamos-. Tiene que estar en alguna parte.

Pero mientras el coche recorre la manzana no hay más que caminos particulares desiertos, jardines con la hierba crecida, y unas pocas palmeras cuyas hojas se agitan con la brisa. Detrás de nosotros, el sonido de las sirenas crece en el silencio de la noche.

Si fuese yo quien estuviera huyendo, giraría a la derecha en la siguiente señal de stop.

– Gira a la izquierda -le digo a Gillian.

Aún conozco a mi hermano. Sin embargo, cuando damos la vuelta a la esquina la única persona que vemos es un anciano con la piel marrón como el cuero de un zapato y una camisa azul celeste de los años cincuenta. Está sentado en el porche de su casa, pelando una naranja con un cortaplumas.

– ¿Ha visto pasar a alguien corriendo? -le pregunto mientras bajo el cristal de la ventanilla y escondo el arma.

Me mira como si yo hablase…

– Español -me aclara Gillian.

– Ah… ¿ha visto un muchacho?

El hombre no contesta. Continúa pelando la naranja. La sirena de la policía ya está casi sobre nosotros.

Gillian mira por el espejo retrovisor, sabiendo que están muy cerca. Necesita tomar una decisión.

– Oliver…

– Espera -le digo-. Por favor, es muy importante. ¡Es mi hermano! [10]

El viejo ni siquiera alza la vista.

– Oliver, por favor…

Detrás de nosotros, unos neumáticos chirrían al doblar la esquina.

– Vamos, larguémonos de aquí -me rindo finalmente.

Gillian pisa el acelerador y las ruedas buscan nuevamente la tracción para poner el coche en movimiento. Un rápido giro a la derecha y un límite de velocidad absolutamente ignorado convierte el vecindario en una mancha rosa y verde. Miro a través de la ventanilla, esperando que Charlie salte de la espesura y grite que está a salvo. Pero no lo hace. No dejo de mirar.

Junto a mí, Gillian extiende la mano y me acaricia la nuca.

– Estoy segura de que no le ha pasado nada malo -promete.

– Sí -digo, mientras South Beach- y mi hermano -se desvanecen detrás de nosotros-. Espero que tengas razón.

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