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– ¿Charlie…? ¿Charlie, dónde estás? -susurró Gillian mientras atravesaba el corto pasadizo y salía al pasillo perpendicular que conectaba con él. Apartó de un puntapié la cabeza de Goofy y estudió el pasillo, pasando luego junto a la mesa plegable volcada. En el extremo izquierdo estaba la puerta de salida. Imposible, pensó. DeSanctis no se hubiese marchado sin avisarles. Un sonido agudo, como si alguien estuviese rascando algo, le confirmó el resto. Se volvió y echó a andar en la dirección del sonido. Hacia la parte trasera del pasillo, más allá del carrito de la ropa y el biombo plegable. Conocía ese sonido. Como si alguien estuviese corriendo. O escondiéndose.

Avanzando con mucha cautela por el pasillo, Gillian se mantuvo alerta ante la posibilidad de que DeSanctis apareciera súbitamente. Él seguía enfadado por el corte que le había hecho en la cabeza, aunque no hasta el extremo de echarlo todo a perder, se dijo, mientras pasaba junto al biombo. Aun así, era mejor quedarse quieta y pensar dónde…

Gillian se detuvo allí mismo. Desde el suelo hasta los extremos de los colgadores, Minnie, Donald, Pluto, y docenas de cabezas de otros personajes la observaban, cada una de ellas con su sonrisa vacía y helada. Evitando deliberadamente sus miradas, avanzó hacia el interior de la habitación.

– Hola… -susurró nuevamente-. ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta. Y entonces comprendió por qué.

Justo delante de ella, al final del primer pasillo de colgadores, DeSanctis yacía boca abajo en el suelo, los brazos atados a la espalda con lo que parecía ser una cuerda de saltar. Gillian no podía creerlo. DeSanctis tenía la nariz cubierta de sangre y el ojo izquierdo estaba muy hinchado. No se movía. Le tocó el hombro con la punta del zapato, pero era como patear un ladrillo. Sorprendida, se agachó para mirarle mejor. ¿Acaso estaba…? No, se dio cuenta al ver que el pecho subía y bajaba. Sólo estaba inconsciente.

En ese momento se oyó otro ruido, esta vez varios metros más lejos, en otro de los pasillos de colgadores. Sobresaltada, Gillian se puso de pie de un salto. Pero al volver a oírlo, esbozó una sonrisa. Este sonido era diferente del primero. Más profundo. Más gutural. Como si alguien estuviese respirando… o jadeando. Alguien a quien le falta el aliento.

Miró a su alrededor y fijó la vista en la parte posterior de los colgadores.

– ¡Charlie! -llamó-. ¡Soy yo, Gillian!

La respiración cesó.

– Charlie, ¿estás ahí?

Nadie respondió.

Cruzó al siguiente pasillo de disfraces, luego al siguiente. Excepto por los coloridos conjuntos con lentejuelas y un juego de cabezas, ambos pasillos estaban vacíos.

– Charlie, sé que has oído los disparos. ¡Oliver está herido!

Nuevamente, el silencio.

– ¡Le han disparado, Charlie! El hirió a Gallo y Gallo le alcanzó en el muslo… ¡Si no conseguimos que le vea un médico…!

– Gillian, será mejor que no me estés mintiendo -le advirtió una voz a sus espaldas.

Se volvió rápidamente cuando Charlie salía del pasillo por el que ella acababa de pasar. Sostenía la escoba en la mano derecha y, aunque intentaba endurecer la expresión, era evidente que jadeaba con cada inspiración. Las carreras y las peleas, había sido demasiado para él.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó ella.

Charlie la estudió cuidadosamente. Sus manos estaban vacías. No había nada fuera de lugar.

– Muéstrame dónde está Ollie -exigió Charlie. Volviéndole la espalda a Gillian, se dirigió hacia la puerta pero, antes de que pudiese dar más de dos pasos, detrás de él se oyó un click apagado.

Charlie se quedó inmóvil.

– Lo siento -dijo Gillian mientras le apuntaba con su arma-. Eso es lo que consigues por confiar en desconocidos.

Negándose a mirarla, Charlie cerró los ojos. No pensaba rendirse sin luchar. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del palo de la escoba… y el dedo de Gillian se tensó en el gatillo. Charlie se volvió tan velozmente como pudo. Pero no fue suficiente.

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