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– Servicio secreto. Le habla Marta.

– Hola, Marta -dijo Quincy con voz tranquila en el auricular-. Estoy buscando al agente Jim Gallo…

– Un momento, le pasaré con un supervis…

– No quiero que me pase con nadie, ya lo han hecho dos veces. -Sentado con ambas manos entrelazadas con fuerza sobre el escritorio, Quincy estaba decidido a no perder la calma. Después de la reunión de socios de anoche… ya había habido suficientes gritos. Incluso amenazas. Ahora, sin embargo, era el momento de no perder los nervios-. El supervisor con quien he hablado me pasó con el buzón de voz del agente Gallo. Pero eso no me sirve de nada -explicó pacientemente-. ¿Podría usted encontrar al agente Gallo por mí, por favor? Se trata de una emergencia.

– ¿Hay alguien en peligro físico, señor?

– No, pero él…

– Entonces el agente Gallo se pondrá en contacto con usted tan pronto como regrese.

Quincy cogió con fuerza el auricular hasta que los nudillos se le pusieron blancos mientras los dedos de la otra mano tamborileaban contra el bol de cristal lleno de caramelos en una esquina del escritorio. Los caramelos eran sólo para los clientes. Hacía que los hombres se sintieran como niños. Más allá del bol de cristal -a través del panel de cristal que había junto a la puerta de su despacho- Quincy podía ver el tráfago de gente que iba y venía por la séptima planta. En el extremo opuesto, la puerta del despacho de Lapidus se abrió súbitamente y su socio salió rápidamente al pasillo. Cuando Lapidus caminaba de ese modo, sólo había un lugar adonde dirigía sus pasos.

– Señora, me temo que usted no lo comprende -insistió Quincy-. Necesito encontrar al agente Gallo. Ahora.

– Lo siento mucho, señor, pero el supervisor pasó su llamada y el agente Gallo no se encuentra en su mesa.

– Es evidente que el agente Gallo no se encuentra en su mesa, por eso necesito saber dónde está.

– Aun así, señor, no suministramos esa clase de información.

– Pero supone que el agente Gallo…

– Lo siento, señor, pero no hay nada que yo pueda hacer.

– Pero…

– Lo siento, señor. Que tenga un buen día.

Se oyó un click en la línea y un golpe en la puerta. Quincy mantenía el auricular cerca de la oreja cuando Lapidus entró en el despacho.

– Sí… no… no debes preocuparte, todo está controlado -dijo Quincy a través del auricular mudo-. Muy bien… Gracias, Jim… te llamaré más tarde.

– ¿Has podido encontrar a Gallo? -preguntó Lapidus cuando Quincy colgó el auricular.

– Pide y te será dado.

– ¿Y qué te ha dicho? -preguntó Lapidus.

– Nada en realidad, no quiso entrar en detalles.

– ¿Sabe dónde están?

– Es difícil decirlo -dijo Quincy cogiendo un caramelo-. Pero si tuviese que adivinar, yo diría que no pasará mucho tiempo… es sólo cuestión de esperar.

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