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– ¿Qué está haciendo ahí? -preguntó una mujer mayor, tocando ligeramente a Joey en el hombro.

– Lo siento, sólo busco un calcetín que se me ha perdido -contestó Joey mientras se alejaba de la zona del lavadero. Una vez en el pasillo, Joey se volvió para mirar a la mujer y vio el cartel de «Cuarto de la basura» en una puerta metálica contigua.

– ¿Usted vive aquí? -preguntó la mujer con tono desafiante. Llevaba un recipiente de plástico para la ropa y un brazalete de Alerta Médica dorado.

– Por supuesto -dijo Joey, pasando junto a la mujer y echando un vistazo en el cuarto de la basura. Olor a naranjas podridas. Un conducto para los desperdicios en una esquina. Ni Oliver ni Charlie.

– Escúcheme, le estoy hablando -la amenazó la mujer.

– Lo siento -dijo Joey-. Es que se trata de los calcetines favoritos de mi madre. Me dijo que viniese a hacer la colada aquí porque las secadoras son mejores en los pisos bajos…

– Son mejores…

– … estoy completamente de acuerdo con usted, pero ahora ese calcetín ha desaparecido, y… el caso es que era su calcetín favorito.

Joey se alejó de la mujer, pulsó el botón de llamada del ascensor y entró rápidamente en él cuando se abrieron las puertas.

– ¡Estaré atenta por si aparece! -gritó la mujer. Pero antes de que pudiese acabar la frase, las puertas se cerraron.

– ¿Era su calcetín favorito? -bromeó Noreen a través del audífono.

– Venga, muérete -dijo Joey-. He hecho mi trabajo.

– Sí, señora, has conseguido burlar otra vez a los jubilados de noventa años en ese nido de espías: el Conjunto Residencial Wilshire & Posada Comunista.

– ¿Adonde quieres ir a parar?

– Lo único que digo es que no le veo el sentido a registrar ese lugar -mucho menos el tercer piso y el lavadero- sólo porque la abuela de Oliver y Charlie vivió alguna vez ahí.

– En primer lugar, si la abuela vivía en el tercer piso, es el que conocerán mejor. Segundo, nunca subestimes un lavadero como escondite. Y tercero, cuando se trata del comportamiento humano, hay una sola cosa en todo el mundo con la que puedes contar sin ningún género de dudas…

– Hábito -dijeron Noreen y Joey al unísono.

– No te burles -advirtió Joey mientras las puertas se abrían cuando el ascensor llegó al vestíbulo-. El hábito es lo único que comparten todos los seres humanos. No podemos evitarlo. Es lo que hace que conduzcamos hacia casa siempre por el mismo camino; y compremos el café en el mismo lugar; y nos cepillemos los dientes y lavemos la cara en el mismo orden. -Se hizo a un lado para dejar pasar a un grupo de mujeres mayores que lucían camisetas y cintas para el pelo de color lavanda; Joey siguió el cartel que indicaba la zona de la piscina y salió del edificio-. Es la misma razón por la que mi padre sólo entra en su casa por la puerta trasera. Jamás por la puerta principal. Yo lo llamo chifladura, él piensa que eso le hace la vida más fácil…

– Y así es como nacen todos los hábitos -interrumpió Noreen-. Breves e insignificantes momentos de control en un mundo dominado por un oscuro caos. Todos tememos la muerte, de modo que todos nos ponemos la ropa interior antes que los calcetines.

– De hecho, hay personas que suelen ponerse primero los calcetines -señaló Joey mientras miraba al hombre mayor que estaba junto a la piscina con un boleto de apuestas de caballos y los calcetines negros subidos hasta las rodillas-. Pero cuando tenemos problemas buscamos aquello que nos resulta familiar. Y ése es el hábito más básico de todos.

Joey pasó junto a la piscina examinando el viejo campo de juegos favorito de Oliver y Charlie. Para los dos críos que disputaban en la piscina la Marco Polo Super Bowl no había ningún lugar mejor que éste. Pero mientras contemplaba cómo el hermano y la hermana se perseguían mutuamente por la pista donde se jugaba al tejo, supo que los mejores juegos nunca desaparecen. A su izquierda se abría un camino que llevaba hacia la oficina de ventas del conjunto residencial. A la derecha se alzaba el club. Una estaba llena de empleados. El otro estaba prácticamente oculto por árboles y arbustos. Joey no lo dudó un instante.

– Tienen un club -le dijo a Noreen mientras pasaba junto al jacuzzi y se adentraba en el camino de cemento flanqueado de árboles. Un giro a la izquierda, otro a la derecha, y la zona de la piscina había quedado fuera de la vista. Después de mirar por encima del hombro para comprobar que no hubiese nadie cerca, Joey se acercó lentamente a la puerta.

Apoyó la oreja contra la madera, pero no consiguió oír ningún sonido en el interior de la pequeña construcción. Tratando de no alarmar a nadie que pudiese estar dentro del club, golpeó ligeramente con los nudillos y volvió a pegar la oreja contra la puerta. Nada.

– ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? -preguntó alzando ligeramente la voz y golpeando con más fuerza. Pero nadie contestó.

Metió la mano en el bolso y sacó su estuche de cuero negro con el juego de ganzúas. Una rama se rompió a sus espaldas y el bolso se deslizó de su hombro.

– ¿Está todo bien? -preguntó Noreen.

Joey se volvió rápidamente y examinó los árboles y arbustos que oscurecían el camino de cemento. Allí no había nada. Al menos nada que ella pudiese ver. Otra rama se rompió detrás de un grueso hibisco. Joey se puso de puntillas mientras estiraba el cuello intentando ver algo. Pero los arbustos eran demasiado altos. Se acercó y apartó las ramas más bajas, saltó la cadena que bordeaba el camino y avanzó agachada a través del pequeño bosquecillo.

– Joey, ¿está todo bien? -repitió Noreen.

Joey se deslizó silenciosamente por debajo de una rama y continuó avanzando hacia los arbustos de donde habían salido los ruidos de ramas rotas. Al otro lado se oyeron unos leves golpes en la tierra. Alguien estaba impaciente. Bajando la cabeza hacia el suelo cubierto de hojarasca, Joey trató de conseguir una vista mejor del lugar, pero la maleza era demasiado espesa. Sólo había una manera de averiguar qué estaba pasando.

Metió la mano en el bolso y sacó un revólver plateado y brillante. Un pequeño treinta y ocho de cinco tiros. El revólver de su padre. «A la de tres», contó Joey para sí mientras deslizaba el dedo sobre el gatillo. Sus piernas se doblaron ligeramente, preparándose para el paso siguiente. Uno… dos… [11]

Avanzando a toda velocidad, saltó al otro lado de los arbustos y apuntó el arma al origen de los ruidos, una garza blanca que batía sus grandes alas. Cuando Joey apareció en escena, el pájaro levantó el vuelo hacia el cielo, dejando nuevamente a Joey completamente sola.

– ¿Qué ha sido eso? Joey, ¿qué ha pasado? -preguntó Noreen a través del audífono.

Joey no respondió, volvió a guardar el pequeño revólver en el bolso y regresó al camino de cemento que llevaba al club.

– Perdón, señora… -dijo una voz masculina a sus espaldas.

Joey, cogida desprevenida, se volvió rápidamente y vio a un joven con el pelo rubio aclarado.

– Lamento molestarla -dijo Charlie, cubriéndose con una mano el corte que tenía en el labio-. ¿Pero podría prestarme su llave del club? Mi abuela se llevó la nuestra al apartamento.

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