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– ¿Qué piso? -pregunta Charlie el jueves por la mañana cuando entramos en el ascensor.

– Séptimo -digo y él pulsa el botón. Me ajusto la corbata; Charlie se lame la mano y luego se aplasta la enmarañada mata de pelo rubio. Si vamos a recuperar nuestros papeles como banqueros es necesario que tengamos un aspecto acorde. Junto a nosotros, Gillian es el perfecto equivalente femenino con su larga falda floreada. Cuando acaba de alisarla, mira en mi dirección. Dejo que mis ojos se entretengan en sus piernas, no puedo evitar mirarlas descaradamente, es decir, hasta que noto que Charlie me observa. Entonces fijo la mirada en el suelo; Charlie sacude la cabeza. No puedes engañar a los hermanos pequeños.

El ascensor se detiene y las puertas se abren. En el pasillo, un logotipo elegante y sobrio (para lo que es Miami) cuelga de la pared: en forma de estrella, pero con un círculo en cada una de las puntas. Las letras plateadas que cubren la parte inferior del logo nos confirman que hemos llegado a nuestro destino: Five Points Capital, el lugar donde Duckworth firmó su acuerdo.

Gillian se separa de la barandilla de bronce del ascensor y sale al pasillo. Antes de que pueda seguirla, Charlie me coge del brazo.

– Le tocaste sus tetitas, ¿verdad? -dice en un susurro.

– ¿De qué estás hablando? -pregunto, molesto, mientras salgo del ascensor.

– ¿Eso es lo mejor que puedes conseguir? ¿Te enfadas pero no lo niegas? Esta vez no le contesto.

– ¿Cuándo fue? ¿Anoche? ¿Cuando has ido esta mañana a buscar la ropa?

Me aparto de él, giro a la izquierda y me dirijo a las puertas cristaleras del área de recepción. Charlie está justo detrás de mí. No tiene necesidad de decirlo. Desde ahora no me perderá de vista ni un segundo.

– ¿Seguro que estás preparado? -pregunta Gillian, interpretando como miedo la expresión que hay en mi rostro.

– Estoy bien -digo, sin dejar de mirar a Charlie. Pero cuando inspiro profundamente, la realidad me embiste. Charlie lo ve claramente en mi rostro. Una cosa es llamar y pedir una cita. Y otra cosa muy distinta es llevarla a cabo.

A la derecha de las puertas hay un pequeño letrero que dice «Pulse el timbre para Recepción». Pero es lo que hay encima del botón del timbre lo que nos llama la atención: un teclado gris que se parece al que tenemos en el banco. Junto a los números, sin embargo, también hay un espacio plano lo bastante grande para alojar la huella del pulgar. En la parte superior dice «ID Biométrica».

Pulso el timbre y Charlie alza una ceja.

– ¿Reconocimiento de huellas digitales? -pregunta-. Alguien se está tomando demasiado en serio.

Una recepcionista con el pelo castaño cardado nos franquea la entrada con un suave zumbido. Charlie encabeza el grupo, el embajador de las sonrisas. Todo pez gordo necesita un ayudante.

– Hola, llamamos esta mañana… -dice, imitando mi voz de vendedor y señalando hacia mí-. Del Banco Greene. El señor Lapidus ha venido a ver al señor Katkin.

– Por supuesto -dice la mujer mientras asiente levemente con la cabeza-. Ahora mismo le buscaré, señor Lapidus.

Charlie rechina los dientes cuando la recepcionista pronuncia ese nombre. «¿Estás seguro de que esto es correcto?», me pregunta con la mirada.

«Confía en mí», insisto. Durante los últimos cuatro años, he llevado a toneladas de clientes por el escenario del capital de riesgo. E incluso en Florida se necesita un nombre importante para abrir una puerta importante.

Jugando nerviosamente con la corbata que tomó prestada de Duckworth, Charlie se sienta en el sofá color crema. En el instante en que Gillian se sienta a su lado, Charlie se levanta y comienza a pasear por la habitación. Le miro con el ceño fruncido pero a Charlie no le importa. Ignorándome, finge estar muy interesado en la vista de la avenida Brickwell desde los enormes ventanales.

– ¿Señor Lapidus, puede firmar aquí, por favor? -me pide la recepcionista. Señala una pantalla de ordenador que hay junto a su escritorio. En la pantalla hay un lugar en blanco para tu nombre. Tecleo «Henry Lapidus» y pulso «Enter». Detrás de la recepcionista, una impresora láser de última generación confecciona y escupe una pegatina de identificación. «Henry Lapidus – Visitante.» Pero, a diferencia de los pases normales para los visitantes, la parte frontal de éste tiene un aspecto líquido, casi translúcido. Debajo, si uno hace girar la tarjeta a la luz, aparece la palabra «Caducado» en letras de un desvaído color rojo.

– ¿De qué material está hecho? -pregunto, pasando la yema del pulgar sobre la suave superficie del pase.

– ¿No son geniales? -canturrea la recepcionista-. Después de ocho horas la tinta del frente se disuelve y la palabra «Caducado» se vuelve de un rojo brillante.

Asiento, impresionado.

– No tenemos alternativa -dice la recepcionista con una sonrisa-. Quiero decir… considerando quiénes son nuestros socios…

– Naturalmente… -dice Charlie, forzando su propia risa falsa.

– Sin duda -añado.

Ambos miramos a la mujer. Ella nos devuelve la mirada. Somos inescrutables.

– ¿Y cómo es trabajar con ellos? -pregunta Charlie, buscando detalles.

– ¿Honestamente? No es nada del otro mundo. Yo esperaba que aparecieran con trajes oscuros y gafas de sol, pero son como cualquier mortal, se ponen la chaqueta una manga después de la otra.

Charlie me mira; yo miro a Gillian.

– La única diferencia es que ahora vienen chaquetas del gobierno -añade la mujer echándose a reír.

La expresión se me congela en el rostro.

– ¿Forman parte del gobierno?

– No directamente, pero… -Interrumpiéndose, la mujer añade-. Vaya, lo lamento, pensé que lo sabían. Está todo en nuestros recortes… -dice, alcanzándome un folleto publicitario en una carpeta verde musgo.

Abro la carpeta mientras Charlie y Gillian leen por encima de mi hombro. Allí está, en la primera página: «Bienvenidos a Five Points Capital, el fondo de riesgo del Servicio Secreto de Estados Unidos.»Detrás de nosotros se abre una puerta.

– ¿Señor Lapidus? -pregunta una voz de barítono. Los tres nos volvemos y un hombre alto de porte militar y gruesos antebrazos nos estrecha las manos. En su reloj se advierte un sello presidencial de oro-. Brandt Katkin -se presenta-. Por favor… pasen.

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