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Con la vista clavada en la gruesa nuca de Gallo, Joey le observó mientras se alejaba cruzando la calle, de regreso al edificio de apartamentos. A mitad de camino, saludó a sus compañeros en el interior de la furgoneta, quienes le hicieron señas con las luces. Con un rápido movimiento, la furgoneta se apartó del bordillo y pasó junto al coche de Joey.

– ¡Me alegro de verla! -le gritó el conductor a Joey.

Ella forzó una sonrisa, fingiendo que no tenía importancia. Típicos técnicos perdedores, pensó Joey mientras la furgoneta desaparecía calle arriba. Pocos segundos después los tíos del Servicio habían abandonado el lugar. Y cuando Gallo entraba en el edificio de apartamentos, también lo hacía el mayor obstáculo de Joey.

– ¿Qué ha sido todo eso? -preguntó Noreen en su oreja.

– Nada -respondió Joey. Abrió la puerta de golpe y se dirigió al maletero.

– Tal vez deberías llamar al jefe, él conoce a algunos tíos en el Servicio.

– Noreen, ahora no -dijo Joey, su voz resonaba mientras se inclinaba dentro del maletero. Sacó un maletín de metal brillante y lo mantuvo en equilibrio en el borde del maletero. Las cerraduras se abrieron con un chasquido. El interior parecía una caja de aparejos de alta tecnología, con varias bandejas retráctiles apilables llenas de cables, micrófonos y pequeños artilugios metálicos que parecían móviles en miniatura. En la base de la caja había un voluminoso receptor de radio y un juego de auriculares plegables.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Noreen ansiosamente-. ¿Dónde estás ahora?

Joey no contestó. Metió en los bolsillos todo lo que necesitaba y cruzó la calle.

– ¿No pensarás volver al apartamento, verdad?

– No -dijo Joey, apretando el paso.

– He escuchado que revolvías la caja con el equipo, dime qué estás haciendo.

Joey se detuvo delante del coche de Gallo y DeSanctis.

– Han quitado todo mi equipo, Noreen, y tú sabes lo que significa volver mientras ellos están escuchando…

– Espera un momento… no estarás… -El ruido de la puerta de un coche al cerrarse cortó momentáneamente la comunicación-. Joey, por favor, dime que no estás en el coche del servicio secreto.

– De acuerdo, no estoy en su coche.

Joey miró su reloj. No disponía de mucho tiempo. Podía parecer que estaban ayudando a Maggie a subir las escaleras, pero probablemente era sólo la manera que tenía Gallo de echar otro vistazo al apartamento. Joey miró el edificio por encima del hombro. Dos minutos como máximo.

Joey extendió la mano hacia la luz cenital que iluminaba el interior del coche, le quitó la cubierta de plástico y los dos anillos que sujetaban la diminuta bombilla.

– Ellos empezaron, Noreen.

– ¿Ellos empezaron? ¡Estás instalando micrófonos al servicio secreto de Estados Unidos! ¡Ese coche es propiedad federal!

– También es el único lugar donde a esos cabrones no se les ocurrirá mirar -señaló Joey-. Joder, están tan seguros de sí mismos, incluso han dejado las puertas abiertas.

Conectó el diminuto micrófono al cable rojo que estaba unido a la bombilla. Era un truco que había aprendido hacía años. La luz cenital de un vehículo era uno de los pocos lugares que siempre tenía fluido eléctrico, incluso cuando el coche no estaba en marcha. Con el micro colocado allí, podías espiar a alguien durante meses. Sólo se requería un pequeño riesgo.

– Joey, por favor, volverán en cualquier momento…

– Ya casi he terminado… -Colocó la cubierta de plástico nuevamente en su sitio, se trasladó a la parte trasera y se agachó debajo del asiento del conductor. Ese era otro de los lugares fáciles de alcanzar que siempre tenía fluido eléctrico. Y gracias a una mejora en los vehículos de las fuerzas de la ley, el coche de Gallo estaba provisto de asientos con transmisión eléctrica.

Buscó con los dedos el cableado que salía del suelo, sujetó con una grapa un cable rojo y conectó el otro extremo a una caja negra que parecía un móvil anticuado, pero sin teclado.

– Joey, no dudarán en meterte en la cárcel…

Alzó la cabeza para echar un vistazo hacia la calle por la ventanilla lateral y vio una luz brillante. En el interior del edificio. Las puertas del ascensor se abrieron. Ahí vienen. Menos de treinta segundos. Haciendo un esfuerzo para evitar que le temblasen las manos, sacó un último artilugio del bolsillo. Era un puntero extensible con un pequeño gancho en un extremo. Extendiéndolo en sus sesenta centímetros, lo unió a la antena de alambre que salía de la caja negra y lo encajó debajo de la base del asiento.

– Joey, vete de ahí…

Con un tirón brusco ensartó el puntero -y la antena- en la parte posterior del asiento. Estaba completamente fuera de la vista, pero aun así en un ángulo perfecto para enviar una señal a través del techo. Un GPS casero en funcionamiento.

– Llámalo -susurró.

– ¿Qué? -preguntó Noreen.

– ¡Llámalo!

Joey metió a toda prisa la caja negra debajo del asiento, y la aseguró en su sitio con una plancha magnética. Ya estaba. Era hora de largarse de allí.

A través de la ventanilla trasera pudo ver a Gallo y DeSanctis que se acercaban por la acera. Estaban a menos de veinte metros. Era demasiado tarde. Un sonido agudo rasgó la noche y Gallo se detuvo. DeSanctis también.

– Aquí Gallo -dijo, contestando al móvil. Los dos agentes se volvieron hacia el edificio. Eso era todo lo que Joey necesitaba. Con un movimiento felino salió del coche por la puerta trasera y se escabulló hacia la otra acera.

– Lo siento, número equivocado -dijo Noreen en la oreja de Joey.

Gallo cerró su teléfono y se dirigió hacia el coche. Al abrir la puerta miró calle arriba. Joey estaba sentada en el capó de su coche.

– ¿Han tenido suerte allí arriba? -gritó.

Gallo decidió ignorarla, ocupó el asiento del conductor y cerró la puerta con violencia. La luz cenital se apagó. Joey sonrió.

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