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No vuelvo a conectar el teléfono hasta que nos hallamos a diez manzanas de distancia. Y aunque la luz parpadea, me lleva otra manzana y media reunir el valor necesario para marcar el número. Para darme fuerzas pienso en Charlie. Mientras espero a que alguien responda intento mantener el equilibrio en la parte trasera del autobús que avanza hacia el centro; parece como si cogiera todos los baches de la ciudad. De acuerdo, el metro es más discreto, pero la última vez que lo comprobé, el móvil no tenía cobertura bajo tierra. Y en este momento necesito seguir en movimiento, cualquier cosa con tal de poner distancia entre la iglesia y yo.

– Bienvenido al Banco Privado Greene & Greene. ¿En qué puedo ayudarle? -pregunta una voz femenina a través del móvil. No estoy seguro de a quién pertenece la voz, pero no es ninguna de las telefonistas que conozco. Bien. Eso significa que ella tampoco me conoce a mí.

– Hola, soy Marty Duckworth -digo-. Tenía una duda y esperaba que usted pudiese ayudarme a resolverla.

Mientras ella comprueba mi cuenta y mi número de la Seguridad Social, no puedo evitar preguntarme si el sistema del banco sigue funcionando. Si el servicio secreto fuese inteligente, ya lo habría cer…

– Tengo su cuenta delante de mí. ¿En qué puedo ayudarle, señor Duckworth?

Pronuncia las palabras tan deprisa… con tanta ansiedad… que no puedo sino olerme una trampa. Pero necesito el queso.

– Verá, sólo quería comprobar las últimas operaciones de esa cuenta -le digo-. Se realizó un ingreso muy importante y necesito saber qué día se hizo efectivo.

Se trata, desde luego, de una pregunta absurda, pero si queremos saber lo que está ocurriendo, necesitamos saber cómo se convirtieron los tres millones de Duckworth en trescientos trece millones de dólares.

– Lo siento, señor, pero en la última semana… no consta ningún depósito.

– ¿Perdón?

– Lo estoy mirando en este momento. Según nuestros datos, su saldo actual es cero, y la única actividad registrada es una retirada de fondos por valor de trescientos trece millones de dólares ayer por la tarde. Aparte de eso, no hubo depósitos en…

– ¿Y qué me dice del día anterior? -pregunto, observando al resto de los pasajeros del autobús. Nadie se vuelve-. ¿Cuál era el saldo de mi cuenta el día anterior?

Hay una breve pausa.

– Sin incluir los intereses, es la misma cantidad, señor, trescientos trece millones. Y es la misma cifra que consta el día anterior. Na tengo registrado ningún depósito reciente.

El autobús se detiene y mantengo el equilibrio cogiéndome a unas de las barras metálicas.

– ¿Está segura de que el saldo no era de tres millones de dólares?

– Lo siento, señor, sólo le digo lo que aparece en la pantalla.

Ella habla y mi mano se desliza por la barra metálica. No puede ser. No es posible. ¿Cómo hemos podido…?

– ¿Señor Duckworth…? -interrumpe la mujer en la otra línea-. ¿Puede esperar un segundo, por favor? Enseguida estaré con usted.

– Por supuesto -digo.

La línea queda en silencio y durante treinta segundos no pienso demasiado en ello. Pero un minuto más tarde no puedo evitar preguntarme adonde habrá ido esa mujer; es la primera regla que te enseñan, cuando estás tratando con gente rica se supone que nunca debes ponerle en esp… espera. Siento un nudo en la garganta. Ésta sigue siendo una línea de la compañía. Y cuando más tiempo me mantenga en espera, más fácil les resultará a los tíos del servicio secreto rast…

Corto la comunicación; espero haber sido lo suficientemente rápido. No hay manera de que puedan hacerlo a esa velocidad. No cuando es…

El teléfono vibra en mi mano, enviando un escalofrío a través de mi nuca. Compruebo el número en la pantalla, pero no lo reconozco. La última vez ignoré la llamada. Esta vez… si están rastreándola… necesito saberlo.

– ¿Hola? -contesto con voz segura.

– ¿Dónde coño estás? -pregunta Charlie.

En la capilla no hay teléfono. Si se ha arriesgado a llamar desde la calle, tenemos problemas.

– ¿Qué sucede? ¿Estás…?

– Es mejor que vuelvas aquí -dice.

– Dime qué ha pasado.

– Oliver, vuelve aquí. ¡Ahora!

Pulso el botón de parada con la base del puño. Adiós, fuego… Hola, brasas.

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