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– ¿Y? ¿Qué han dicho? ¿Ya acabó todo? -me ametralla Charlie en el instante en que entro en su habitación.

– Adivínalo -contesto.

Charlie asiente, mientras se incorpora en la cama y se pone bien el vendaje que le cubre la herida del hombro. Sabía que ocurriría. Si no nos despedían hubiesen sido unos verdaderos idiotas.

– ¿No dijeron nada de mí? -pregunta.

Dejo caer a los pies de la cama los juguetes que tenía en su escritorio sobre su edredón infantil.

– Querían convertirte en socio del banco, pero sólo si podían conservar a tu Silly Putty. Naturalmente les dije que eso no era negociable, pero creo que podemos contraatacar con algunos coches Matchbox. Los buenos, por supuesto, no esos chismes de mierda.

Mientras acabo la frase, se muestra completamente desconcertado. Esperaba ese resultado. Pero no mi reacción.

– No es una broma, Ollie. ¿Qué haremos ahora? Mamá no puede mantener dos apartamentos.

– Totalmente de acuerdo. -Salgo de la habitación y regreso dos segundos más tarde arrastrando un enorme talego de lona verde militar. Con un gruñido, lo levanto para colocarlo sobre la cama, dejando que rebote junto a él-. Esa es la razón por la que los hemos reducido a uno. -Charlie abre la cremallera y contempla mi ropa, perfectamente doblada en el interior del talego.

– ¿De modo que realmente lo has hecho? ¿De verdad vuelves a vivir aquí?

– Eso espero, acabo de gastarme veintitrés pavos en mi última carrera de taxi. Esas cosas te costarán una fortuna.

Entrecerrando los ojos, Charlie me observa atentamente.

– Muy bien, ¿cómo acaba el chiste?

– No sé de qué estás hablando.

– No, no, no -insiste-. No practiques conmigo ese juego, Monty. Yo estaba allí cuando encontraste ese apartamento y te mudaste. Recuerdo lo orgulloso que te sentías aquel día. En la universidad, todos tus amigos vivían en tos dormitorios, y tú tenías que vivir en casa y coger el tren todos los días. Pero una vez que te graduaste… una vez que firmaste aquel contrato de alquiler y diste tu primer paso en el camino de ladrillos amarillos del éxito… sé lo que significaba para ti, Ollie. De modo que ahora que vuelves a mudarte a casa, no me digas que no estás destrozado.

– Pero no lo estoy.

– Pero no lo estás -repite, sin dejar de estudiar mi expresión. Puede ser un movimiento temporal, pero es bueno.

– ¿Crees que en esta habitación aún pueden dormir dos? -pregunto, señalando la pirámide de altavoces donde estaba mi vieja cama.

– Dos está bien… me siento feliz de que no sean tres -dice con suspicacia.

– ¿Y eso qué significa exactamente?

– Bueno, hace un rato llamó tu novia Beth. Dijo que tu teléfono estaba desconectado.

– Y…

– Y quiere hablar contigo. Dijo que habéis roto.

Esta vez no contesto.

– ¿Quién rompió con quién? -pregunta Charlie.

– ¿Acaso importa?

– De hecho, sí -dice, tocándose la fina costra que aún no ha desaparecido de su cuello.

– ¿Desde cuándo eres tan tétrico?

– Limítate a responder la pregunta, Ollie.

No lo dirá, pero es evidente lo que mi hermano está buscando. La vida es siempre una prueba.

– Si hace que te sientas mejor, fui yo quien rompió con ella…

– ¡Gracias, Señor, estoy curado…! -grita Charlie alzando su hombro-. ¡Mi brazo… funciona! ¡Mi corazón… late!

Pongo los ojos en blanco.

– Mmmmmm, cariño, ¿puedo entonar un aleluya?

– Sí, sí, ella también te echará de menos -digo-. ¿Ahora qué te parece si me ayudas a colocar el resto de mis cosas?

Charlie baja la vista y se lleva la mano al hombro.

– Oh, mi brazo… no puedo respirar.

– Venga, farsante, mueve el culo de la cama. Los médicos dicen que ya estás bien. -Retiro las sábanas y descubro que Charlie lleva tejanos y calcetines-. Eres realmente deprimente, ¿lo sabías? -digo.

– No, deprimente sería si tuviese puestas las zapatillas.

Sale de la cama de un salto, me sigue a la sala de estar y ve mi otro talego de lona, dos enormes cajas y algunos cartones de leche llenos de CD, vídeos y fotografías viejas. Eso es todo lo que me queda. El único mueble es el que traje anoche: mi cómoda de cuando me trasladé al apartamento. Pertenece a este lugar.

– ¿Dónde está tu cama Calvin Klein? -pregunta Charlie.

– Mamá dijo que conserva mi vieja cama en el sótano. Estoy seguro de que todo saldrá bien.

– ¿Bien? -Sacude la cabeza, incapaz de aceptarlo-. Ollie, todo esto es estúpido. No me importa lo buen actor que seas, puedo percibir el dolor en tu voz. Si quieres podemos empeñar alguno de mis altavoces. Eso al menos te dará al menos otro mes para…

– Estaremos bien -le interrumpo mientras levanto el otro talego-. Estoy seguro.

– Pero si no tienes trabajo…

– Confía en mí, hay un montón de buenas ideas ahí fuera. Sólo se necesita una.

– ¿Qué, piensas volver a vender camisetas? No sacarás un céntimo haciendo eso.

Dejo caer nuevamente el talego, apoyo la mano en su hombro sano y le miro directamente a los ojos.

– Una sola idea buena, Charlie. Y yo la encontraré.

Charlie observa la forma en que estoy balanceándome sobre mis talones.

– Muy bien, de modo que ya hemos superado al Universitario Ollie, y al Banquero Ollie y al fácilmente olvidable Me muero por Impresionar Ollie con su Alma Móvil. ¿Quién es éste? ¿El Empresario Ollie? ¿El Tío con Iniciativa Ollie? ¿Trabajando en Foot Locker en un Mes Ollie?

– ¿Qué me dices del verdadero Ollie? -pregunto.

Eso le gusta.

Cuando me dirijo al comedor ya puedo sentir la energía que retumba en mi estómago.

– Te digo una cosa, Charlie, ahora que tengo tiempo, no hay nada que…

Me interrumpo al ver el sobre abierto que hay en el borde de la mesa. El remitente dice Coney Island Hospital. Conozco el ciclo de las facturas.

– ¿Ya nos han enviado otra factura? -pregunto.

– Más o menos -contesta Charlie, tratando de pasarlo por alto.

Eso es… algo ha ocurrido. Voy directamente a buscar el sobre. Cuando saco la factura, es todo lo mismo. El saldo total sigue siendo de ochenta y un mil dólares, los vencimientos a final de mes siguen siendo de cuatrocientos veinte dólares y el estado de los pagos sigue siendo «Puntual». Pero en la parte superior de la factura, en lugar de decir «Maggie», el nombre que consta encima de nuestra dirección ahora dice «Charles Caruso».

– ¿Qué es lo que…? ¿Qué has hecho? -pregunto.

– No es de ella -dice Charlie-. No debería ser su responsabilidad.

De pie en el centro de la habitación, con las manos en los bolsillos de los tejanos, en su voz hay una calma que no había escuchado en años. Dicho eso, hablar de las facturas del hospital es fácilmente una de las cosas más irreflexivas, innecesarias e inoportunas que mi hermano ha hecho nunca. Es por eso que le digo la verdad.

– Bien por ti, Charlie.

– ¿Bien por ti? ¿Eso es todo? No vas a someterme al tercer grado para que te dé todos los detalles: ¿Por qué hice el cambio? ¿Cómo acabará esto? ¿Cómo podré hacer frente a los pagos?

Sacudo la cabeza.

– Mamá ya me ha explicado lo del trabajo.

– ¿Mamá te lo ha explicado? ¿Qué es lo que te ha dicho?

– ¿Qué hay que decir? Es un trabajo de ilustración en la Editorial Behnke. Diez horas al día haciendo dibujos para una línea de manuales técnicos, tan aburrido como observar cómo se seca el betún de los zapatos, pero pagan dieciséis pavos la hora. Como te he dicho, bien por…

Antes de que pueda acabar la frase, la puerta del apartamento se cierra con un fuerte golpe a nuestras espaldas.

– ¡Veo a unos chicos muy guapos! -dice mamá cuando ambos nos giramos. Lleva dos bolsas marrones con comestibles; las sostiene con una llave doble de lucha libre. Charlie corre a coger una bolsa y yo hago lo propio con la otra. En el instante en que queda libre del peso, su sonrisa se vuelve más amplia y sus gruesos brazos se cierran alrededor de nuestros cuellos.

– Mamá, cuidado con mis puntos… -dice Charlie.

Ella le suelta y le mira a los ojos.

– ¿Dices que no a un abrazo de tu madre?

Sabiendo que es inútil discutir, Charlie deja que le bese en la mejilla.

– Charlie me ha dicho que detesta tus abrazos -digo-. Me ha dicho que espera que no vuelvas a darle un abrazo en toda su vida.

– No empieces… tú eres el siguiente -me advierte. Me besa y se quita no sin esfuerzo su pesado abrigo. Al ver las cajas y el talego en el suelo, no puede reprimirse-. Oh, mis chicos han vuelto a casa -exclama, siguiéndonos a la cocina.

Charlie comienza a ordenar los comestibles en los armarios. Yo me quedo con los ojos fijos en el bote de galletas de Charlie Brown. Ya me estoy mordiendo el interior del labio. Durante casi cinco años ha sido mi hábito más regular. Me muero por abrirlo. Pero, por una vez, no lo hago.

Charlie me observa atentamente. «Está bien», me dice con la mirada.

«Todos necesitamos un día libre. Incluido tú.»

– ¿Y adivinad para quién tengo un regalo? -pregunta mamá, captando mi atención. De una de las bolsas de la compra saca una bolsa de plástico azul-. Lo he visto en la tienda de hilos y no he podido resistirme…

– Mamá, te dije que no me compraras nada -me quejo.

Pero a ella no le importa; está demasiado excitada. Mete la mano dentro de la bolsa y saca un lienzo bordado con punto de aguja y lo sostiene en el aire. En letras rojas y estarcidas puede leerse: «Florece donde te han plantado.»

– ¿Qué te parece? -pregunta mamá-. Es sólo un pequeño regalo de bienvenida. Puedo ponerlo en un marco o en un cojín, lo que tú quieras.

Como la mayoría de los bordados de mamá, el eslogan es exageradamente sentimental.

– Me encanta -digo.

– A mí también -coincide Charlie. Saca su cuaderno de notas y escribe a toda velocidad. «Florece donde te han plantado.» Mientras reproduce las palabras, tiene buen aspecto con un bolígrafo en las manos.

– Por cierto, he visto a la madre de Randy Boxer en la tienda de hilos -añade mi madre, volviéndose hacia Charlie-. Estaba tan feliz de que la hubieses llamado… le has alegrado el día.

– ¿La madre de Randy Baxter? -pregunto-. ¿Para qué la has llamado?

– En realidad estaba tratando de conseguir el número de teléfono de Randy -me explica Charlie, como si fuese algo que sucede todos los días.

– ¿De verdad? -pregunto, notando la rapidez de su respuesta. Pero no engaña a nadie. Hace al menos cuatro años que no ha visto a Randy-. ¿A qué se debe esta repentina reunión de instituto?

Vuelve a ordenar los comestibles sin contestar a mi pregunta.

– Todavía no -explica sin mirarme-. No hasta que todo esté en su lugar.

– Charlie…

Vuelve a pensarlo. Sea lo que sea, le pone nervioso. Pero después de toda una vida diciéndome que me coma los amargones, él sabe que ha llegado el momento de que él dé el primer mordisco.

– Estábamos… estábamos pensando que quizá podríamos formar una pequeña banda…

Apenas si puedo contenerme.

– Una banda, ¿eh? -pregunto con una sonrisa de oreja a oreja.

– Nada importante, ya sabes, sólo algo estridente pero de buen gusto. Pensamos que podemos reunimos después del trabajo… comenzar en el club de Richie Rubin en New Brunswick… luego, tal vez, abrirnos camino en la ciudad.

– No, eso suena genial -digo, tratando de mantener el tono informal de la conversación-. Por supuesto, tendréis que buscar un nombre.

– Por favor… ¿cómo crees acaso que pasamos nuestras tres primeras horas de ensayo?

– ¿O sea que ya tenéis un nombre para la banda?

– Venga, tío, ¿parecemos acaso unos novatos? ¡Actuando en el Shea Stadium a comienzos del próximo verano, damas y caballeros… por favor, quiero que den una calurosa bienvenida a…¡Los millonarios!

Me echo a reír. Mamá también.

– ¿Realmente pensáis usar ese nombre? -pregunto.

– Eh, si voy a tener que estar luchando para salvar edificios altos de un solo salto, también puedo llevar una capa guapa. Empieza bajo, apunta alto.

– Eso es rnuy Poder de Pensamiento Positivo de ti.

– Bueno, es que soy un tío muy Poder de Pensamiento Positivo. Pregúntaselo a cualquiera. Además, ¿quién quiere ver a una banda llamada La cabeza cortada de Pluto? Si lo hacemos, perdemos todo el mercado infantil.

Mamá está en el fregadero. Abre los grifos y se lava las manos. Lleva tiritas en cuatro de sus dedos. Detrás de ella, veo que Charlie mira fijamente el bote de Charlie Brown. La pintura de la nariz se ha descascarado. Extiende la mano y acaricia las orejas redondas de cerámica.

– Ahora ya no parece tan grande como antes -susurra Charlie en mi dirección-. No importa cuántos dibujos tenga que hacer, este mamón estará vacío dentro de un año.

– ¿O sea que estás listo? -interrumpe mamá, mirando a Charlie.

– ¿Perdón? -pregunta él. Al principio, lo toma como una más de las preguntas típicas de mamá. Pero cuando se fija en la expresión de su rostro, ambos comprendemos que no se trata de una pregunta. «O sea que estás listo.» Es una afirmación.

– Sí -dice Charlie-. Creo que sí.

– ¿Puedo ir a ver el ensayo? -añade mamá.

– Olvídate de mirar, necesitamos el poder de una estrella como tú en el escenario. ¿Qué me dices, mamá, estás preparada para tocar una pandereta? Haremos las primeras pruebas de aptitud mañana por la noche.

– Oh, mañana por la noche no puedo -dice ella-. Tengo una cita.

– ¿Una cita? ¿Con quién?

– ¿Con quién crees tú, tío?

Me adelanto, colocándome entre ambos, y deslizo el abrazo alrededor de la cintura de mamá.

– ¿Crees que eres el único que sabe bailar el cha-cha-cha? Las lecciones de baile no esperan a ningún hombre. Venga, mamá: y uno, y dos, ahora el pie derecho primero…

Hago girar a mi madre y su voluminoso cuerpo golpea la cocina de metal. Lanzo una carcajada y me balanceo siguiendo mi ritmo imaginario.

– ¿Quién te ha enseñado a moverte de un modo tan patéticamente torpe? -bromea Charlie-. Bailas como un tío cincuentón en una cola de conga de una boda de barrio.

Tiene razón. Pero no me importa.

Después de años de haberme roto el culo en el banco privado más prestigioso del país, yo -en este momento- no tengo trabajo, no tengo ingresos, no tengo ahorros, no tengo novia, no tengo un futuro visible y ninguna red de seguridad que pueda salvarme si me caigo del trapecio. Pero mientras giro con mi madre por la cocina de nuestro apartamento y veo su pelo gris que se agita en el aire, finalmente sé adónde voy y quién quiero ser. Y cuando mi hermano toma posición para el siguiente baile, él también lo hace.

– Y uno, y dos… ahora el pie derecho primero…

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