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– Oliver, no pienso volver a preguntártelo -advierte Shep-. ¿Dónde coño está mí dinero?

Retrocedo trastabillando después del último golpe, me aparto de las carrozas y caigo hacia la pared lateral.

Detrás de mí ya no queda prácticamente espacio. Me tambaleo a través del campo minado de aros de hulahop, sombreros de maestros de ceremonias y docenas de otros chismes que están amontonados en el suelo, busco algo… cualquier cosa… que pueda utilizar a modo de arma. Lo único que tengo al alcance de la mano es un candelabro ornamentado, pero cuando lo cojo, pesa menos de cincuenta gramos: es todo de gomaespuma. Casi lo olvido. Disney World.

Shep corre tras de mí, apartando con violencia todo lo que encuentra a su paso, y me agarra de las solapas.

– Es tu última oportunidad -me advierte, su aliento caliente a un centímetro de mi cara-. ¿Dónde. Está. Mi. Dinero?

Mi cabeza resuena como si fuese un cuartel de bomberos. Apenas si puedo moverla de un lado a otro.

– Muérete, soplapollas. Jamás conseguirás un solo céntimo.

Fuera de sí, Shep me lanza violentamente hacia un enorme caballo de balancín. Mi cabeza choca contra la montura de madera, pero él no desiste.

– Lo siento, Oliver. Pero no he oído lo que has dicho.

– Muérete…

Un segundo después, haciéndome girar como si fuese una peonza, me arroja de cara hacia un enorme muñeco de muelle en una caja de sorpresas. El golpe y un ruido desagradable me confirman que mi nariz acaba de romperse.

– ¿Quieres volver a intentarlo? -pregunta Shep, cogiéndome ahora con fuerza de la nuca.

Le miro con mi único ojo en condiciones. Mi voz sale débilmente.

– Muéret…

Rugiendo como un animal, me da la vuelta y me arroja contra un carrito de palomitas. Extiendo torpemente las manos para protegerme el rostro, pero llevo demasiada velocidad. Choco contra el cristal y, cuando se hace pedazos, las astillas me provocan profundos cortes en las manos. Apoyado sobre el estómago dentro del carrito, veo un fragmento triangular de cristal justo encima del pecho. En uno de los lados el borde es opaco y está sujeto al borde del carrito.

Shep me coge por las piernas y tira de mí hacia afuera. Fragmentos de cristal me desgarran la piel del estómago. Ignorando el dolor, extiendo la mano hacia el fragmento que he visto antes. Lo agarro con tanta fuerza que casi me corta la palma de la mano. Y justo cuando mis pies vuelven a entrar en contacto con el suelo -antes de que Shep sepa lo que está ocurriendo- me doy la vuelta rápidamente y le clavo el trozo de cristal en el estómago.

Su rostro se vuelve blanco y se lleva las manos al vientre, contemplando la sangre brillante que le humedece las manos. No puede creerlo.

– Hijo de… -Levanta la vista-. Estás muerto… muerto…

Mete la mano dentro de la chaqueta y busca su arma. Ataco nuevamente y le hago un corte a la altura de la muñeca. Aúlla de dolor; es incapaz de sostenerla. El arma cae al suelo y la envío de un puntapié debajo del caballo de balancín. No le doy otra oportunidad. Tiene los ojos encendidos. Y, como si fuese un oso herido, Shep se lanza hacia adelante buscando mi cuello. Muevo el fragmento de cristal delante de mí y le alcanzo en el pecho. Los bordes me han herido la mano y la tengo empapada de sangre, pero no hay duda de quién se está llevando la peor parte en esta pelea. Por primera vez, Shep se tambalea. Cuando se acerca nuevamente, lanzo un golpe con las pocas fuerzas que aún me quedan. Por todo lo que ha hecho… todo lo que nos ha hecho sufrir; ignoro la sangre, entierro las consecuencias y me dispongo a asestar…

Oigo un sonoro jadeo que llega desde el cuarto que comunica con la nave contigua. Me quedo paralizado. Conozco ese sonido como a mí mismo. A mi izquierda, dentro del cuarto. Charlie se aferra el pecho con ambas manos y trata de apoyarse en la pared para no desplomarse.

– Ollie… -balbucea con la boca completamente abierta. Es todo lo que consigue decir. Jadeando en busca de un poco de aire, cae al suelo. Me vuelvo durante dos segundos. Pero para Shep es toda una vida.

En el momento en que comienzo a darme la vuelta, se lanza sobre mí. Mi pecho se hunde cuando me golpea con ambos puños como si fuese un muñeco de feria. Cuando choco contra el cemento recibo un duro golpe en los riñones. Shep me arrebata el cristal de las manos, infligiéndome un corte aún más profundo.

Lanzo un grito de dolor pero Shep no se inmuta. Ya no tiene nada que decir. Se sienta sobre mi pecho y anula cualquier movimiento de mis brazos apoyando con fuerza las rodillas sobre ellos. Me debato furiosamente y trato de liberar los brazos. Pero pesa demasiado. Le miro a los ojos pero es como si allí no hubiese nadie. A Shep ya no le importa nada. Ni yo… ni las cintas… ni siquiera el dinero.

Hundiendo las rodillas en mis bíceps, alza la hoja de cristal como si fuese una guillotina. Sus ojos no se apartan de mi cuello. No saldré vivo de ésta. Susurro una disculpa para Charlie. Y para mi madre. Cierro los ojos y me preparo para el impacto.

Pero lo que oigo a continuación es un disparo. Luego otros dos en rápida sucesión. Abro los ojos justo para ver cómo los proyectiles atraviesan el pecho de Shep. Su cuerpo se sacude violentamente ante los impactos. La sangre brota a borbotones de su boca. La hoja de cristal cae de su mano y se rompe al chocar contra el duro cemento. Luego, mientras su brazo cae a un costado de su cuerpo, Shep se tambalea ligeramente y cae hacia atrás.

Siguiendo la dirección del sonido, rastreo su trayectoria. Entonces la veo, sentada en el suelo. No inconsciente… Despierta… Joey… Por la luz que brilla detrás de ella, sólo veo su sombra. Y el hilo de humo que sale del cañón de su arma.

Se levanta, corre hacia la pared y golpea con la culata de la pistola el cristal de la alarma de incendio. Un sonido estridente rompe el silencio y, un minuto después, oigo sirenas a lo lejos. Joey corre hacia donde yace mi hermano. Dios mío…

– ¡Charlie! -grito-. ¡Charlie!

Trato de incorporarme pero es como si tuviese el brazo en llamas. No puedo mover los dedos. Me tiembla todo el cuerpo.

Media docena de guardias de seguridad de Disney entran a la carrera por la puerta principal del almacén. Todos se dirigen hacia mí; Joey permanece junto a mi hermano.

– Por favor, señor, no se mueva -dice uno de los guardias, cogiéndome de los hombros para que deje de temblar. Otros cuatro guardias se inclinan junto a Charlie, impidiéndome ver lo que está ocurriendo.

– ¡No puedo verle! ¡Dejadme verle! -grito, estirando el cuello. Nadie se mueve. Ahora todos están concentrados en el cuerpo sin vida de Shep.

– ¡Tiene taquicardia ventricular! ¡Necesita mexiletine! -grito en dirección de Joey. Ella le está administrando un masaje cardíaco, pero cuanto más me agito, más comienza a girar la habitación. Todo el mundo da vueltas y brinca de lado. Mi brazo exánime se extiende como una cinta de goma elástica por encima de mi cabeza. El guardia dice algo, pero lo único que oigo es una descarga estática. «No, no te desmayes», me digo. Alzo la vista hacia el techo. Ya es demasiado tarde. La vida se vuelve en blanco y negro, luego vira rápidamente al gris.

– ¿Se encuentra bien? ¡Quiero saber si se encuentra bien! -grito con todas mis pocas fuerzas.

Otra docena de guardias entra en el almacén. Todos gritan. Y mientras el gris se convierte en un negro intenso, sin vida, no obtengo ninguna respuesta.

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