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Charlie se inclina tanto hacia la pantalla, impidiéndome prácticamente la visión, que su pecho presiona el teclado. Mientras le aparto del monitor sólo me lleva dos segundos reconocer lo que está mirando con tanta atención. El logotipo azul oscuro de Greene & Greene en la esquina superior izquierda. El signo «fun. 1870» en la esquina superior derecha.

– ¿Un informe bancario? -pregunta Charlie.

Asiento, comprobándolo personalmente. A primera vista, eso es todo lo que hay, sólo un informe bancario normal que recoge el movimiento mensual. Excepto por el logotipo de Greene, no parece diferente de las relaciones mensuales emitidas por todos los bancos: depósitos, extracciones, número de cuenta… todas las piezas están allí. La única diferencia es el nombre del titular de la cuenta…

– Martin Duckworth -lee Charlie de la pantalla.

– ¿Es la cuenta de mi padre? -pregunta Gillian.

– … 72741342388 -leo en voz alta mientras mi dedo lee en Braille los números que aparecen en la pantalla-. No hay duda de que es su cuenta, la misma que nosotros… -me interrumpo tan pronto como Gillian desvía la mirada hacia mí-. El mismo número de la cuenta original que ya habíamos visto -le digo.

«Perfecto», dice Charlie con la mirada.

Me vuelvo hacia Gillian, pero sus ojos ahora están pegados a la pantalla… y a la casilla que dice «Saldo: 4 769 277,44 dólares».

– ¿Cuatro millones? -pregunta Gillian, desconcertada-. Creía que habías dicho que la cuenta estaba vacía.

– Lo estaba… se suponía que debía estarlo -insisto en evidente posición defensiva. Ella piensa que estoy mintiendo-. Te lo he dicho, cuando llamé desde el autobús me dijeron que el saldo era cer…

En ese momento se oye un click y los tres nos volvemos hacia el monitor.

– ¿Qué ha sido…?

– Allí -digo, golpeando nuevamente la pantalla con el dedo. Señalo la casilla de «Saldo: 4 832 949,55 dólares».

– Por favor, dime que ha aumentado -dice Charlie.

– ¿Alguno recuerda lo que decía antes de que…

Click.

«Saldo: 4 925 204,29 dólares.»Ninguno de nosotros dice nada.

Click.

«Saldo: 5 012 746,41 dólares.»

– Si abro más la boca mi barbilla chocará contra la alfombra -dice Charlie-. No puedo creerlo.

– Déjame ver -digo, apartando a Charlie de su asiento. Por una vez, no se resiste. En este momento está en mejor posición llevando la escopeta.

Muevo el cursor hacia arriba hasta la sección «Depósitos» y estudio los tres nuevos ingresos en la cuenta:


«63 672,11: transferencia electrónica desde la cuenta 225751116.

»92 254,74: transferencia electrónica desde la cuenta 11000571210.

»87 542,12: transferencia interna desde la Cuenta 9008410321.»


Entrecierro los ojos y aprieto los labios con fuerza.

– Así estudia las cuentas de mamá -le dice Charlie a Gillian.

Me inclino hacia adelante y palmeo la esquina superior del monitor. No pienso dejar que se me escape.

– No, no me digas que él… -me interrumpo y vuelvo a comprobar los números.

– ¿Qué? -pregunta Gillian.

No le respondo. Sacudo la cabeza, perdido en la pantalla, buscando más datos activo la casilla marcada «Depósitos». Se abre una ventana más pequeña y me encuentro mirando toda la historia contable de Martin Duckworth. Todos los ingresos registrados desde el principio hasta…

– ¿Cómo demonios pudo…? No es posible… -balbuceo, pasando las pantallas digitales de su cuenta bancaria. Cuantas más pantallas examino, más extensa es la cuenta. Ingreso tras ingreso. Sesenta mil, ochenta mil, noventa y siete mil. Los ingresos no parecen tener fin. Tengo esa conocida sensación de vacío en el estómago. No tiene sentido…

– ¡Dilo de una vez! -implora Charlie.

Me vuelvo, sorprendido.

– ¿Qué? ¿Has olvidado que nosotros también estamos aquí? -pregunta Gillian, inesperadamente brusca.

Me aparto de la pantalla, olvidándome por un momento del monitor, y dejo que echen un vistazo.

– ¿Veis esto que hay aquí? -pregunto, señalando la casilla correspondiente a «Depósitos».

Charlie pone los ojos en blanco.

– Hasta yo sé cómo funciona una cuenta de depósito, Ollie.

– No se trata del depósito -digo-. Se trata de dónde procede el dinero.

– No entiendo…

Detrás de nosotros se oye el sonido del ascensor y Charlie gira la cabeza hacia las puertas que se abren. Dos mujeres mayores cogidas de la mano salen del ascensor. Nada de qué preocuparse. Al menos, todavía no.

– Comprueba cada uno de los depósitos -digo mientras Charlie vuelve a concentrar su atención en la pantalla-. Sesenta y tres mil… noventa y dos mil… ochenta y siete mil. -Señalo los otros depósitos-. ¿Ves la tendencia?

Charlie entrecierra los ojos.

– ¿Quieres decir aparte de los cubos de pasta que ingresan?

– Observa las cantidades, Charlie. La cuenta de Duckworth ingresa más de dos millones de dólares por día, pero no hay ningún depósito que supere los cien mil dólares.

– ¿Y?

– Y cien mil es también la cantidad límite para que el sistema de verificación contable automático del banco no se ponga en funcionamiento, lo que significa que…

– … cualquier cantidad inferior a los cien mil dólares no se verifica -añade Gillian.

– Ése es el juego -digo-. Se llama smurfïng y consiste en coger la cantidad de dinero que pueda deslizarse por debajo del umbral de verificación contable. La gente lo hace todo el tiempo, especialmente cuando los clientes no desean que les hagamos preguntas molestas acerca de sus transacciones en metálico.

– No veo cuál es el problema. El tío es un smurf.

– No es un smurf. El está smurfing. Smurfing -digo-. Y lo importante es que se trata de la mejor manera de mantenerlo por debajo de la línea del radar.

– ¿Mantener qué por debajo de la línea del radar?

– Eso es precisamente lo que estamos a punto de descubrir -digo, concentrándome nuevamente en la pantalla.

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