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– ¿Le hemos cogido? -preguntó Lapidus, inclinándose sobre el hombro de DeSanctis.

– Espere… -dijo DeSanctis, mirando su ordenador portátil. En la pantalla, cortesía de la Oficina de Conexión de la compañía de telefonía móvil, estaba el registro de llamadas realizadas desde el móvil de Oliver Caruso.

– ¿Por qué tarda tanto? -preguntó Gallo.

– Espera…

– Ya has dicho…

La pantalla titiló y una cuadrícula de información se desplegó súbitamente. Gallo, DeSanctis y Lapidus se acercaron, examinando cada entrada: «Hora, Fecha, Duración, Llamada actual en curso…»

– ¡Somos nosotros! -exclamó Lapidus al reconocer de inmediato el número de la línea del servicio de atención al cliente-. ¡Está hablando por teléfono con alguien del banco!

– ¿En este edificio? -preguntó Gallo.

– Sí… en el primer pi…

– Se está moviendo -interrumpió DeSanctis. En la pantalla aparecieron los sitios móviles que llevaban la llamada:


Sitio Móvil Inicial: 303C

Último Sitio Móvil: 304A


– ¿Cómo puede…?

– Cada número es una torre diferente -explicó DeSanctis-. Cuando usted hace una llamada, su teléfono encuentra la torre de telefonía móvil más próxima con señal, pero en este caso su llamada se inició en un lugar y continúa en otro… -Junto a su ordenador, DeSanctis exploró el mapa de telefonía móvil extendido encima del escritorio-… 303C es la 79 con Madison; 304A es la 83 con Madison.

– ¿Está subiendo por Madison Avenue?

DeSanctis volvió a examinar la pantalla.

– La llamada se hizo hace sólo dos minutos. Para llegar de la 79 a la 83… se mueve demasiado deprisa para ir andando.

– Tal vez haya cogido el metro -sugirió Lapidus.

– No es posible. El metro no tiene línea en la Avenida Madison -dijo Gallo-. Viaja sobre ruedas, en taxi o en autobús. -Mientras corría hacia la puerta, luchando con su cojera, Gallo se volvió hacia Lapidus-. Necesito que la persona que está en el servicio de atención al cliente mantenga la comunicación el mayor tiempo posible. Que le dé conversación… que le mantenga en espera… cualquier cosa que funcione.

– ¿Quiere que yo…?

– Ni se le ocurra levantar el auricular, si él oye su voz le habremos perdido.

Aún está en la 304A -dijo DeSanctis, mientras metía un montón de cables de ordenador debajo del brazo. Con el portátil haciendo equilibrio en la palma de su mano como si fuese una pizza, corrió hacia la puerta y salió al pasillo-. Eso nos deja un radio de cuatro manzanas.

– ¿Cree que puede…?

– Puede apostar por ello -dijo Gallo al tiempo que salía disparado hacia el ascensor privado-. Nunca nos verá llegar.

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