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– ¿Hay algún problema? -pregunta Katkin, desconcertado por nuestro silencio.

– No, por supuesto que no -insiste Charlie, mientras tratamos de recobrarnos-. Es sólo que… Jim Gallo no es el tío que conocemos en Nueva York…

– Es una oficina muy grande -admite Katkin.

– ¿Quiere decir que mi padre se llevó la idea con él cuando se marchó? -pregunta Gillian, ansiosa por volver a hablar del invento.

– Sucede siempre -contesta Katkin-. Los empresarios entran, hablan maravillas de sus inventos y cuando les hacen una oferta mejor, no volvemos a verles el pelo. Así es este negocio. Y con un experto en ganar dinero como Duckworth, quiero decir, algunas de esas cosas en las que estaba trabajando, ignoro cómo lo consiguió, pero imagino que encontró un nuevo socio y se largó.

– Verá, nosotros esperábamos que usted pudiese ayudarnos precisamente en ese aspecto -le interrumpo-. Con la falta de documentación sobre el testamento del señor Duckworth, tenemos bastantes problemas para evaluar sus inventos…

– Sólo queremos saber qué inventó -dice Gillian.

Charlie se remueve en el sofá. «Adiós paciencia; hola desesperación», expresa con la mirada.

– Lo siento -comienza a decir Katkin-. Pero no estoy autorizado a dar esa información.

– Pero ella es la única heredera del señor Duckworth -insisto.

– Y éste es un acuerdo de no divulgación de hechos -replica Katkin.

– No le estamos pidiendo gráficos…

– No, me están pidiendo que viole un contrato legal obligatorio y, en el proceso, dejar expuesta a nuestra compañía a un conflicto de responsabilidad.

– ¿Puede decirnos, al menos, qué relación guarda el invento de mi padre con las fotografías? -le ruega Gillian.

– ¿Las qué?

– Estas… -Saco del bolsillo de la chaqueta la tira de instantáneas de cuatro por cuatro.

El rostro de Katkin parece confuso. No tiene ni la más remota idea de qué está mirando.

– Las encontramos junto con el acuerdo -explica Charlie.

– ¿Sabe quiénes son estas personas? -pregunta Gillian.

– En absoluto -dice con su tono de Minnesota-. No las he visto en mi vida.

– ¿De modo que no tienen nada que ver con el invento? -pregunto.

– Ya les he dicho…

– Lo sé, pero esto es mucho más importante que respetar un acuerdo hecho con un hombre muerto -presiono. Tal vez demasiado.

Katkin se levanta de su sillón y nos mira fijamente a los tres.

– Creo que ya hemos terminado.

– Por favor… usted no lo entiende… -le imploro.

– Ha sido un placer conocerles -dice Katkin fríamente.

Charlie se pone de pie de un salto y se dirige hacia la puerta. Gillian le sigue.

– Vamos -dice mi hermano.

– Pero es extremadamente urgente que nosotros…

– ¡Oliver, vámonos!

Katkin me mira y el oxígeno desaparece de la habitación. Mierda. Nombres falsos.

Me quedo paralizado. Gillian y Charlie están junto a la puerta. Katkin nos taladra con una mirada tan intensa que realmente quema.

– Hijo, no sé quién crees que eres, pero permíteme que te dé un pequeño consejo: este juego no te conviene.

Charlie me pone una mano en el hombro y me lleva hacia la puerta. Cuatro segundos más tarde hemos desaparecido.


– ¿Qué fue lo que inventó? ¿Qué fue lo que inventó? -dice Charlie con voz quejumbrosa desde el asiento trasero del escarabajo azul clásico de Gillian-. ¿Por qué tenías que empezar a cotorrear de ese modo?

– ¿Que yo cotorreaba? -estalla Gillian mientras le mira a través del espejo retrovisor-. Veamos, ¿quién es éste? Oliver, Oliver… ¿Oh, acabo de conseguir que nos escolten hasta la puerta del edificio? Lo siento, no sé en qué estaría pensando. En realidad no estaba usando una sola neurona.

– ¿Podéis dejarlo ya, por favor? -les digo, sentado como si fuese un guardia armado mientras regresamos por la autopista-. Tenemos suerte de haber conseguido esa información.

– ¿De qué diablos estás hablando? -pregunta Charlie.

– Ya has oído lo que ha dicho Katkin, esa historia acerca de Duckworth… hacer venir a Gallo desde Nueva York, al menos ahora sabemos lo que estamos buscando.

– ¿Crees que Gallo llegó y le hizo a mi padre una oferta mejor? -pregunta Gillian.

– Dímelo tú -comienzo-. Acto primero: tu padre comienza a deambular buscando capital de riesgo para que le ayuden con algo que ha inventado. Acto segundo: lleva la idea a Five Points Capital, brazo del servicio secreto. Acto tercero: Gallo aparece en escena. Acto cuarto: tu padre cambia repentinamente de idea, desaparece de la faz de la tierra y alquila un lugar miserable en la ciudad natal de Gallo. ¿Qué piensa que ocurrió entonces, Miss Marple?

– Five Points Capital consultó a Gallo, pero cuando éste vio el invento de mi padre…

– … supo al instante que podía llevarlo al mercado negro y venderlo por su cuenta. En ese momento le hace una propuesta a Duckworth: «¿Por qué dividirlo con el CR cuando podemos quedarnos con todo el negocio?»Charlie se inclina hacia adelante entre ambos asientos.

– Pero si estaban trabajando juntos, ¿por qué iba Gallo a volverse contra él?

– Porque quedarse con todos los beneficios es mejor que dividirlos en dos: «Sí, Marty, por supuesto, te ayudaremos a construir el prototipo… Sí, Marty, será mucho mejor si trabajas directamente con nosotros… Gracias por tu ayuda, Marty, ahora nos quedaremos con tu idea, meteremos toda nuestra pasta en una cuenta a tu nombre y tú serás el cabeza de turco.» En el momento en que Duckworth comprendió lo que estaba pasando fue cuando se deshicieron de él. Sólo que, para entonces, ya habían puesto sus manos sobre su criatura.

Gillian mira por la ventanilla sin decir nada.

– Sabes lo que quiero decir'-añado.

Ella no contesta.

– ¿Qué pasa con el dinero? -pregunta Charlie-. Aun cuando la teoría sea correcta, no nos dice cómo lo hicieron para esconderlo en el banco.

– Por eso creo que tenían a alguien dentro del banco -digo.

– Tal vez es allí donde entran las fotografías -dice Gillian, reaccionando.

Bajo ligeramente el espejo retrovisor justo a tiempo para ver la mueca en la cara de Charlie.

– Tal vez esa persona está en las fotos, quien ayudó a Gallo a esconder el dinero en el banco -añade Gillian.

– No lo sé -digo, sacando nuevamente la tira de fotografías del bolsillo-. Yo tampoco les he visto en mi vida.

– ¿Podrían ser de otra oficina? ¿El banco no tiene sucursales en todo el país?

– Algunas… pero todos los socios están en Nueva York. Y la forma en que esa cuenta fue ocultada… se necesita la intervención de un pez gordo para hacerlo.

Charlie inclina la cabeza abriéndose paso nuevamente hacia el espejo retrovisor. El piensa que estoy ocultando algo. Tiene razón.

– ¿Estás pensando en alguien en particular? -pregunta, leyendo la expresión de Lapidus en mi rostro. Como siempre, Charlie lo ha descubierto. Gallo no apareció sólo para investigar, vino a buscar su dinero. Y por lo que pudimos ver en el banco, Lapidus y Quincy eran los únicos con quienes estaba trabajando.

– De modo que Duckworth lo inventó, Gallo y DeSanctis se apoderaron del invento y, en algún lugar del camino, encontraron a un cómplice en el banco que les ayudó a esconder allí el dinero -añade Charlie-. Es tu turno, Oliver, ¿quién es el mayor desgraciado hijo de perra, Lapidus o Quincy?

Sacudo la cabeza y revivo mis dos segundos en el despacho de Lapidus. Había otra persona allí.

– Tiene sentido, pero… ¿Cómo sabes que no fue Shep? Quiero decir, él fue miembro del servicio sec…

– No fue Shep -me interrumpe Charlie-. Confía en mí, él no haría eso.

– Pero si él…

– ¡No fue Shep! -insiste Charlie.

Miro fijamente a Charlie en el asiento trasero. Gillian mira a través de su espejo. Es mejor no discutir. Aun así, Duckworth tuvo que haber tenido alguien que le ayudara.

– Quizá sea ésa la explicación de las fotografías -continúo-.Tal vez eran las otras personas que estaban en el asunto… gente del mercado negro… u otros agentes corruptos del servicio secreto. Tal vez Duckworth conservaba sus fotografías como una póliza de seguro.

– ¿Entonces por qué no tenía fotografías de Gallo y DeSanctis? -pregunta Gillian.

Es una buena pregunta. Girando el volante hacia una salida, Gillian deja la autopista atrás y se dirige hacia Alton Road. Vuelvo a echar un vistazo a las fotografías. No son brillantes como una foto original; son opacas como una fotocopia en color.

– ¿Alguna idea? -pregunta Gillian.

– En realidad, no. Pero cuando uno las examina cuidadosamente… las poses rígidas… ¿no parecen fotografías para algún documento de identidad?

– ¿Quieres decir como un permiso de conducir? -pregunta Gillian.

– O un pasaporte -dice Charlie.

– O quizá una tarjeta de identificación de una compañía… -añado.

– Al menos pudimos ver la reacción de Katkin -dice Gillian-. Sabemos que esos tíos no pertenecían a la compañía.

– Sigo pensando que eran personas en las que tu padre confiaba -dice Charlie-. Es como ese acuerdo de no divulgación. Tú no guardas cosas que pueden meterte en problemas, sino aquello que quieres proteger.

El coche se detiene ante un semáforo en rojo y Gillian asiente mirando a Charlie a través del retrovisor. Ella reconoce una buena teoría cuando la oye.

– ¿Y si se trata de personas que le ayudaron con la idea original?

– O personas en quienes confiaba -dice Charlie.

– ¿Cómo se llama esa compañía de videojuegos en la que trabajó cuando se marchó de Disney? -pregunto, sintiendo de pronto el bombeo de la adrenalina.

– Neowerks. Creo que están en Broward…

– Vi la dirección en un antiguo recibo -dice Charlie-. En el archivador.

Se produce una pausa importante. Los tres intercambiamos miradas y saboreamos la adrenalina en el aire.

Gillian gira bruscamente a la derecha hacia la calle 10 y frena delante de su casa.

– ¿A qué distancia estamos de Broward? -pregunta Charlie.

– Unos cuarenta minutos como máximo -contesta Gillian.

– Haré algunas llamadas… concertaré una cita. -Abro la puerta y ayudo a Charlie a salir del asiento trasero. Gillian no se mueve.

– Debería presentarme en mi trabajo y asegurarme de que aún lo tengo. Regresaré en diez minutos.

Me lanza las llaves de la casa y, con un rápido gesto de despedida, desaparece.

– Vaya, ya la echo de menos -dice Charlie.

Me coge las llaves, avanza por el sendero de cemento y abre la puerta principal. Una vez dentro busca los archivos; yo cierro la puerta con fuerza y me dirijo hacia el teléfono. Pero cuando oímos el ruido de la cerradura detrás de nosotros, seguimos la dirección del sonido y nos damos la vuelta. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que todas las persianas están cerradas. Toda la casa está a oscuras. Y entonces… en una esquina… oímos un click. Una lámpara se enciende en la sala de estar. Mi pecho se queda súbitamente sin una gota de aire.

– Me alegra volver a verte, Oliver -dice Gallo desde el sofá-. Ahora viene la parte que duele…

Junto a la puerta, una sombra se arquea y arremete contra nosotros. Charlie se vuelve y trata de huir, pero es demasiado tarde. Un brazo corta el aire en su dirección. Detrás de mí, Gallo me coge por el cuello. Y lo último que puedo ver es el puño de DeSanctis cuando golpea contra el rostro de mi hermano.

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