28

– ¿Qué quieres decir con Wonder Bread? -preguntó Noreen a través del teléfono móvil.

Wonder Bread -repitió Joey mientras conducía de regreso a través de las calles de Brooklyn-. Como en «bostezo»… como en «aburrimiento»… como en «más blanco que el blanco». Te digo, que sea lo que sea que Oliver haya visto en ella… esa chica es tan excitante como Blancanieves. Lo supe en el instante en que entré en su apartamento: sofá tapizado con motivos florales, con cojines a juego, con alfombra a juego, con una mesita de ruedas a juego, con un póster de Monet a juego en la pared…

– Eh, no te burles de Monet…

– Era Nenúfares -la interrumpió Joey.

Hubo una pausa.

– Pues entonces deberías haberla asesinado allí mismo.

– No lo entiendes -insistió Joey-. No es que haya nada malo en ella. Es una muchacha agradable y sonríe y es guapa… pero, eso es todo. De vez en cuando parpadea. No hay nada más.

– Tal vez es una chica introvertida.

– Le pedí que me contase alguna historia divertida de Oliver, y lo único que se le ocurrió fue «Es agradable» y «Es dulce». Es todo el entusiasmo que puede demostrar.

– De acuerdo, o sea que probablemente no está implicada en el asunto de los hermanos. ¿Te dijo alguna otra cosa sobre Oliver?

– Verás, eso es lo que me desconcierta -dijo Joey mientras el coche sufría los baches que sembraban la Avenue U-. Oliver puede ser un tío agradable, pero si está saliendo con Beth no puede ser demasiado temerario.

– ¿O sea?

– O sea que piensa en cómo encaja eso con el resto de las piezas: tenemos a un chico de veintiséis años que controla los gastos y ahorra para hacer realidad su sueño dorado de salir de Brooklyn. Le consigue un trabajo a su hermano pequeño, paga la hipoteca de su madre y, básicamente, cumple con el papel de padre todo el tiempo. En el trabajo, pasa cuatro años haciendo de Viernes para Lapidus, esperando que sea una situación favorable en el camino hacia el estrellato. Está claro que tiene aspiraciones mucho más elevadas, ¿pero acaso abandona su empleo para crear su propia compañía? Ni por asomo. Prefiere presentar una solicitud de ingreso a la Escuela de Administración de Empresas y tomar el camino seguro hacia la riqueza…

– Tal vez Lapidus quería que fuese a la Escuela de Administración de Empresas.

– No se trata sólo de la escuela, Noreen. Presta atención a todos los detalles. En el contenedor de reciclaje de Oliver encontré una suscripción a SpeedRead. ¿Sabes lo que significa eso? -Al no obtener respuesta de Noreen, Joey le explicó-. Esa gente publica mensualmente un folleto que resume todos los principales libros que tratan del mundo de los negocios para que puedas hacer comentarios inteligentes en las fiestas. En el mundo de Oliver, él realmente piensa que eso es importante. Él cree que el sistema funciona. Por esa razón espera en la cola… y por esa razón sale con Beth.

– No estoy segura de seguirte…

– Y yo no estoy segura de si hay algo que seguir -reconoció Joey-. No puedo explicarlo… es sólo que… los tíos que salen con las Beth de este mundo… son las últimas personas capaces de planear un golpe de trescientos millones de dólares.

– Espera un momento -dijo Noreen-, de modo que ahora crees que ellos son…

– No son inocentes -insistió Joey-. Si lo fuesen no estarían huyendo. Pero para que Oliver haya abandonado su pequeño y tranquilo rincón… está claro que hay alguna otra cosa que se nos pasa por alto. La gente no cambia su forma de vida a menos que tenga una razón jodidamente buena.

– Si hace que te sientas mejor, Fudge me dijo que seguramente mañana tendremos más datos acerca de la investigación.

– Perfecto -dijo Joey, girando hacia Bedford Avenue. A diferencia de la última vez que había estado en la zona, el cielo gris claro ahora era oscuro como la noche, lo que hacía que se pareciera menos a un vecindario y más a un callejón oscuro como boca de lobo. A pesar de todo, incluso en la oscuridad, un detalle destacaba sobre el resto del paisaje: la furgoneta de la compañía de teléfonos aparcada delante del edificio donde vivía Maggie Caruso. Joey redujo la velocidad al acercarse, pasó junto a la camioneta y miró a través de su espejo retrovisor. En los asientos delanteros había dos agentes.

– ¿Todo bien? -preguntó Noreen desde el otro extremo de la línea.

– Te lo diré en un momento.

Joey continuó hasta la mitad de la manzana, luego ocultó el coche en un camino particular situado en diagonal frente al edificio y apagó el motor. Lo bastante cerca para poder observar lo que ocurría, pero lo bastante lejos para no ser descubierta. Miró la furgoneta y supo que no tenía sentido. Se suponía que los trabajos clandestinos duraban pocos minutos, era cuestión de entrar y salir. Si esos tíos aún estaban en el apartamento, algo pasaba. Tal vez habían encontrado algo, pensó Joey. O quizá estuviesen esperando a…

Antes de que pudiese acabar el pensamiento, se oyó el chirrido de unos neumáticos y un coche giró en la esquina.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Noreen.

– Shhhhhh -susurró Joey, aunque la voz de Noreen sólo llegaba a través del auricular. El coche se desplazaba a gran velocidad, pero no se trataba simplemente de alguien que pasaba por esa calle. Después de pasar al lado de la furgoneta de la compañía de teléfonos, el coche frenó bruscamente delante de una boca de incendio. Joey sacudió la cabeza. Debió haberlo imaginado.

Las puertas se abrieron de par en par y Gallo y DeSanctis salieron al aire nocturno. Sin abrir la boca, DeSanctis abrió la puerta trasera y tendió la mano a Maggie Caruso. Al bajar del coche, la mujer tenía los hombros hundidos, le temblaba la barbilla y llevaba el abrigo abierto. DeSanctis la acompañó hacia la entrada del edificio, pero aunque a aquella distancia era sólo una silueta, estaba claro que la mujer tenía problemas. No podía subir las escaleras sin ayuda. Esos tíos deben haberla hecho polvo, pensó Joey.

– Subiré en un segundo -gritó Gallo mientras daba la vuelta por detrás del maletero. Pero en el momento en que Maggie y DeSanctis desaparecieron dentro del edificio, echó a caminar hacia la furgoneta.

El conductor bajó el cristal de la ventanilla y Gallo le estrechó la mano. Al principio sólo pareció un agradecimiento entre amigos -un rápido gesto; la cabeza echada hacia atrás mientras reían-, pero luego Gallo se quedó inmóvil. Su cuerpo se puso tenso y el conductor le dio algo.

– ¿Desde cuándo? -preguntó Gallo con un gruñido.

El conductor sacó la mano por la ventanilla y señaló calle arriba. Directamente hacia Joey.

– Mierda -susurró ella.

Gallo se giró y sus miradas se cruzaron. Joey sintió un nudo en la garganta. La mirada oscura de Gallo la atravesó como si fuese un cuchillo.

– ¿Qué coño cree que está haciendo? -rugió Gallo, dirigiéndose hacia el coche.

– Joey, ¿estás bien? -preguntó Noreen.

No había tiempo de contestar. Joey pensó en poner el coche en marcha, pero ya era demasiado tarde. Gallo ya estaba allí. Unos gruesos nudillos golpearon el cristal de la ventanilla.

– Abra -le ordenó.

Joey sabía cómo debía actuar; bajó el cristal de la ventanilla.

– No estoy violando la ley -dijo-. Tengo mi licencia…

– A la mierda la licencia… ¿qué coño estaba haciendo dentro de ese apartamento?

Mirando a Gallo directamente a los ojos, Joey pasó la lengua por detrás de los dientes.

– Lo siento, no sé de qué está hablando.

– ¡No se haga la estúpida! -le advirtió Gallo-. ¡Sabe muy bien que no tiene jurisdicción!

– Sólo estoy haciendo mi trabajo -contestó Joey. Sacó un portafolios de cuero del bolsillo y le mostró su licencia de investigadora privada-. Y la última vez que lo comprobé, no hay ninguna ley que impida…

Gallo metió la mano a través de la ventanilla, cogió la licencia y la lanzó volando contra la ventanilla opuesta.

– ¡Escúcheme bien! -estalló ante el rostro de Joey-. ¡Me importa un huevo su licencia de estudiante, si vuelve a meter las narices en esta investigación yo personalmente arrastraré su culo por el puente de Brooklyn!

Asombrada por el repentino estallido de ira, Joey permaneció en silencio. Las fuerzas encargadas de hacer cumplir la ley siempre se mostraban muy quisquillosas en cuestiones de jurisdicción… pero en el servicio secreto… no perdían los nervios de ese modo. No sin una buena razón.

– ¿Algo más? -preguntó Joey.

Gallo la fulminó con la mirada, metió el puño dentro del coche y dejó caer una bolsa Ziploc llena de artilugios electrónicos destrozados en el regazo de Joey. Todos sus micrófonos y transmisores absolutamente inservibles.

– Hágame caso, señorita Lemont, no juegue con fuego.

Загрузка...