– Y bien -dice el psiquiatra, apoltronándose en la silla y doblando las manos sobre la barriga-, ¿qué querían?
– Joderme.
– Profundiza un poco más.
– Creo que una quería ser un hombre.
– ¿O?
– ¿Castrar a su padre? ¿No es ése el otro rollo freudiano?
– ¿Qué otra cosa tienen los hombres, en las fuerzas de la ley, que las mujeres no tengan?
Pienso en ello durante un minuto, en serio, antes de responder.
– Respeto, supongo.
– Bien.
– Vaya, estoy curado.
Casi sonríe, pero se contiene justo a tiempo y sigue hablando con voz ronca.
– Existen distintas formas de ganarse el respeto. Alguien hace un buen trabajo. Quizá consigan dinero, poder o fama, pero en el fondo hablamos de autoestima. Nos definimos en función de nuestra propia realidad.
– Muy profundo -digo, mientras me pregunto de qué libro de texto lo habrá sacado.
– Las mujeres quieren respeto -dice él-. Como todos. Tu mujer también, ¿no? ¿Acaso las ganancias materiales no son otra forma de lograr respeto? Sobre todo en nuestro mundo. Cuando haces algo que no respetas para conseguir respeto aparece el conflicto, el estrés, el desorden mental… Como una pescadilla que se muerde la cola.
– Me he perdido -digo.
– No lo creo. Pero volvamos donde estábamos. A la noche en que James anunció que la compañía saldría a bolsa.
– Después de que ella me acusara de que no había deseado su embarazo, no dije nada más. Nos limitamos a volver y me dispuse a preparar el equipaje. Bajé las bolsas por la escalera de atrás y las cargué en los coches. Cuando iba a cerrar la puerta, me encontré con Eva King: se disculpó por el malentendido y me pidió que nos quedáramos.
»Le dije que Jessica estaba indispuesta, lo que en el fondo no se alejaba mucho de la verdad. Eva me comentó que sabía lo mucho que había trabajado y que todo saldría bien. Sabía que James me explotaba como si fuera un perro. Ahí lo tiene, he vuelto a hacerlo. En fin, ella sabía lo que pasó, o lo que no pasó, en mi carrera como deportista. Sabía lo que yo quería.
»Y sabía que todo el cuento de la presidencia era como cazar patos cuando vuelven al corral. Una trampa.
– Así que te fuiste -dice él.
– Sí. Pasé de las brasas al fuego. Si no me hubiera parado a charlar con Eva, o si hubiera conducido un poco más rápido, tal vez ahora no estaría aquí.
– ¿Por qué? -pregunta él.
Me encojo de hombros y sigo hablando:
– Habíamos ido a Cascade en dos coches, ¿se acuerda? ¿Y si hubiera ido justo detrás de Jessica durante la vuelta a casa? De haber llegado al mismo tiempo que ella, habría estado allí para recibirlas y tal vez habría evitado que esas dos brujas la acorralaran. Jessica era lista, pero nunca se había enfrentado a nada parecido.
»Yo sí que había pasado por algo así. Hace años, en Boston, un socio de James intentó cargarle un montón de basura e implicó al FBI. Le garantizo que, en cuanto las hubiera oído mencionar la cárcel, habría interrumpido la conversación para llamar a mi abogado. En ese caso, tal vez a Jessica no se le hubiera metido esa locura en la cabeza: la de llegar a un acuerdo con el sindicato.
– Me ha dicho que ya lo había comentado antes.
– Comentarlo es una cosa -digo yo-, pero eso fue la gota que colmó el vaso. Creo que pensó que, si iban a tratarla como a una delincuente, lo mejor que podía hacer era obtener algún provecho de ello.