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Intenté mantener mi ritmo habitual, pero no debí de disimular tan bien como creía porque, unas semanas después, James me convocó en su despacho, después de nuestra reunión de las seis y media, y me preguntó cómo estaba. Le dije que bien, sin problemas, y él me miró sin expresión, como solía hacer cuando estaba ensimismado con algo.

– Mañana se acaba el plazo para la presentación de presupuestos -dijo.

No repliqué. No era una pregunta. En un rincón de su mesa de castaño descansaba el busto de una reina tribal africana, tallada en ónice negro, un regalo que le había traído Scott de uno de sus safaris. La mujer tenía la barbilla alzada y la mirada puesta en el cielo, como si se comunicara en silencio con los dioses.

– Quiero que les eches un vistazo -me dijo-. Antes de que adjudiquemos la obra.

– ¿Ah sí? ¿Por qué?

Las palabras se me escaparon de los labios antes de que pudiera cerrar las puertas. Las arrugas que rodeaban los ojos de James se hicieron más profundas y me sonrió del modo en que sonreirías a un niño al que acabas de engañar con un simple truco de cartas.

– Vamos a salir a bolsa -contestó, como si fuera algo que implicara una conclusión obvia.

Sentí un nudo en el estómago. Aparté la mirada, de él y de la reina africana, y asentí con la cabeza.

– Me parece bien.

– Mañana comienza la temporada de tiro con arco -me informó-. Estaré en la cabaña. Cuando lo tengas todo, tráemelo. Cenaremos y revisaremos los números.

– Creo que no nos costará mucho decidirnos.

– Me inclino por OBG Tech -dijo él.

Me tragué una bocanada de bilis.

– Bueno, se lo daremos al que presente el mejor presupuesto, ¿no?

– No -dijo él, sonriente-. Esto es demasiado importante. Presentarán uno de los presupuestos más bajos y, a menos que sea ridículo, se lo adjudicaremos a ellos. Son de aquí.

– No tienen experiencia en obras tan grandes.

– Es una cuestión de confianza -dijo él, adoptando un tono de voz más suave-. Lo entiendes, ¿no?

– Por supuesto.

– Bien. Nos veremos mañana por la noche.

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