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– ¿La atraparon? -pregunta él.

– Sí. La pillaron cuando iba a tomar un autobús en Massena y la encerraron por tráfico de drogas. Diez años: le dijeron que se pasaría diez años en la cárcel por cruzar la frontera con tanta droga. En Nueva York te cae una condena peor por tráfico de drogas que por matar a alguien. Como Bucky. Cinco años en libertad vigilada por cargarse a ese tipo.

– ¿También ella declaró contra ti?

Le sonrío.

– ¿Cree que hizo lo que hizo porque no me quería?

Él se encoge de hombros.

– Ella no se percató de que me había agarrado a la manecilla. Lo creo de verdad. También sé que ella siempre iba un paso por delante. ¿Se acuerda de la grabadora que compró antes de reunirse con Johnny G en el Met? Eso le dio lo que ellos querían: Johnny G autoinculpándose de lo de Milo.

– Pero tú estás aquí -dice él.

– No gracias a las tres cadenas perpetuas que pedían para mí. Ella les ofreció un trato en cuanto la esposaron: inmunidad total para ella a cambio de entregarles a Johnny G. Yo hice mi propio trato. Me declaré culpable de homicidio en primer grado. Doce años. Que en realidad han sido seis.

– Pero ella no llegó a declarar -dice él.

Desvío la mirada, apretando los ojos para contener las lágrimas.

– Creo que me lo dejó a mí…

– ¿Y el dinero?

– Creo que supuso que me culparían a mí. Al fin y al cabo, yo era el hombre -¿Quiénes? -El sindicato. -Pero no fue así… -Al parecer, no.

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