25

– Dijeron que habían llegado de Siracusa aquella misma mañana para reunirse con James. Joder, McCarthy se puso rojo como un tomate. Casi se le desencaja la mandíbula. Parecía a punto de partirse sus propios dientes. Acababan de robarle el caso delante de sus narices. Ya me entiende, me refiero a la Unidad contra el Crimen Organizado.

– ¿No crees que su presencia allí fuera mera coincidencia? -pregunta él.

– Quizá. Pero no dejaba de ser raro que aparecieran a todas horas.

– Brujas, ¿eh?

– Tenían pinta de serlo.

– ¿Y su amigo?

– ¿Ben? No volví a verle hasta el día siguiente. Tampoco tenía muchas ganas. Y, cuando le vi, ya no tuve que preocuparme por lo de nuestra amistad. El muy hijo de puta.


Me senté en la silla de madera, de cara a las dos brujas. La pelirroja, Amanda, cerró la puerta y ocupó un asiento junto al de su compañera. Estaban detrás de una mesa pequeña: Amanda, con un traje marrón y aspecto de ejecutiva; Dorothy, con el anorak puesto, y aquella melena canosa resbalándole por los hombros. A su espalda había una ventana sucia. Nada de cristales bidireccionales, sólo una vista de los árboles secos y de las vías del ferrocarril. Al igual que McCarthy, iban provistas de cuadernos y también de una pequeña grabadora que colocaron frente a mí.

– ¿Qué puedes decirnos de anoche? -preguntó Amanda.

– ¿Hablamos de James o de Johnny G?

– De los dos, tal vez -contestó Dorothy, anotando algo.

– ¿O de Scott? -pregunté.

– ¿A qué viene ahora Scott? -inquirió Amanda, posando su mirada en mí.

– El inspector McCarthy dice que abandonó la cabaña precipitadamente. A James le mataron con su cuchillo, ¿no? No hace falta ser Perry Mason.

– Va de listo, ¿eh? -intervino Dorothy.

– Lo bastante listo como para ver lo evidente -dije, con una sonrisa forzada.

– Y, ya que hablamos de evidencias, ¿dónde estaba anoche? -quiso saber Dorothy.

– ¿Me lo pregunta porque cree que tengo algo que ver con esto? -pregunté, me llevé la mano al pecho y esbocé una gran sonrisa.

– Se lo pregunto sólo por rutina -respondió Dorothy, cogiendo el bolígrafo.

– Con mi mujer. En la cama. ¿Le parece eso lo bastante evidente?

– ¿Qué puede contarnos de Scott? -preguntó Amanda.

Respondí, intentando disimular mi ansiedad.

Y funcionó. Me limité a repetir la historia del mismo modo que la había narrado Jessica, y cuanto más la decía, más me convencía de ella, más me parecía que las cosas no podían haber sucedido de otra forma. Era como una capa de pegamento, ese líquido viscoso que de repente une dos tableros grandes. Me miraron y asintieron con la cabeza. De vez en cuando intercambiaban miradas de soslayo, como si supieran algo. Pero no sobre mí. Siguieron preguntando por Scott. Incluso llegaron a insinuar la posibilidad de una relación entre él, el sindicato y Johnny G. Tuve que admitir que, en este negocio, cualquier cosa era posible.

Cuando salí de la comisaría, el coche de Ben aún estaba allí, pero no le vi, ni ganas. Tenía el estómago revuelto, pero las náuseas desaparecían. Sabía que lo había hecho bien y no podía esperar para contárselo a Jessica. Puse el CD de los Doors y seguí el ritmo con las manos contra el volante mientras dejaba atrás las curvas. Cuando sonó el teléfono me sentí tentado a no contestar, pero era de mi despacho y comprobé que parte de mi cerebro había vuelto a la normalidad. Entonces, la imagen de James agonizando me golpeó con tanta fuerza, y de forma tan inesperada, que me quedé sin aire, pero aun así conseguí atender la llamada.

Mi secretaria hablaba en voz muy baja y tuve que apagar la música. Con admiración, me dijo que Mike Allen quería reunirse con el cuadro directivo de King Corp al día siguiente. Mike Allen era el gerente que había nombrado James. Quería proponerme que me hiciera cargo de la empresa antes de la IPO. Mi secretaria dijo que Mike ya tenía el contrato listo para que lo firmara. La reunión sería a las diez.

Tuve que parar el coche y salir. Miré hacia el cielo y me sujeté las manos, que no dejaban de temblar. Jessica era un genio. Lo único que tenía que hacer era dejar que pulsara los botones y todo saldría bien. Fue ella quien consiguió que pudiera ser socio de la empresa. Ella quien me hizo ascender por la escalera. James King nunca soltaba nada que no fuera necesario, y Jessica lo supo desde el principio, por instinto. Ahora lo tendría todo. Con James muerto y Scott como principal sospechoso, la junta directiva buscaba desesperadamente a alguien que llevara el proyecto a buen puerto. El éter del poder me ayudaría a diluir aquella imagen aterradora que se empeñaba en permanecer. Volví a subir al coche y pisé con fuerza el acelerador.

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