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– ¿Todavía lo ves? -pregunta él.

– Para eso me daban las pastillas, ¿no?

– Diría que son para la depresión. ¿Ha habido otras visiones de las que no nos has dicho nada? Dijiste que viste a tu mujer. En la celda.

– La veo si cierro los ojos -digo, cerrándolos por un momento para demostrárselo-. Pero se refiere a lo de James, ¿no? ¿A fantasmas?

– ¿Crees que se trataba de eso?

– Creo que eso me volvió loco, ¿no?

– ¿Lo estabas? -pregunta.

Mis labios se curvan al oírlo.

– Vosotros decís que lo estoy. Pero al fin y al cabo, ¿qué son las etiquetas? Pura ficción. Con dinero suficiente puedes crear la ficción que quieras. «Mi mujer diseñó el ala del museo.» «Soy un magnífico jugador de polo.» «Ella es una genial coleccionista de arte.» Chorradas así. Todo el mundo se lo traga.

– ¿Te creaste una ficción? -pregunta.

Entrelazo los dedos detrás de la nunca y me hundo en la silla, levantando las patas delanteras.

– La pareja feliz. Horatio Alger. Controlando…

Dejo que la silla caiga hacia delante con un ruido contundente y me apoyo en la mesa

– Veía muertos, joder. Johnny G me pisaba los talones. El FBI tenía a Bucky sujeto con una correa, siguiéndome el rastro como si yo fuera un animal sangrando.

– Una descripción interesante.

– ¿Cuál? -pregunto.

– Animal sangrando.

– ¿Por qué? ¿Se refiere a que tenía las manos manchadas de sangre?

– ¿De verdad estaba con el FBI?

– Todos iban a por mí. Por eso Ben tenía que desaparecer.

Revuelve sus papeles, los estudia con el ceño fruncido y luego levanta la vista y dice:

– ¿Todos? ¿Juntos? Esto es nuevo.

– Para mí no.

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