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Después, Jessica acarició el vello que cubría el pecho de Johnny. Él encendió un Marlboro y permaneció con la vista fija en el techo. Jessica enterró el dedo, hasta que éste quedó oculto en el vello gris. Le tiró de él con suavidad.

– ¿Has matado alguna vez a un hombre?

– ¿A quién?

– A quien sea -dijo ella, suavizando el tono de voz-. ¿Serías capaz de hacerlo?

– ¿Y a ti qué te importa?

– Hay algo en los hombres capaces de hacerlo. Poder. Como Thane.

Johnny se rió.

– ¿El novato? -preguntó él, en tono lastimero.

– ¿Lo has hecho?

– Milo fue asunto mío -dijo él, entre volutas de humo-. Entre otros -añadió mientras exhalaba el humo por la nariz-. Lo que hizo tu marido con James King fue una especie de asalto. Un apuñalamiento callejero. Tres balas en la cabeza. Así se hacen las cosas.

Ella le sonrió, y negó con la cabeza.

– ¿Qué pasa?-preguntó él.

– Necesito tu ayuda.

La carcajada resonó como un ladrido.

– Ya me lo supongo. ¿Te crees que no lo sé? Pero no puedo resolver tus problemas.

– Supongo que podrías llamarlo un regalo -dijo ella, tirándole suavemente del vello.

– ¿Coca?

– Vicodin. Vicodin. Algo para los nervios.

– Pareces colocada.

– No estoy colocada. Dame un respiro.

Johnny la miró y dijo:

– Así que crees que te debo un favor, ¿eh?

Se apartó de ella, sin dejar de asentir con la cabeza y de rezongar algo sobre favores. Su mano se posó en el bolso que había en la mesita de noche.

Jessica notó que se le paraba el corazón.

Pero él apartó el bolso, cogió un cuaderno y garabateó un número de teléfono de Nueva Jersey. Arrancó la hoja y se la dio.

– Anton. Dile que vas de mi parte.

– Me gustaría conseguir un buen suministro -dijo ella, acariciando ahora la curva de su barriga-. Voy a emprender un viaje.

– Vuelve a hacer lo que has hecho -dijo él, con voz ronca- y no tendrás que preocuparte de nada.

Él apoyó la mano en la nuca de Jessica y la empujó hacia abajo, muy despacio.

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