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Nos quedamos en silencio durante unos instantes, antes de que él pregunte si puedo hablar sobre lo que creo que pasó.

– Nada. Eso demuestra lo gilipollas que era -digo, negando con la cabeza-. Me enfadé con ella. ¿Cómo se le ocurría ir allí, sin avisar? En realidad, aquella noche volví a casa, para darle una sorpresa. Me encontré a Tommy y sus amigos viendo La matanza de Texas o algo así, y a Amy colgada al teléfono hablando con su novio. Le pregunté dónde estaba mamá y él me miró sin responder. Claro que tenemos que quitarnos el sombrero ante el valor de Jessica.

– ¿No volvió a casa? -pregunta el psiquiatra.

– Fui yo quien le dijo que la forma más fácil de sacar el dinero era a través de Con Trac.

– ¿Volvió a casa?

– Por supuesto.

– ¿Cuándo?

– Digamos sólo que no pasó la noche fuera. Le dije que era mala, pero no tanto. No era como usted piensa.

– ¿Qué pienso yo?

– Lo leo en su cara.

– ¿No es posible que sea una proyección de sus pensamientos?

– Me contó lo que él le había propuesto -explico-. ¿Por qué iba a contármelo de haber tenido algo que ocultar? No tendría ningún sentido. ¿Por qué me mira así?

– ¿A qué te refieres?

– Como un cordero degollado.

– ¿Qué crees que está pasando aquí?

– ¿Por qué no nos ahorra un poco de tiempo y me deja seguir? -Me inclino hacia delante-. ¿O no se le ocurre nada?

Él se pellizca los gruesos labios, asiente con la cabeza y dice:

– ¿Cómo te sientes estando solo?

– Bien.

– Creía que la echabas de menos.

– Ella. Ella. Ella. ¿Cree que estoy llorando por el amor perdido o alguna mierda así?

– No hay nada vergonzoso en admitir que uno tiene miedo de estar solo -dice él-. Nos sucede a la mayoría.

– Estoy estupendamente bien.

– De acuerdo -dice él, hinchando los carrillos y soltando el aire-. Cambiemos de tercio.

– Oh, no. Por favor, déjeme que le hable de lo mucho que la echo de menos. -Junto las manos-. Es algo purificante.

Baja la cabeza y me mira por encima de las gafas. Espera a que termine antes de decir:

– Comentaste que pasaron dos días antes de que Bucky encontrara el coche de Ben. ¿Hiciste algo para llevarlo hasta él?

– ¿Yo?

– Es muy duro hacerle eso a un amigo.

– ¿Piensa que quería que me atraparan?

No puedo evitar una expresión de asombro ante lo ridículo de la idea.

– ¿Es factible?

– Créame. No tuve nada que ver en ello.


Siempre pensé que la sala de reuniones de una gran empresa era un lugar donde se producían aviesas maniobras, ataques, traiciones y rendiciones. El dominio del terreno resulta esencial. Al igual que los aliados. La sala de juntas de King Corp estaba en el tercer piso: había en ella una larga mesa de madera oscura rodeada de ventanales y varios caballetes con dibujos que representaban algunos proyectos de todo el país. Un centro comercial. Un edificio de oficinas. Un hotel. Todos a tinta, con frondosos árboles y gente perfecta que, en su mayor parte, se paraban a admirar el impresionante edificio.

Mike Allen vino a verme, lo que en sí mismo ya era una buena noticia. Al igual que el director del colegio no suele sentarse en las aulas con el profesor, los gerentes tampoco acostumbran a visitar a los directores. Nos reunimos en la sala de juntas. Cuando le ofrecí un café, levantó un vaso de papel provisto de una tapa de plástico y rechazó la invitación.

– Siéntate.

Me serví una taza de café antes de obedecer. Después de sentarme, di un sorbo y le sonreí.

– Ya sabes por qué estoy aquí -dijo él.

– Nueva York no es un lugar fácil para hacer negocios. ¿Sabías que tuvimos la oportunidad de construir el puerto de South Street? Pero ya conoces a James. Él nunca habría jugado con esos tíos.

– ¿Y tú?

Dejé el café sobre la mesa y me incliné hacia delante.

– Mike, forma parte del coste de hacer negocios. Todo el mundo lo sabe. Cuando no lo haces… ¿Qué crees que le pasó a James? ¿A Milo?

– ¿Han proferido alguna amenaza?

– Creía que preferías mantenerte al margen de todo esto -afirmé-. Me dijiste que me encargara de llevar el proyecto a buen puerto.

– Me han dicho que a dos ingenieros les robaron las camionetas de la obra la semana pasada -dijo él-. Llevamos veinticuatro días de retraso. Ayer mismo me informaron de que si esto sigue así, podríamos tardar dos años más. No tengo que decirte a cuánto aumentan los intereses de dos billones de dólares en dos años.

– ¿Quién te dijo lo de los dos años? -pregunté. Hice una mueca de incredulidad y negué con la cabeza-. ¿Uno de los ingenieros? ¿Un banquero?

– Alguien que sabe de lo que habla.

– Ben, supongo.

– No me meto en estos juegos -repuso. Cogió el café e hizo saltar la tapa con el pulgar-. Tenemos una fuga de un veinte por ciento.

– Eso es cosa de Morris -dije, refiriéndome al director financiero de King Corp.

– Se lo pregunté yo, Thane. No vino a contármelo.

– ¿Crees que te habrían dado esas cifras si James siguiera aquí? ¿Cómo diablos voy a dirigir esto si no puedo confiar en la gente que tengo a mi cargo?

– Ése no es el tema -dijo Mike. Dio otro sorbo al café y lo depositó encima de la mesa con cuidado-. Soy yo quien sale peor parado de esto. Créeme. ¿Recuerdas todas aquellas cenas que celebramos después de los juegos SU? ¿La fiesta que dimos en Grimaldi's después del partido de Nebraska? Siempre te he apoyado. He sido tu principal valedor. Pero ahora hablamos de negocios.

– ¿Y qué significa eso?

– Tenemos que arreglar las cosas. No pueden seguir así.

– ¿Así cómo?

– Hay miembros de la junta que piden un cambio -dijo Mike-. Se nos acaba el tiempo.

– De acuerdo -asentí. Me levanté-. Que se salgan con la suya. Deja que cualquiera de esos pavos de peluche dirija el asunto. Pon a Ben en mi lugar.

– ¿Por qué nombras a Ben? -preguntó él, con una expresión de curiosidad.

Sentí una corriente eléctrica que me surcaba el estómago, como si él lo supiera.

– Él es el puto problema aquí. ¿Qué ha hecho para ayudar? Se supone que debería estar en la obra, no corriendo por los despachos. Te dije que lo despidieras. Te negaste. Ahora estoy jodido.

– Es fácil -dijo él. Extendió las manos, con las palmas bocabajo como si fuera a levitar. Después les dio la vuelta-. Tenemos que hacerlo mejor. Eso es todo. Imagina que estás ante un entrenador. ¿Qué hacías cuando te gritaba? ¿Te largabas?

– No estoy tirando la toalla, Mike. Sólo quiero que sepan cómo van las cosas. Que se lo quede si es lo que prefiere. Así veremos qué consiguen ellos.

Mike apoyó las manos en la mesa y fijó la vista en el vaso.

– Thane… No me ocultas nada, ¿verdad? Mira, no sería la primera vez. Pero si es así, es algo que tenemos que resolver de una vez por todas. Es algo que quiero resolver.

Le miré hasta que apartó sus pálidos ojos verdes. Era un buen hombre.

– No, Mike.

Eso le hizo feliz. Me dio una palmada en la espalda; intercambiamos varias famosas citas inspiradoras de Vince Lombardi y luego regresó a Nueva York. Mi despacho se hallaba entre la sala de juntas y el despacho de Morris. Al pasar, advertí que la mesa de mi secretaria estaba vacía. Me detuve y miré hacia dentro. Darlene estaba usando mi ordenador.

– ¿Qué haces?

Ella se sobresaltó y se llevó una mano al pecho.

– Hemos tenido problemas sincronizando la agenda de tu BlackBerry con el ordenador. Me has asustado.

Crucé la sala y arranqué el enchufe de la pared. El ordenador se apagó. Darlene frunció el ceño y retrocedió.

– No quiero que nadie toque mi ordenador -dije.

La miré hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas y salió corriendo del despacho.

Cerré de un portazo y fui a ver a Morris. Su despacho era una estancia de madera, de techos muy altos; la sala contigua al cuartel general de James. Observé aquel oscuro extremo del pasillo. Una alfombra oriental en el suelo. Fotos enmarcadas. Una cafetera desconectada.

Una sombra parpadeó.

Tragué saliva y miré hacia otro lado. Pregunté por Jim a su secretaria. Me dijo que tenía una visita. Llamé una vez y entré. Uno de, los agentes de leasing se puso de pie y le sostuvo la puerta. Jim Morris parpadeó al verme.

Lo miré fijamente.

– ¿Qué querías que dijera? -preguntó él, parpadeando de nuevo.

– ¿Qué decía siempre James? Cadena de mando.

– Dijo que sólo intentaba ayudar.

– ¿Crees que ayudó?

Alcé la voz.

Bajó la mirada y negó con la cabeza.

Suspiré y dije:

– ¿Has recibido los extras de Con Trac?

– Ahora iba a hablarte de ello. Es…

– Págalos.

Jim se rascó la nariz y se subió las gafas. Cogió la factura del montón de papeles que había en el borde de la mesa y me la mostró.

– Ya sé a cuánto asciende. Estamos metidos en un proyecto de dos billones de dólares. Se lo asignamos a Con Trac que, por cierto, era la empresa que James en persona me dijo que quería. Ahora no me queda más remedio que seguir adelante. Confío en su criterio, Jim, y estoy seguro de que tú también.

– Dentro de tres meses tenemos que proporcionar al banco un estado de cuentas. Ya lo sabes -dijo él.

Frunció el ceño.

– ¿Te crees que me he pasado todo el tiempo cazando? Los japoneses están listos para dar un paso en cuanto alguien parpadee.

– Bueno -dijo Jim, enarcando las cejas-, me alegro de que hayas pensado en ello.

– Págalo -le ordené.

Salí del despacho, pensando en el dinero, lo que me llevó a pensar en Johnny G, de manera que no prestaba mucha atención a lo que sucedía a mi alrededor cuando me metí en el Hummer para dirigirme al refugio. No me percaté de la presencia del coche del FBI hasta que se detuvo delante de mí impidiéndome el paso.

Querían hablar de Ben.

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