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Durante los siguientes diez minutos, los cuatro mantuvieron la vista fija en aquella forma que recordaba a una sábana sobre un rostro.

– Está aquí abajo -dijo el forense-. Tres metros coma dos. Alrededor de un metro es agua.

Bucky respiró aliviado.

– ¿Cómo lo sacamos? -preguntó la agente Lee.

– Con una excavadora de pantanos -dijo Bucky-. Una máquina que se usa para drenar los estanques. Podría meterla allí. Tiene pontones y guías.

– ¿Cuánto tardaría? -preguntó Rooks.

– Un par de horas como mínimo. Probablemente medio día -dijo Bucky-. Tendrán que excavar alrededor con cuidado para evitar que se hunda aún más. Esto es como hormigón húmedo.

Bucky desató los cabos y los condujo hacia la orilla, donde McCarthy les aguardaba observando cómo Russel se fumaba un cigarrillo. Bucky miró a su hijo e hizo un gesto de desaprobación. Russel arrojó la colilla al pantano. El forense mostró a McCarthy el hallazgo que se reflejaba en la pantalla. La agente Lee preguntó si podía traer a un equipo forense para que realizara pruebas de sangre en el barro y para que estuvieran listos si se sacaba el cadáver.

– No se olviden del casquillo -dijo Bucky-. Seguro que encaja con su arma.

– ¿Que está dónde? -preguntó la agente Lee.

– Apuesto a que se halla en el refugio -respondió Bucky-. En el armario de armas de James. La encontrarán allí.

– ¿Alguien más tiene acceso a ella? -preguntó Rooks.

– Adam, tal vez -dijo Bucky-. Nadie más.

– De manera que encontraremos sus huellas en el arma -dijo Rooks.

– ¿Qué me dice de una orden judicial? -inquirió la agente Lee, dirigiéndose a McCarthy.

– El juez da clases en la iglesia a la que asisto -contestó él.

Rooks juntó las manos y dijo:

– ¿Lo arrestamos?

– Si le detenemos -dijo la agente Lee-, esto se habrá acabado. Todo el mundo se pondrá a cubierto.

– En cuanto descubra que hemos confiscado su arma, todo habrá terminado de todas formas.

– Llevan diecisiete años trabajando contra este sindicato -apuntó la agente Lee-. Quizá deberíamos asegurarnos al ciento diez por cien.

– Joder -exclamó Rooks-, parece que han cambiado las tornas, ¿no? Ya era hora…

– Una cosa -dijo Bucky. La tensión era palpable, y paseó la mirada de una a otra antes de posarla en la agente Lee-. ¿Qué pasa con Scott?

– ¿Qué pasa con él? -replicó la agente Lee.

– Podría ayudarnos.

– ¿Sabe dónde está? -preguntó Rooks.

– Ahora ya saben quién lo hizo -dijo Bucky-. La huella que vi en la nieve cobra sentido. Todo encaja. Si Thane se ve descubierto, intentará huir. Yo me aseguraría de quitar esos jets privados de su alcance.

– ¿Qué tiene eso que ver con Scott? -preguntó la agente Lee.

– Si podemos dar con él -dijo Bucky, enfatizando con una sonrisa el «si»-, y quedara limpio de cargos, podría ocupar el cargo de director general. Mike Allen le dio el puesto a Thane porque éste le embaucó. A él y a todos.

– A todos no -dijo Rooks.

– Allen trabajaba con el UAW -informó la agente Lee.

– Mike Allen es un buen hombre -aseguró Bucky-. Tan honesto como el que más. James siempre lo decía, y él conocía a los hombres.

Mike ya tiene dinero. Montañas de dinero. Nunca se vería envuelto en algo así. Si tenemos a Scott, Mike podrá cortarle las alas a Thane.

– A menos que el culpable fuera Scott -dijo Rooks. Se cruzó de brazos-. Y todo esto no sea más que una invención de usted.

– Soy un guía de caza -afirmó Bucky, mirándola fijamente-. Leo las señales, no las fabrico. Créame.

– Hágalo volver -le pidió la agente Lee.

– ¿Está limpio? -preguntó Bucky-. ¿De todos los cargos?

– Nosotros llevamos la investigación -dijo la agente Lee-. Nosotros decidimos. A menos que surjan nuevos datos, seguiremos por esta dirección. Creo que tiene razón: tenemos a nuestro hombre.

Miró a su compañera, que se limitó a asentir y a encogerse de hombros.

– ¿La policía del condado está de acuerdo? -preguntó la agente Lee a McCarthy.

– Conocía a Scott -dijo éste-. Conocía a su padre. Nunca creí que fuera él.

Iniciaron el ascenso por la colina, hacia los coches.

– ¿Quién se encargará de seguir a Thane? -preguntó Bucky.

– Primero hay que conseguir el arma -replicó la agente Lee-. Dorothy y yo tenemos una reunión mañana. Si la bala encaja con la del cadáver y encontramos sus huellas en el arma, no nos costará conseguir que le asignen un equipo de vigilancia.

Rooks se mostró de acuerdo. Al llegar a la carretera, la agente Lee vio que el rostro de Bucky denotaba preocupación.

– ¿Sucede algo? -le preguntó.

– Dos días es mucho tiempo -dijo él.

– No si piensa que llevamos diecisiete años.

La agente Lee le estrechó la mano. Ella y Rooks se montaron en el coche. Lo mismo hizo McCarthy. El forense ya estaba al teléfono, pidiendo refuerzos. Bucky le dijo que iría a por la máquina y volvería. Russel le siguió al camión.

Cuando se quedaron solos, Bucky se volvió hacia su hijo. De sus cuatro hijos, Russel era el que más se le parecía. Tranquilo. Listo, no con los libros, sino con todo lo demás. Duro. Alguien en quien se podía confiar.

– Me ocuparé de la máquina del pantano -dijo Bucky-. Quiero que le sigas. Que no te vea. Limítate a llamarme y a tenerme al tanto de todo.

– ¿Quieres que siga a Thane? -preguntó Russel.

Bucky asintió con los labios apretados. Un halcón de cola roja voló por encima de sus cabezas. Bucky levantó la vista, atravesando con ella las infinitas ramas de los árboles secos, y distinguió la silueta del pájaro, que se perdía a lo lejos.

Miró a su hijo. Los ojos de Russel eran tan grandes y oscuros que podía verse reflejado en ellos.

– Ten cuidado.

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