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Llegamos a casa y disfrutamos de una agradable cena en familia. Por primera vez desde que nos fuimos Jessica se mantuvo lo bastante tranquila como para preparar un salteado de verduras con pollo. Buena comida. Buena para todos. Interrogó a Tommy sobre el colegio y sobre la hora a la que Amy le había dejado acostarse. La mamá preocupada.

La escuché mientras apuraba una botella de Heron Hill Riesling; intervine en la conversación para recordar a Tommy que en la vida nada era fácil y que sacar un dos en los ejercicios de matemáticas sólo le llevaría a trabajar en una gasolinera. Los ojos se le llenaron de lágrimas, le tembló el labio y pidió que le excusáramos. Jessica me miró con el ceño fruncido, y le dije que ojalá mi viejo se hubiera preocupado un poco de animarme a hacer los deberes.

Nos acostamos como si todo fuera normal. Pero ella iba hasta las trancas de Vicodin y yo había bebido tanto que apenas podía decir buenas noches.

A la mañana siguiente me tomé cuatro Advils y salí sin despertar a nadie. Me paré en Johnny's Angel para tomarme un sándwich de beicon, huevo y queso, y un café. Olvidé quitarme las migas del traje hasta que llegué a la oficina. Me resultaba raro volver allí, sabiendo que la última vez que había estado en ella había sido en plena noche para robar unos documentos.

Darlene me recibió con un semblante tan serio que me cortó el aliento. Me dijo que lo sentía, y, al mirar hacia mi despacho, vi a Scott sentado a la mesa, esperando. La despedí con un gesto, diciendo que no pasaba nada, entré y cerré la puerta.

– Bienvenido a casa -dije y le tendí la mano.

Él se limitó a mirarla. Me encogí de hombros y me senté ante mi mesa. Puse en marcha el ordenador.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -pregunté, con los ojos fijos en la pantalla, como si no tuviera ninguna preocupación.

– Se acabó -dijo él-. Sólo quería que lo supieras.

Me reí y lo miré.

– ¿Eso es todo?

Se inclinó hacia mí. Tenía las orejas rojas de furia.

– La junta se reúne mañana en Nueva York -dijo él-. Estás acabado. Creí que debías saberlo. Por los viejos tiempos.

– ¿Por aquella vez en que te protegí las espaldas en Sutter's Mill cuando aquellos tres tíos querían zurrarte? -pregunté.

– Mi familia te ha hecho ganar mucho dinero desde entonces -dijo él-. Muchos habrían dado un brazo por la oportunidad que has tenido con nosotros. Tenías un buen porcentaje.

– Tampoco me lo habéis regalado a cambio de nada.

Su semblante se ensombreció.

– El FBI va a por ti.

– ¡Qué curioso! Llevo trabajando para ellos desde hace un mes y nadie me ha acusado de estar en el bando de los malos.

– ¿Acaso no se dice que el marido siempre es el último en enterarse? -preguntó.

La indirecta me escoció, y las ideas se me agolparon en el cerebro. Johnny G. ¿Scott sabía algo o simplemente intentaba ponerme nervioso?

– Tengo cosas que hacer -dije.

Tecleé la contraseña y abrí el correo.

– ¿Más sobornos que pagar?

– Lo que haga falta para que nazca este bebé -dije, mirando la pantalla-. Construir en el centro es algo que tu padre no hizo nunca. Hacen falta acuerdos especiales.

– Que te jodan -dijo. Se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta-. Disfruta de tu último día.

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