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Amanda entró en la sala alisándose la blusa. Ya estaban todos sentados en torno a la mesa de reuniones. Tomó asiento al lado de Dorothy, hizo caso omiso de las miradas y clavó los ojos en la calva de su jefe. Incluso él la observaba de un modo impropio.

Se miró el hombro y vio las manchas de Pop-Tart. Se las quitó y levantó la vista. Los ojos de su jefe aparecían magnificados por los gruesos cristales. Él carraspeó y tomó la palabra. Amanda pasó un mal rato escuchando toda la lista negra de detalles intrascendentes. Una discusión entre un hombre y su primo. Un cheque sin fondos de la esposa de un ladrón. Una cinta que solamente revelaba un romance entre adolescentes y su marca preferida de condones.

Por fin llegaron a ella. Amanda miró a Dorothy, vio su gesto de malhumor y se levantó.

– Bueno, la trama se enrarece -dijo Amanda. Todos los ojos estaban puestos en ella-. Una de nuestras fuentes declara que otra es la responsable del asesinato de James.

– ¿Qué fuente? -preguntó el supervisor, con la boca abierta.

– Ben Evans. No tenemos su foto colgada. Está convencido de que o bien Thane Coder mató a James King, o bien ayudó a alguien de la organización de Johnny a que cometiera el crimen. Pero el propio Evans podría estar implicado. Necesitamos más recursos. Para vigilarlos a todos.

– ¿Johnny G o Peter Romano se acercaron al refugio esa noche?

– Johnny estaba en un acto benéfico -dijo ella-. Pete estaba en una celda de Morristown, Nueva Jersey, por unas multas de aparcamiento impagadas.

– Mierda.

– ¿Evans es el otro amigo? -preguntó otro de los agentes de la policía de Nueva York.

– Sí, amigo del hijo de James King -confirmó Amanda.

– Quien creíamos que era el asesino -intervino otro.

– Y a quien nadie ha podido encontrar -añadió el supervisor.

– Alguien está colaborando con el sindicato -dijo Amanda, y señaló la reluciente foto de Johnny G que estaba colgada en el centro del tablero-. No sé quién. El hijo, Ben Evans. El sindicato está detrás de toda esta historia.

– Yo apostaría por nuestra ex estrella del rugby -dijo Dorothy. Se repantigó en la silla y apoyó ambas manos en la nuca-. Coder no es trigo limpio. Los impuestos son sólo el principio. Y lo mismo puede decirse de su mujer: pretende ser una animadora, pero en realidad es una víbora. De sangre fría.

Amanda lanzó una mirada de reproche hacia su compañera, aunque su intervención no supuso ninguna sorpresa: la noche anterior, mientras volvían a casa, Dorothy había expresado la misma opinión.

– ¿En qué te basas? -preguntó el supervisor.

Su mirada, intensa, no parpadeó.

– Fue a cenar con Johnny G, y no nos dijo nada al respecto. -Dorothy enumeraba las razones con los dedos-. Su única coartada para esa noche es su mujer. Y el guarda afirma haber visto una huella de bota en la nieve cerca del refugio la noche del asesinato. Del número de Coder.

– El refugio posee un sistema de seguridad que escanea la retina -dijo Amanda-. Hemos pedido una orden para ver si queda algún registro de quién accedió al sistema y cuándo.

– ¿Monte? -preguntó el supervisor, dirigiéndose al agente en quien confiaba el equipo tecnológico.

Monte se encogió de hombros y dijo:

– Depende del nivel del sistema. Algunos lo tienen, otros no.

– ¿Por qué no lo comprobamos desde el principio? -preguntó el supervisor.

– Teníamos el cuchillo ensangrentado del hijo, que para colmo había huido -contestó Dorothy-. Nadie pensó en un intruso. El hijo ya estaba dentro.

– Se nos pasó por alto -reconoció Amanda.

– A nosotras no -dijo Dorothy.

– ¿Tenéis algún problema vosotras dos? -preguntó el supervisor, escrutándolas con la mirada.

– Bucky Lanehart, el guía de caza del refugio -dijo Amanda-. Juraría que es capaz de decir cualquier cosa para ayudar a Scott King. Nadie más vio esas huellas. Se fundieron, para conveniencia de todos.

– Número cuarenta y dos -remachó Dorothy-. El mismo de Coder.

– Eso dice él.

– Las huellas son una de las especialidades de un guía de caza, ¿no?

Amanda vio las sonrisas de los asistentes. Resultaba obvio que se alegraban de que fuera ella quien tuviera que escuchar la basura de Dorothy.

– Estamos investigando a Coder -dijo Amanda-. Mi instinto dice que está limpio. No lo sé. Si Coder quedara desacreditado, Ben Evans sería su sucesor en la dirección de la empresa. Si Evans es el malo de la película, estoy segura de que el sindicato preferiría que fuera él quien dirigiera la compañía en lugar de Coder.

Su intervención levantó una oleada de murmullos y especulaciones, hasta que Dorothy dijo en voz alta:

– Tu instinto es una mierda.

El silencio se apoderó de la sala.

El supervisor carraspeó y ordenó: -Conseguid esa orden. Veamos qué dice el escáner y no tendremos que contar con la intuición de nadie. Si Coder estuvo allí aquella noche, miente.

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