Ben encaró el paseo, dobló por la curva y vio el Suburban azul de Bucky aparcado frente a los escombros de la vivienda. La casa de troncos parecía una escultura de palillos aplastada. Astillas de madera sobresalían de la masa retorcida de tuberías, cables y láminas de metal.
Distinguió una cabeza entre el desastre. Ojos oscuros y un bigote espeso y caído, bajo la visera de una gorra de camuflaje. Ben apagó los faros y se apeó del coche.
– ¡Bucky! -gritó.
Bucky desapareció un momento y luego salió de los escombros armado con una escopeta y una cabeza de gacela. Sostenía la cabeza disecada por uno de sus cuernos. El otro estaba roto, pero aun así Bucky abrió la ventanilla trasera del Suburban y la arrojó dentro.
– ¿Queréis que me largue? -preguntó Bucky, mirándolo fijamente. Aunque la escopeta que llevaba en la mano no apuntaba hacia Ben, el cañón estaba orientado más o menos en dirección a él-. Muchas de estas cosas son mías.
Ben negó con la cabeza.
– No lo entiendes. Adam me ha contado lo que pasó. No tenía ningún derecho.
– James ya no está, ¿no? Ahora tú y él dirigís el cotarro.
– Buck -dijo Ben, negando con la cabeza y con la mirada puesta en sus ojos-, no tengo nada que ver con esto. Intenté que me pusieran al mando. Dios, ha metido al sindicato en la obra del Garden State. Hemos luchado contra ellos durante quince años y ahora están allí, jugando una partida de póquer en la caseta.
– Supongo que todos tenemos nuestros problemas -dijo Bucky.
Señaló con una inclinación de cabeza la casa derruida.
– Estamos en el mismo bando, Bucky -sentenció Ben.
– ¿Qué bando? -preguntó Bucky.
Caminó hacia los escombros con el arma apuntando al suelo.
Ben le siguió.
– ¿No me crees?
– Os trataron a ambos como si fuerais miembros de la familia -dijo Bucky, apartando una viga para rescatar un radio-reloj y una lámpara de mesa.
– Mira esto.
Ben se sacó una tarjeta del bolsillo y se la mostró a Bucky.
Éste dejó el reloj en el suelo y cogió la tarjeta. Se la acercó a los ojos para leerla.
– Ya, ¿y qué? Ya he hablado con ellos. Creen que fue Scott. ¿Tú también?
– He charlado con ellos -dijo Ben-. He intentado convencerlos de lo que de verdad está pasando aquí.
– ¿Y qué es?
– El sindicato -confirmó Ben-. Con ayuda de Thane, quizá.
– ¿Quién si no habría podido entrar? -preguntó Bucky. Recogió el reloj y se lo llevó al maletero de la furgoneta-. Vi las pisadas de un hombre. Del número de Thane. Entraron por la entrada baja, la de la sala de armas. Tienes que pasar un escáner para poder entrar.
– No me imagino a Thane -dijo Ben-. Dejando entrar a alguien sí, pero no haciéndolo él. -Había sólo unas huellas -afirmó Bucky.
El sol se ponía a su espalda.
– Tal vez los dejó entrar por otra puerta.
– Y la lluvia no moja.
– ¿Podemos demostrar que entró él? -preguntó Ben-. ¿El escáner guarda algún tipo de registro de su actividad? ¿La hora y quién lo usó?
– Creo que se trata de una cerradura que se abre con el ojo, pero no estoy seguro -dijo Bucky-. No pude averiguarlo. Esa empresa. Eye Pass. No quisieron decirme nada.
– No eres un trabajador de la empresa.
– ¿Y qué?
– Yo sí -dijo Ben-. No sé si está allí, pero si está lo encontraré.
Le tendió la mano y Bucky se la estrechó.