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Bucky se despertó y oyó ruido de coches en lugar de trinos de pájaros. Se le tensó la cara, y luego el estómago. Posó la mirada en Judy. Ella estaba de espaldas, y él salió de la cama evitando la esquina del viejo colchón donde las sábanas se habían salido durante la noche. Crujió el suelo de la pequeña habitación de alquiler; él notó la áspera madera en contacto con las plantas de los pies. Al otro lado de las cortinas amarillas, cortada en diagonal por la larga rotura del cristal, estaba Main Street.

Bucky se lavó en el diminuto lavabo, luego bajó por la escalera trasera y salió del viejo edificio de ladrillo. Se sopló las manos para calentarlas, cruzó el aparcamiento y se subió al Suburban azul. Sacó el teléfono móvil, llamó a Ben y volvió a oír el buzón de voz.

– Ben -dijo después de oír la señal-, soy Buck. No tengo ni idea de lo que te ha pasado pero llámame.

Bucky colgó y llamó a las oficinas de King Corp: preguntó por Ben, pero en su extensión volvió a salirle el buzón. No paró de darle vueltas durante el resto del trayecto, y cuando llegó al refugio ya le hervía la sangre. Tecleó el código en la puerta de acceso para entregas. No funcionó.

Golpeó con el puño la cerradura de metal y luego tomó la carretera del pantano: pasó ante las ruinas de lo que había sido su casa y luego giró hacia la larga y serpenteante carretera que los novatos debían usar para llegar al refugio. Después de cruzar el puente, bajó hacia la entrada de servicio y entró por la cocina. Robin, la encargada de pastelería, palideció al verlo.

– ¿Bucky? -dijo ella.

– ¿Dónde está Adam?

Robin vaciló: sus ojos se posaron en las manos de Bucky.

– Creo que está en la bodega.

– ¿Y Thane? -preguntó Bucky.

– No lo sé. Sé que celebra algo aquí esta noche. Vienen unos políticos. Tú… Me alegro de verte, Bucky.

– Yo también -dijo Bucky.

Dio media vuelta y descendió por la escalera de piedra que llevaba a la fresca bodega.

Adam estaba inclinado sobre un estante intentando conectar un grifo a uno de los barriles. El vino tinto se derramó, mojándolo y manchando su ropa. Bucky cogió un tapón de un estante superior y arrancó el mazo de madera de manos de Adam. Sacó el grifo de un golpe, le colocó el tapón de corcho y con otro golpe contundente cerró el agujero. Adam le miraba boquiabierto; sus ojos, tras las gafas redondas, expresaban asombro. Su semblante pasó del rosa al rojo intenso, más rojo aún que las manchas de vino que salpicaban el blanco delantal que llevaba sobre la camisa de franela y los tejanos.

– Estoy buscando a Ben -dijo Bucky.

– Thane no te ha visto, ¿verdad? -preguntó Adam.

Se secó las manos en el delantal que cubría su prominente barriga.

– ¿Dónde está Ben?

Adam abrió la boca y el esfuerzo se le marcó en los pliegues del cuello, pero el único sonido que salió de su garganta fue un gemido medio ahogado.

– Deberías haberle dado a él con la grúa -dijo Bucky, señalando a Adam con el dedo índice.

– Se habría cargado mi casa -protestó Adam-. Tuve que hacerlo, Buck. De todos modos, lo habría llevado a cabo.

– ¿Crees que yo te habría hecho algo así?

La frente de Bucky estaba surcada de arrugas iracundas.

Adam bajó la mirada.

– Ben -insistió Bucky.

– No le he visto desde hace tres días, Buck -dijo Adam.

Se quitó el delantal y lo usó para limpiar el desaguisado.

– ¿Y Thane?

– Nunca sé cuándo va a venir -explicó Adam. Hablaba cada vez más rápido a medida que limpiaba el barril-. Viene y va. Ahora lo dirige todo, Buck. Mi mujer ha vuelto a la universidad. La matrícula nos ha costado seis mil dólares. La caza no va bien. No es lo mismo sin ti. Thane quería un venado fresco para la cena del gobernador. Incluso salí con la linterna y el Winchester, pero al final he tenido que recurrir al congelador. Thane disparó a una pieza grande la otra noche, por el refugio oeste, pero no la cazó. Habríamos podido usarla. Llegó hecho un asco.

Adam siguió secando el vino. Bucky se limitó a mirarlo hasta que se detuvo.

– Primero James -dijo Bucky-. Luego Scott. Ahora Ben.

– ¿Ben? -preguntó Adam, con la vista clavada en el delantal empapado de vino.

Bucky se limitó a seguir mirando, pensativo. Adam mantuvo la mirada baja y se removió, pisando los charcos de vino.

– Si sabes algo de él, llámame al móvil -dijo Ben-. ¿Alguien ha salido a cazar esta mañana?

– Esta tarde -dijo Adam-. Unos políticos.

– De acuerdo. Escucha, voy a dar una vuelta. Si aparece Thane, me llamas al móvil. No quiero problemas.

– Buck… -dijo Adam. Sus manos retorcían el delantal-. Si Thane se entera…

– Por eso mismo: es mejor que me avises.

Adam tragó saliva. Luego levantó la vista y la posó de nuevo en el suelo.

Bucky bajó las escaleras de dos en dos. El Suburban levantó una nube de polvo. Tenía mucho terreno por cubrir antes de que Thane saliera de caza por la tarde. Salió del paseo en Scope Road, cruzó el bosque y se adentró en una zona llamada Upland Fields. El cinturón de seguridad se le clavaba al pecho. Sus ojos estaban alerta, como cuando iba tras una presa, en busca de señales.

Salió de las hierbas altas y pasó ante el establo. Tenía previsto dirigirse a la carretera del pantano y dar la vuelta por el estanque de las ocas, pero en el último momento, sin saber por qué, giró a la izquierda y subió el sendero de la colina, hacia el refugio oeste.

Allí le esperaba el coche de Ben.

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