Sabía que me pisaban los talones. Era más un presentimiento que una certeza. La verdad es que nunca los pillé en un renuncio: sólo advertía la presencia de unos faros que siempre parecían mantenerse a una distancia de cuatrocientos metros, sin importar la velocidad que yo llevara. Se me ocurrió la posibilidad de que hubieran colocado un transmisor en el H2, y me planteé si debía pararme a buscarlo. ¿Dónde podría estar? ¿Debajo del chasis? ¿Detrás del parachoques?
En cualquier sitio.
Necesitaba un plan. Podrían haberme detenido en cualquier momento, pero no lo habían hecho. Querían algo más. ¿A ella? Fuera lo que fuera, tenía la sensación de que no disponía de mucho tiempo. Aparqué y repasé el mapa, en busca del camino más rápido para la I-84. No tenía ningún sentido zigzaguear si me tenían localizado.
Tenía que llegar hasta ella. Yo llevaba el dinero. Ella tenía el plan. Si no conseguía despistarlos durante el trayecto, es que no merecía escapar. Tomé el puente George Washington, maravillado ante aquel universo de luces. Un universo de posibilidades. El lugar perfecto para perderse. Cogí la autopista Henry Hudson y salí en la calle Setenta y nueve. Fui en dirección norte, unas tres manzanas, hasta que cambió un semáforo. Me detuve y salí corriendo del Hummer. Lo dejé en marcha.
Me fundí entre la multitud y el olor a comida rápida. Gente que se dirigía hacia los restaurantes de la avenida; miré a mi espalda y bajé por la calle Ochenta y cinco. Corrí con todas mis fuerzas hasta cruzar Central Park West, y desaparecí entre las sombras oscuras de los árboles. Me agaché detrás de un enorme arce y observé, con las manos apoyadas en la basta corteza. Recuperé el aliento poco a poco.
Pasaban transeúntes vestidos con largos abrigos. Taxis. Limusinas. Unos cuantos vehículos. Nadie corría. Nadie me seguía. Quince minutos después, un coche oficial negro con dos individuos ataviados con trajes bajó despacio por la avenida. Los hombres observaban el paseo. Agentes. No tenían ni idea de que yo me regocijaba de mi triunfo.
Me volví hacia el epicentro de la oscuridad y me dirigí al lugar donde sabía que ella me esperaba.