Bucky se arrodilló detrás de la farola y enfocó el suelo con la linterna. Vio los pasos recientes, la carne blanca, la sangre. Esbozó una leve sonrisa.
El camino estaba lleno de tierra y eso le permitía seguir las huellas de su presa: sin duda se dirigían hacia los árboles. El reguero de sangre era lo bastante intenso como para no albergar duda alguna. No eran más que gotas sueltas cada par de metros, pero era sangre fresca y brillaba con fuerza bajo el rayo de luz.
Se paró para recargar el arma y se la metió en el abrigo. No sabía dónde podía haber gente en este laberinto de senderos, bosques y claros, y no le habría sorprendido que los disparos atrajeran la atención de algún curioso. No estaba enojado consigo mismo. No era fácil acertar con un arma de este calibre, y lo habría logrado, si aquel otro tipo no se hubiera interpuesto en la trayectoria de la bala.
Cuando las sirenas se acercaron al cadáver él ya había llegado a campo abierto. Demasiado lejos para renunciar a la caza.
El helicóptero era otro problema.
Bucky oyó el sonido en el aire antes de poder localizarlo. Volaba sobre el parque, desde los edificios del oeste, y siguió adelante pasando por encima de su cabeza. No tenía de qué preocuparse por el momento, de manera que concentró su atención en la hierba. La débil capa de escarcha mostraba claras huellas humanas y Bucky las siguió, consciente de que Thane empezaba a arrastrar la pierna derecha: el rastro de sangre le condujo hasta un puente de madera, gastado y abombado en su parte central.
Un pato graznó desde el agua, enojado ante tanto alboroto. Avanzó hasta oír de nuevo el sonido de la cascada. Le levantó el ánimo. Se oían voces a lo lejos. Agarró el rifle con las dos manos, dejando que el láser enfocara el serpenteante sendero que se abría ante él.
Alguien se acercaba. Se apostó en las sombras y apoyó el hombro en el suave tronco de un haya. Percibió el hedor de las hojas en descomposición. Los pasos eran perfectamente audibles. Cercanos. Contuvo el aliento.
El hombre rodeó la curva y Bucky dirigió el punto rojo a su nariz. El tipo se movió y retrocedió. Bucky relajó el dedo. No era su presa.
Quienquiera que fuera, había sacado el móvil y gritaba como un imbécil, rasgando la quietud del bosque.
No le convenía. No, con un helicóptero sobrevolando la zona.
Bucky apretó la mandíbula y siguió por el sendero sin preocuparse de buscar rastros de sangre. El hombre se había alejado: seguramente había visto a Thane arrastrando la pierna ensangrentada. Bucky avanzó con cuidado, prestaba atención a cualquier ruido. Algo se cernía sobre su cabeza. Luces. No muchas. Un edificio de piedra.
Bucky recordó el mapa. Aquello debía de ser el castillo Belvedere. El punto más alto del parque. Si la memoria no le fallaba, había unas escaleras descendentes a un lado, que daban a un jardín y a una especie de teatro.
Bucky se detuvo. Giró a la izquierda y se metió en el bosque: las luces del castillo quedaban a su derecha. Rodeó la colina, cortando cualquier posible vía de escape.
Dibujó un círculo alrededor del castillo, pasó el teatro, cruzó el jardín y bajó por los gastados escalones de piedra. El castillo se alzaba sobre el precipicio de roca. Bucky se agachó y miró a su alrededor, por si Thane hubiera bajado por ese lado. Nada.
Inició un lento ascenso por la escalera. Le tenía: era sólo cuestión de tiempo. Pero el helicóptero venía hacia donde se encontraba él. Zumbaba como una sierra en un día de otoño, y el ruido sofocaba cualquier otro sonido. No podía evitarse.
Lo mismo sucedía con los coches que cruzaban el parque, con sus frenazos y chirridos de ruedas.
– Hijo de puta -dijo Bucky, permitiéndose el lujo de gritar con todo ese alboroto.
Empezó a correr. Oía gritos a lo lejos. Tenía el helicóptero encima: su foco brillante rasgaba la noche, sumándose a la luz de las farolas de acero de la muralla. Gracias a ellas, Bucky distinguió unas gotas de sangre. Cruzaban el patio de piedra… hasta llegar a un punto: una esquina oscura, escondida, de la muralla. Agachado, con las manos sobre la cabeza, estaba Thane.
Bucky se mantuvo erguido y empuñó el arma. El corazón le latía por el esfuerzo de la carrera y se detuvo un instante para recuperar fuerzas y no fallar el disparo.
El punto rojo se posó en el centro de Thane. Pero tardó demasiado en apretar el gatillo. La figura de una mujer se interpuso entre él y su presa. Le apuntaba con una pistola.
– ¡Tire el arma! -gritó ella.
El punto rojo señalaba ahora la nuez de la mujer. El disparo le atravesaría el cuello y le reventaría el cerebro, matándola al instante. No tendría tiempo de apretar el gatillo. Podía deshacerse de ella y luego ir a por Thane. Bucky tomó aire; lo soltó despacio… Hundió los hombros.
– Hola, agente Lee -dijo.
Su dedo se alejó del gatillo y dejó caer el rifle al suelo.