Respiro hondo y expelo el aire por la nariz. Luego digo:
– Los apaches decían que la fuerza de un hombre se mide por sus enemigos.
– ¿Crees que Ben era tu enemigo? -pregunta él.
– Mi enemigo era Johnny G. ¿Quiere decir que ahora había cambiado de bando? Ya se lo digo yo. Mis enemigos eran mis amigos.
– Son los más peligrosos -dice él.
– ¿Peligroso? El peligroso era Bucky.
– ¿El guía de caza?
– Incluso James sabía que había algo oscuro en él -explico, asintiendo con la cabeza-. Era implacable. En una ocasión estábamos de caza en las montañas de Nuevo México y de repente se desató una enorme tormenta. Oscurecía y los guías ordenaban que todo el mundo volviera al campamento.
»El viento gemía a través de la madera de la cabaña. No era una cabaña como Cascade, sino una choza de verdad, y cuando entró el último grupo ya había en el suelo siete centímetros de nieve que impedían cerrar la puerta. Entonces nos percatamos de que faltaban dos policías de Boston. Se habían quedado fuera para descuartizar un alce mientras su guía seguía el rastro a un toro herido con el hombre que le había disparado.
»James preguntó a los guías de Nuevo México quién saldría a buscarlos, y éstos le miraron con los ojos muy abiertos y le dijeron que estaban a más de doce kilómetros de allí, una distancia imposible de recorrer bajo una tormenta como ésa, y menos aún dos veces. Bucky ni siquiera abrió la boca. Hubo una discusión, y entre los gritos nadie se percató de lo que hacía hasta que tuvo la mochila colgada al hombro y desapareció por la puerta. Diez minutos más tarde, el exterior estaba negro como alquitrán y los guías se sirvieron unos vasos de vodka y empezaron a hablar de suicidio, como si Bucky se hubiera colgado de una viga.
Me mira y espera.
– Nadie sabe cómo lo hizo -digo, tamborileando con los dedos sobre la mesa-. Los polis ni siquiera estaban conscientes. Eran las cinco de la madrugada cuando entraba por la puerta, con uno colgado sobre cada hombro.
»No soy ningún idiota -le digo-. No intentaba que me pillaran.
– Nadie ha dicho eso.
– Ese tío era increíble. Y cuando supe que iría a por mí, me encontré sin escapatoria.
– ¿Cómo averiguaste que iría a por ti? -pregunta el psiquiatra.
– Estaba seguro de ello.