Vi a la pelirroja agente Lee apearse del coche y dirigirse hacia mi ventanilla. Una furgoneta se paró detrás de su coche e hizo sonar la bocina. La agente Lee le mostró la placa y le hizo señas para que rodeara el vehículo.
Bajé la ventanilla y pregunté:
– ¿Está loca?
Me dijo que quería hablar.
– Su amigo ha desaparecido -me comunicó.
– ¿Ben?
Enarqué las cejas y abrí la boca.
– ¿Podemos hablar en algún sitio? Tenemos un despacho en el Edificio Federal.
Le dije que el mío estaba en la esquina. Se mostró de acuerdo, y ambas me siguieron hasta la plaza que había delante del edificio. Entramos los tres en el despacho y les pedí que tomaran asiento ante la pequeña mesa de reuniones que había frente a mi mesa de trabajo. La agente Lee estuvo observando el estante que había detrás de la mesa, atestado de viejos trofeos y fotos mías, de Jessica y Tommy, haciendo submarinismo, esquiando, en barco, en un estadio de fútbol.
Les ofrecí una bebida. Se negaron, pero pedí a Darlene que me trajera un café antes de sentarme a la mesa.
– Hemos oído lo de su cena con Johnny G -dijo la agente Lee.
– Ya. -Contemplé el punto rojo de la grabadora que ella había conectado sin preguntar-. Ustedes me dijeron que mantuviera el contacto con él. Lo vimos en el Time Warner Center. Un acto benéfico. Nos invitó a cenar. Era lo que querían que hiciera, ¿no?
– Sólo que se le olvidó decírnoslo -repuso ella con una sonrisa forzada.
– ¿Debo informarlas de todo? -pregunté, dirigiéndome a la pelirroja-. No se ofendan, pero intento llevar una empresa.
– Es un hombre muy familiar.
La agente Lee señaló las fotos del estante.
– Por supuesto.
– A veces a la gente se le olvida -dijo ella-. Con el trabajo y todo eso.
– Existe un equilibrio. Ese barco era el número tres del mundo. Trabajar duro te permite hacer cosas así.
– Días duros y noches largas -dijo la agente Rooks-. Eso decía mi padre. Creo que le vi en mi graduación. Estoy bastante segura de que era él.
La miré durante un momento.
– Bueno -dije-. Ben.
– Teníamos una reunión -explicó la agente Lee-. No se presentó. Ni llamó. Nadie lo ha visto.
Me encogí de hombros.
– Seguramente debería estar en la obra del Garden State. Yo tampoco he podido hablar con él, pero sé que tienen mucho trabajo en esa zona.
– Hemos enviado a algunos de los nuestros hasta allí -dijo Amanda-. No le han visto.
– ¿Tienen gente en la obra? -pregunté, asombrado.
– ¿Qué relación tenían Ben y Scott? -preguntó Rooks.
Me humedecí los labios y paseé la mirada de una a la otra.
– Eran como hermanos. Los tres lo éramos. Desde la facultad.
– ¿Y qué pasa con el sindicato? -preguntó Amanda.
– Bueno, en la obra han desaparecido algunas cosas. Parece estar un poco fuera de control. Nunca sospeché de Ben. Ya sé que es el responsable de aquello, pero…
– Ha dicho que ha intentado contactar con él -dijo Rooks-. Usted es el jefe, ¿no?
– Estos días todo va manga por hombro -expliqué-. Me recuerda al proyecto Cumberland que llevamos a cabo en Albany. Todos se pelean. Hay que dejar que cada uno haga su trabajo.
– Y confiar en ellos -apuntó la agente Lee.
– Con un poco de suerte, se puede. ¿Acaso saben algo que yo desconozca?
Los ojos negros de Rooks escrutaron los míos. Tuve la certeza de que lo sabía. Supe que quería decirlo. Tragué saliva y sostuve su mirada.
– Existe una conexión entre el sindicato, King Corp y el asesinato de James -explicó la agente Lee, atrayendo mi atención-. De eso estamos seguros. Podría ser Ben. Podría ser Scott.
Nos quedamos en silencio durante un minuto. Darlene trajo el café y lo dejó en mi mesa. El vaso se convirtió en el centro de todas las miradas.
– ¿O podría ser yo? -pregunté en voz baja-. ¿Es eso lo que piensan?
La agente Lee me miró a los ojos y contuvo una sonrisa nerviosa.
– Harían falta cojones -dijo Rooks-. Un testigo colaborador metido en el ajo.
La agente Lee carraspeó y afirmó:
– Hemos visto cómo acaban esta clase de asuntos. Una vez encontramos la cabeza de un tipo en un contenedor. Le habían metido tres balas. A veces es difícil negarse.
– ¿Creen que eso es lo que le ha pasado a Ben?
Rooks se encogió de hombros.
– Es como estrujar un buñuelo relleno. La mierda se te mete entre los dedos. Un asco.
– La cuestión es -intervino la agente Lee- que sabemos que está a punto de estallar. Se está calentando. Los cadáveres. Los robos. No son más que el trueno que precede a la tormenta.
– Así que si ve a Ben y se percata de que tiene algo que contarnos, podría hacerle un favor. A estas alturas nadie va a salir indemne de esto. Pero cuando empiecen los rayos, podremos ayudarle… si está de nuestra parte.
– Y los rayos empezarán en cualquier memento -dijo Rooks. Y añadió, dirigiéndose a su compañera-: ¿No crees?
– Eso creo.
La miré, apoyé el brazo en la mesa, me incliné hacia ella y suavicé la expresión de mi rostro. Estuve a punto de dejarme llevar. De confesar.
Esperó.
Abrí la boca para hablar y entonces me di cuenta de la estupidez que iba a cometer. Cerré la boca, me eché hacia atrás y dije:
– Si le veo, se lo comunicaré.