Londres
La repentina lluvia de verano martilleaba contra los cristales de las ventanas, dificultando su concentración. Con una sonrisa en los labios miró de reojo a la bibliotecaria en el vestíbulo. La mujer era tan autoritaria y mantenía tal disciplina en la sala de lectura que a Mai-Brit no la habría sorprendido si con una de esas miradas severas que le dirigía a la lluvia hubiera logrado obligarla a detenerse al instante.
En realidad, Mai-Brit sentía que ya había acabado por hoy, pero las pocas ganas de volver al hotel completamente empapada la llevaron a quedarse un rato más. Decidió entonces sustituir la lectura por el diario. Lo sacó del bolso y se puso a escribir en él:
2 de junio de 2004, Royal Society, Londres-. Finn-Erik, Stig y la pequeña Line ya han vuelto a casa después de unos buenos días de vacaciones de Pentecostés que tuvimos en Torquay. Ayer y hoy he estado en el archivo de la Royal Society. La carta de recomendación del profesor Thompson ha obrado milagros, ya no tengo problemas para acceder ni a los archivos de datos ni a la sección de manuscritos.
Ayer por la noche visité a mi antiguo tutor, el profesor Thompson vive en Kensington, a apenas veinte minutos a pie de mi hotel. Sigue en la Universidad de Londres, aunque con reducción de horario tras una operación a corazón abierto a la que fue sometido el verano pasado. Su cabeza funcionaba como de costumbre y me ofreció una descripción pormenorizada de Londres en los tiempos de Newton.
Estoy elaborando una relación cronológica de la vida de Newton, de lo que hizo y dónde lo hizo. Me quita mucho tiempo, pero a la vez me ha dado un conocimiento profundo del interior de un hombre increíble. En pocas palabras: ¡El hombre no es de verdad! El concepto «genio» casi se vuelve insuficiente cuando se trata de él. Entiendo la fascinación de Even.
Miró la última frase que había escrito y le entraron ganas de borrarla rápidamente, no quería pensar en Even. Empezó a hojear el diario con desasosiego, leyendo un poco de aquí y de allá. Durante los últimos dos meses había anotado los libros que había leído y dónde podría encontrar esos datos. La verdad es que había hecho poco más que eso, pues últimamente había otros proyectos que requerían su atención, libros que debían salir en otoño.
La bibliotecaria se levantó y cerró la única ventana que todavía estaba un poco abierta. La verdad es que no palió mucho el nivel de decibelios de la estancia, pero el bochorno, ya de por sí asfixiante, no tardaría en empeorar. Las vistas a The Mall, a la avenida a la que daban las ventanas de la Royal Society y que conducía al Buckingham Palace habían quedado reducidas a una cortina impenetrable de chorros de agua, y de pronto a Mai-Brit le vino a la mente una imagen de la reina Isabel y su príncipe consorte de camino a casa en una carroza abierta, saludando enérgicamente mientras los peinados, los sombreros y los vestidos de gala se volvían un espectáculo cada vez más triste bajo el peso de la lluvia.
La imagen de la reina llevó a Mai-Brit a sacar las cartas del bolso y empezar un solitario. La bibliotecaria le lanzó una mirada severa, pero no podía prohibirle esta pequeña diversión, a pesar de que era evidente que le gustaría haberlo hecho. Había sitio de sobra sobre el escritorio y Mai-Brit optó por la «rueda de bicicleta», un solitario que no podía hacer en casa por falta de espacio, cuando Stig y la pequeña Line correteaban por ahí. Dejó un naipe en el centro de la mesa y otros ocho alrededor del central formando un gran círculo. Pensó en las sociedades que habían concebido el tiempo como una rueda dando vueltas, que las cosas se repetían infinitamente. Ella, personalmente, veía el tiempo como algo vinculado a su propia fugacidad, la experiencia del hombre de la finitud del propio ser. Algo que ponía el pasado en otra perspectiva. El concepto del pasado cambia continuamente; por eso mismo, el neumático de una rueda como ésta no dejaba de pincharse y la llanta se torcía a menudo. El deseo de un historiador era siempre ofrecer una imagen del pasado lo más convincente posible: así tiene que haber sido, y así debió de ocurrir para que hoy nos encontremos donde nos encontramos, a sabiendas de que cualquier descubrimiento o hallazgo mañana podía tumbar lo que, como historiador, has dicho hoy. En estos casos, un escritor de ficción tenía las manos mucho más Ubres. A menudo, Mai-Brit había sentido un poco de envidia de aquellos que podían permitirse fabular, pasar por alto alguna que otra inexactitud histórica y decir con toda tranquilidad que «así fue, y me atrevo a afirmarlo porque esto no es la Verdad, sino tan sólo un acuerdo con el lector según el cual, esto es como un "mundo igual que"». El buen escritor, como también el buen historiador, sabe que la idea del pasado siempre parte del tiempo en que el escritor y el historiador viven. Nunca podemos librarnos del presente.
Hizo el solitario cinco veces antes de que amainara la lluvia; ninguna de las veces le salió.