Capítulo 28

«Hay primavera en el aire», pensó Even y respiró hondo antes de sentarse en el coche. Caían gotas desde el tejado del granero y desde los árboles, y una brisa casi cálida soplaba a través del patio de la granja a pesar de que era temprano por la mañana. Un pajarito trinaba a todo volumen desde lo alto de un árbol, como si en ello le fuera la vida. Como si con ello pudiera espantar la nieve y el invierno.

Unos minutos antes, Even se había escabullido del dormitorio sin despertar a Kitty, había escrito una nota en el dorso de un recibo arrugado y se había ido. Había pensado que era mejor así.

En el camino sinuoso que atravesaba Nesodden y, más tarde, en la autovía E6 en dirección a Oslo, se sorprendió varias veces a sí mismo sonriendo, así, sin más. Había pasado un tiempo desde la última vez. Y tarareó Here Comes the Sun, probablemente por primera vez en su vida. Notó que el tiempo, su tiempo, había empezado a correr de nuevo. Débilmente, pero lo sentía.

Había poco tránsito, tanto en la E 6 como en el Cinturón 3 aquel domingo por la mañana, y no había prácticamente ni un alma cuando tomó Nordbergveien y luego Kongleveien en dirección a Kringsjá. A pesar de que pronto tocaba misa, murmuró en un tono de voz afectadamente escandalizado para sus adentros. Cuando, minutos antes, circulaba por el 3er cinturón había oído el tañido de las campanas de la iglesia del barrio de Grefsen. «¡Maldita sea, hoy en día no hay nadie que desee ser salvado!»

Aparcó el coche en el acceso de coches y entró sin llamar antes. La puerta principal estaba entornada, por lo que tenía que haber alguien en casa. En el pasillo oyó voces que provenían del salón y siguió adelante; estuvo a punto de decir algo cuando de pronto se detuvo. Había dos personas sentadas en el sofá, muy juntas; o al menos relativamente juntas. En el televisor, un pastor en el altar dando el sermón.

«Para avanzar hay que rellenar el tiempo con acciones», se repitió para sí. Era una idea que de pronto le había venido a la cabeza en el coche, y ahora se había quedado indeciso por un momento antes de decidirse por salir de puntillas, como si nunca hubiera estado allí. Sin embargo, uno de sus zapatos rozó contra el marco de la puerta y Finn-Erik se dio la vuelta y lo vio.

– ¡Even! -gritó a través de la cocina. Alcanzó a Even en las escaleras y lo agarró, ya sin aliento, por el hombro-. ¡Detente! No es como tú crees.

Even lo miró incrédulo.

– No es como tú crees -le imitó Even-. Es curioso, yo también he visto esa película. Y es cuando yo digo: «¿Qué es lo que no es como yo creo?», y luego tú dices: «No es más que una amiga, nada más». Y entonces es cuando aparece la amiga detrás de ti y dice: «Yo ya me iba, nos vemos luego», y te mira con esa mirada cómplice antes de desaparecer del cuadro.

La mujer del sofá salió al pasillo. Llevaba el pelo cortado en un peinado asimétrico, más largo por el lado izquierdo que por el derecho. Rozó el codo de Finn-Erik y dijo:

– Yo ya me iba; nos vemos mañana.

Los dos hombres se quedaron un rato sin decir nada, viendo cómo la mujer se metía en el coche. Finn-Erik alzó la mano cuando ella le saludó.

– Una semana -dijo Even-. Sólo lleva una semana muerta, joder. Diez días.

Finn-Erik entró en la cocina.

– No me he acostado con ella si es eso lo que crees. No somos más que amigos. Es una buena compañera de trabajo; se divorció hace medio año. El hombre se largó, y yo empecé a hablar bastante con ella, creo que incluso la ayudé a superar los peores momentos. Sólo pretendía devolverme el favor, vino interesándose por… ¡Dios mío! No creo que tenga que rendirte cuentas a ti, francamente. -Finn-Erik lo repasó con la mirada, desde la cabeza a los pies y otra vez la cabeza, lo olisqueó, como examinándolo-. Pero tú, esa mirada, y el aroma que traes contigo. Tú sí que has hecho más que hablar.

– Llevo cinco años de duelo -bufó Even y se sentó. Cogió una llavecita con un letrero de plástico que había sobre la mesa y serró el salero con ella, sólo por hacer algo. Toqueteó el letrero y lo leyó-. ¿Esto qué es?

– A ti eso no te importa -dijo Finn-Erik irritado y le quitó la llave de la mano-. Eres un invitado en esta casa, Even Vik, y encima, un invitado no demasiado bienvenido.

– ¿No quieres saber lo que encontré en casa de Kitty?

Finn-Erik se quedó parado un momento antes de contestar:

– No, la verdad es que no. Hablé con Bodil Munthe acerca de tus ideas, y ella opina lo mismo que yo: que sacas conclusiones algo precipitadas.

– Saco conclusiones precipitadas -dijo Even, indignado-. Joder, parece que te hayas licenciado en derecho en mi ausencia. ¿O sea, que de pronto crees que puedes hacer partícipe a esa Bodil Munthe de lo que yo te cuento? Entonces sólo quiero dejarte una cosa clara…

– ¡Yo hablo con quien me da la gana! -le interrumpió Finn-Erik-. No tienes ningún derecho a ponerme ningún bozal para que me calle. Yo no te he pedido que te metieras en la muerte de mi esposa, y creo que deberíamos dar por terminado este juego de detectives en el que estás tan enfrascado.

– ¡Maldito cerdo! -gritó Even; lo agarró por las solapas y lo aplastó contra el banco de la cocina-. ¡Gilipollas de mierda! Sabes perfectamente que Mai fue obligada a pegarse un tiro, pero no tienes agallas suficientes para hacer nada. Sabes que tenía restos de droga en la nariz, pero no quieres saber cómo esa mierda llegó hasta allí. -Even se detuvo un instante y respiró hondo, y bajando la voz prosiguió-: De acuerdo, está bien, si así lo deseas, puedes hacer ver que no ha pasado nunca, pero al menos deja que yo continúe -soltó a Finn-Erik y luego pasó la mano por su jersey, como queriendo alisarlo o limpiarlo-. Escúchame, haz el favor. Escúchame aunque sólo sea por dos minutos, ¿de acuerdo?

Rodeó la mesa de la cocina y se sentó, evitando levantar la mirada. Los ojos de Finn-Erik estaban aterrados y a Even no le habría sorprendido si ese imbécil se hubiera meado encima. Miró el puño cerrado que descansaba sobre la mesa y lo abrió Joder, lo odiaba cuando le pasaba, odiaba aquel puño, se odiaba a sí mismo.

Finn-Erik carraspeó, pero no dijo nada; sacó una silla lentamente y se sentó de manera que la mesa les separara. A cierta distancia de la mesa, como si se estuviera preparando para huir en cualquier momento.

Even habló en un tono de voz sosegado y bajo, como para no provocarle innecesariamente. Le contó brevemente lo del sobre, los papeles sobre Newton y que todo tenía que ver con Newton.

– Y luego encima encuentro aquí esa llave.

– ¿Sí? -Finn-Erik abrió una mano sudada y miró fijamente la llave-. No es nada. La encontré ayer en el escritorio, en el cajón de Mai-Brit, y todavía no he conseguido descubrir para qué es.

– ¿Tú qué crees?

La llave era pequeña, de apenas un par o tres centímetros. Estaba unida a un pequeño llavero de plástico con el número 1642 escrito con tinta. Finn-Erik giró varias veces tanto la llave como el rotulito antes de dejarlos sobre la mesa.

– A lo mejor la llave es de la caja del dinero para el café de la oficina -dijo, intentando hablar en un tono ligero y despreocupado-. O de un apartado de correos que Mai-Brit olvidó mencionarme.

«Un apartado de correos que Mai-Brit olvidó mencionarme.» Even tuvo que hacer un gran esfuerzo por contenerse y no soltarle al idiota la frase en un tono de desprecio. Maldita sea, Mai no se olvidaba de estas cosas, no si realmente quería acordarse. ¿Es que ese hombre no conocía a su propia mujer, o acaso se negaba rotundamente a reconocer los hechos?

– Por cierto -la voz de Finn-Erik se había reconcentrado-, el número, es decir, el 1642, de pronto me ha hecho pensar en algo…

– ¿Si? -Even le brindó toda su atención.

– Bueno, tal vez sea un poco rebuscado y tonto, pero durante las vacaciones de invierno estuve leyendo un libro de ese autor americano, ya sabes, Stephen King, La mitad oscura, creo que era el título. En esa novela hay un hombre que quiere guardar algo en un apartado de correos y ese apartado de correos tenía precisamente el número 1642, así que pensé que tal vez… la llave sea para… eh, no, claro, sólo ha sido… -Finn-Erik se calló y empezó a limpiarse las uñas mientras sus mejillas se iban tiñendo poco a poco de rojo.

Even suspiró de manera inaudible.

– Supongo que no es importante… -murmuró Finn-Erik.

Es importante. -Even cogió la llave y le dio un golpe-cito al llavero con un dedo-. El 1642 no es un número casual, hasta aquí estás en lo cierto. Hace dos días podía haberlo creído, pero ya no. -Even arrojó la llave y ésta se deslizó por la mesa hasta detenerse al lado del azucarero-. Sabes, Isaac Newton nació aquel año, en 1642.

– Ah -dijo Finn-Erik-. Pero de todos modos puede ser pura coincidencia.

– ¡Maldita sea! Mai estaba trabajando en un libro sobre Newton. Mi Newton. Se suicida y escribe una carta de despedida con palabras dirigidas a mí. Esconde datos e información relacionados con el libro sobre Newton en casa de una amiga, que luego me los entrega siguiendo las instrucciones de Mai, porque sabe que yo siempre he estado interesado en ese tío. Y ahora aparece una llave con un número que apunta directamente a Newton. ¿Cómo demonios… cómo te atreves a rechazarlo todo con la excusa de que se trata de meras coincidencias?

Maldita sea, qué ganas tenía de romperle la cara a ese idiota. A Finn-Erik se le había quedado una expresión vacía en la cara.

– ¿Será para una caja fuerte, o tal vez para un guardamuebles o una taquilla? -dijo, como si no hubiera oído lo que acababa de decir Even.

Even se encogió de hombros y dijo:

– O tal vez para un candado.

– Pero nosotros no tenemos ni un solo candado en toda la casa. -Finn-Erik empujó la llave con un dedo-. Ningún nombre, nada. Si es para un apartado de correos o una caja fuerte en un banco, podría ser… en cualquier lugar.

– Incluso en el extranjero -dijo Even abatido y se llevó de pronto la mano al bolsillo-. ¡Espera! ¿A lo mejor tiene algo que ver con…?

Even sacó los papeles de Mai del sobre, los hojeó, hasta que finalmente encontró el pequeño post-it amarillo.

– ¿Qué es? -preguntó Finn-Erik.

Even le mostró el nombre «Hermes Tris Bookshop» que había apuntado en el papelito.

– ¿Qué números son los que aparecen debajo? -No lo sé -mintió Even.

– ¿Cuándo, dijiste, que Mai le dio el sobre a Kitty?

– No telo he dicho, pero fue en otoño, o eso creo que dijo…

– ¡En otoño! ¿Se los dio a Kitty en otoño?

– Sí, en el mes de noviembre, me parece.

Parecía como si alguien le hubiera dado una bofetada a Finn-Erik. Even lo comprendió en cuanto lo pudo pensar mejor. Era duro tener que descubrir que tu mujer no te ha pedido ayuda a ti, a su propio marido, a pesar de que era obvio que hacía meses que tenía problemas. Posiblemente fuera el resultado de la falta de interés mostrada por Finn-Erik hacia lo que ella hacía. Seguramente, Mai no había creído que él fuera capaz de ayudarla tampoco. ¿O… a lo mejor la razón era que ella sencillamente no…?

Even notó que se quedaba helado en la postura que había adoptado, con los codos clavados en la mesa de la cocina. Le entraron unas ganas irreprimibles de juntar los papeles a toda prisa y largarse. ¿No sería que Mai simple y llanamente no se había fiado de Finn-Erik?

– ¿Qué pone en todos esos papeles? -preguntó Finn-Erik.

– No mucho que sea comprensible así, a simple vista. -Even agarró el montón de papeles y empezó a hojearlo con una actitud indiferente-. Ha escrito sobre Newton, creando unos textos literarios de ficción y tomando como punto de partida algunos hechos reales. Y luego hay bastantes notas. Me lo llevaré a casa para estudiarlo con más detalle. Todo parece bastante inocente; no acabo de comprender por qué habrá dejado esto para mí.

Finn-Erik se levantó de golpe, se acercó a la ventana y miró al exterior. Hacía sol. Even miró su espalda encorvada y se golpeó pensativo la barbilla con los papeles. Mai se había pegado un tiro en el extranjero, en París. El o los que la obligaron a hacerlo tuvieron por fuerza que tener cierta organización: hubo que conseguir un arma, introducirse en la habitación del hotel, tener la posibilidad y el poder de amenazar a Mai de manera que la amenaza resultara creíble y, además, requería un cierto cinismo para llevar a cabo algo tan infame. Y todo ello desembocaba en la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué lo habían hecho? Y, por lo tanto, también en la pregunta: ¿Por qué iba a estar Finn-Erik, un agente de seguros y padre de familia con dos niños magníficos, y con una mujer que ni siquiera se merecía, involucrado en algo así?

Por mucho que se esforzara, Even no conseguía encontrar una respuesta que resultara plausible. Al contrario; cuanto más lo pensaba, más absurda le parecía la idea. No, la solución tenía que estar en el extranjero. Mai se había visto envuelta en algo cuyas consecuencias no conoció hasta que fue demasiado tarde; y al final no había tenido más remedio que seguir las órdenes y quitarse la vida. Era ella o los niños. Finn-Erik se sentó pesadamente.

– Déjame ver lo que te envió -dijo, como si le supusiera un esfuerzo sobrehumano.

Even le pasó el fajo de papeles a regañadientes y Finn-Erik empezó a leer la primera página, la de Newton en el auditorio.

Even se puso en pie y ocupó el sitio de la ventana. Al otro lado de la calle, el vecino se metía en el coche, salía del garaje, se detenía y dejaba que la mujer se metiera en el asiento del copiloto, hasta que finalmente salieron a la calle y los perdió de vista. Los perdió de vista y ellos se confundieron con los seis mil millones de personas que no ves pero que, aun así, tienes que imaginarte en algún lugar del globo. Fuera del campo de visión, pero no de la mente, al menos no todos. A lo mejor no volvía a ver nunca más a los dos vecinos. Bien porque él no volvería nunca más a aquel lugar, o bien porque ellos no volvieran. Tal vez los frenos del coche fallaban en la siguiente curva y se estampaban contra un árbol, o tal vez el marido se llevaba a la mujer al lago de Myrdammen y la enterraba en un agujero. En los casos de asesinato de mujeres, a menudo resultaba que el asesino era el marido, la pareja, el novio. Desde un punto de vista estadístico, en aproximadamente el setenta por ciento de los casos. O el ex marido o ex novio o ex pareja… Even dejó que esta última consideración pasara de largo sin ahondar en ella; tenía ganas de fumarse un cigarrillo, pero el paquete estaba vacío y se había resistido a comprar otro de camino al centro. En realidad, no debería fumar, sentía que se lo debía a Mai. A pesar de que ella lo había abandonado. Y a Kitty no le había gustado el humo en casa, desde luego. En la casa del vecino de la derecha había una ventana por la que podía mirar. Vio a una adolescente de pie, desnuda de espaldas a la ventana y un cigarrillo en la mano. Even apartó la mirada. Estadísticamente, el bote sólo estaba entero cuando se alcanzaba el cien por cien, por lo tanto, alguien debía rellenar el restante treinta por ciento, alguien tenía que ser el no marido, la no pareja, el no novio. La estadística no podía juzgar a Finn-Erik.

Un ruido le hizo darse la vuelta. Finn-Erik estaba sentado con los papeles en el regazo, una lágrima se deslizaba por su mejilla y aterrizaba sobre el primer folio visible del montón.

– Yo… -Se secó la cara con la manga y los papeles cayeron al suelo-. No puedo… -Miró desesperado a Even, que se inclinó y los recogió-. La echo tanto de menos que…

– De acuerdo -dijo Even-. Muy bien. Lo comprendo. -Le dio una palmadita torpe en el hombro y volvió a sentarse a la mesa.

Finn-Erik miraba la mesa con la vista perdida hasta que de pronto murmuró algo, se puso en pie y se fue hacia la máquina de café. El embudo de plástico se cayó al suelo cuando intentó meter en él el filtro de papel y el café se desparramó por la mesa antes de que pudiera poner en marcha la máquina. «Dios mío -pensó Even y se metió los papeles de Mai en el bolsillo-. ¿Yo también soy tan patético?»

Cuando la máquina empezó a borbotear, Finn-Erik se dio la vuelta y su mirada se movió inquieta hacia Even.

– Eso, Kitty, ¿estaba… bien?

– Sí, eso me pareció, vaya.

– Sí, claro, entiendo. Si no…

– Si no, no me la hubiera follado, no -dijo Even, terminando la frase, y vio cómo Finn-Erik se ruborizaba. -¿Y estás seguro de que…?

– No estaba seguro -dijo Even, un poco titubeante antes de proseguir-. Me pareció extraño… no parecía interesada en lo que Mai le había dejado en custodia para que me lo diera. No me hizo ninguna pregunta. Por lo que sospeché que tal vez había abierto el sobre y había leído el contenido a hurtadillas para después volver a meter los papeles en un sobre nuevo. Al fin y al cabo, se trata de un sobre de esos marrones, estándar, que puedes comprar en cualquier sitio, y además, no llevaba ningún nombre ni nada escrito. De hecho, cualquiera hubiera podido meter los papeles en él. Pero… -Even sacó un bolígrafo del bolsillo interior- entonces descubrí, en mitad de la noche, cuando no podía dormir, que había un número escrito en el interior del sobre, en la parte de dentro, vaya. -Even escribió el número 01156619 en el margen de un periódico y se lo pasó a Finn-Erik-. ¿Te das cuenta de lo que es?

– Eh… pues no. ¿Un número de teléfono?

– No. Pero fíjate. -Even cambió el orden de los dos primeros pares de números y luego de los dos últimos-. 1501 1966.

– La fecha de nacimiento de Mai-Brit -exclamó Finn-Erik-. Pero ¡qué astuto! -De nuevo su voz denotaba orgullo y, sobre todo, sorpresa.

Even pensó en lo poco que Finn-Erik parecía conocer a su mujer difunta, a pesar de haber convivido con ella durante cinco años. Decir que había sido una mujer astuta era decir muy poco. Era inteligente. Lista.

– Sí -dijo-. Y es poco probable que alguien que hubiera aprovechado el momento para romper el sobre a toda prisa hubiera descubierto los números y luego los hubiera anotado en un nuevo sobre.

– Entonces no era el nombre de Kitty el que aparecía en el cinco de corazones -dijo Finn-Erik lentamente-, porque esa Kitty tenía algo que ver con la… de Mai-Brit -se tragó las palabras de en medio-, sino que se refería a que Kitty tenía algo para nosotros, para ti, quiero decir. -La máquina de café había acabado de borbotear, y Finn-Erik fue a por tazas. A Even le vinieron a la mente imágenes asociadas de un perro que acaba de recibir una reprimenda.

– Tengo que reconocer que sentía cierto recelo hacia Kitty -dijo Even-. Y, por lo tanto, revisé los documentos antes de irme de su casa. Sin embargo, no se levantó de la cama para echarles un vistazo, a pesar de que dormí como un tronco toda la noche.

Finn-Erik se sentó y empujó una taza de café llena a rebosar hacia Even. Sopló sobre la suya y dio un par de sorbos.

– Revisaste, dices… ¿A qué te refieres?

Even maldijo para sus adentros su enorme boca.

– Es… ¿cómo te diría?, una vieja y estúpida costumbre que tengo. Coloco mis papeles de una manera que luego me permita detectar si alguien los ha tocado.

Finn-Erik lo miró incrédulo a través del vapor; era obvio que esperaba una explicación. Even saboreó el café, estaba aguado.

– ¿Y no los había tocado?

– ¿Quién? ¿Kitty? No.

– Pero ¿por qué… -Finn-Erik frunció el ceño-, por qué crees que tienes que poner este tipo de trampas? No sabía que entre los profesores de matemáticas de la universidad hubiera tanta desconfianza.

– ¿Mis colegas? -La risa de Even era cordial, o eso pretendía que fuera-. No, ellos son legales. Nunca he descubierto a nadie hurgando en mis cosas. Una vez, la señora de la limpieza tuvo mala suerte y empujó las notas de una conferencia al suelo y luego al juntarlas, las desordenó. Pero, por lo demás, no… -Even volvió a reírse cordialmente, mientras manoseaba el sobre-. No es más que una vieja costumbre de casa.

Finn-Erik no apartaba la mirada de él. Even se encogió de hombros.

– No me dejaban cerrar mi habitación con llave. O sea, que se convirtió en un estúpido truco para descubrir si mis padres habían estado revolviendo mis cosas. Sí, me temo que se ha convertido en una mala costumbre.

– ¿No es algo que aprendiste en el servicio de inteligencia?

Even lo miró incrédulo.

– ¿Qué… dices?

– Mai-Brit me contó en una ocasión que trabajaste para el servicio de inteligencia.

– ¿Qué más te contó?

– No, no creas, nada más. Sólo eso.

Finn-Erik se arrepentía de haber sacado el tema a colación. Even parecía estar luchando contra un demonio interior que deseaba pegar a alguien en mitad de la cara.

– Eh, me imagino que no era más que algo que ella creía; no he vuelto a pensar en ello desde entonces; no se lo he dicho a nadie, ni a un alma.

– No, eso espero, joder, porque es una mentira como una casa.

Finn-Erik asintió repetidamente para mostrar su buena disposición a creérselo.

Even se puso en pie, sacó un vaso del armario con movimientos febriles y lo llenó de agua fría. Bebió un poco y se quedó parado, con la mirada vacía.

– He pensado una cosa. Dijiste que Mai llamó a casa el día que murió. Desde su propio móvil, supongo. ¿Me lo dejas ver?

– ¿El móvil? -Finn-Erik tragó saliva mientras un débil brillo rosado se extendía rápidamente por sus mejillas. Entonces murmuró que no había encontrado ningún móvil entre el equipaje que llegó de París.

Even se dejó caer en la silla y lo miró atónito.

– ¿Y… no se te había ocurrido eso hasta ahora?

– Ha habido tantas otras cosas en qué pensar. Los niños, el funeral… el shock.

De pronto, Finn-Erik se puso en pie y se colocó al lado de la ventana.

– ¿Estás seguro de que no lo tiene la policía? -No me dijeron nada al respecto.

Finn-Erik había cogido unos prismáticos verdes de campo y observaba el sendero del jardín.

– ¿No podrías llamarles y preguntárselo?

– ¿Qué? Un momento. -Finn-Erik siguió mirando concentrado unos segundos más hasta que finalmente bajó los prismáticos-. Vaya, vaya -murmuró-, novio nuevo otra vez.

– ¿Qué?

– No es más que la hija de los vecinos; cambia de novio como otros cambian de…-se calló, dejó los prismáticos en el alféizar y volvió a la mesa-. ¿Llamar a la policía? ¿No crees que sería molestarlos innecesariamente?

Even notó que la sangre le latía violentamente en la sien; se obligó a sentarse tranquilamente para evitar que luego hubiera que llamar una ambulancia. Entonces arrojó las llaves del coche sobre la mesa y se levantó; necesitaba respirar aire fresco.

– Llámales, haz el favor; ¿de acuerdo? Lanzó un billete de cien coronas sobre la mesa por la gasolina, cogió la llave misteriosa con el número 1642 y se fue.

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