Even respiró hondo y marcó el número.
Alguien descolgó el teléfono al tercer tono de llamada.
– Hola -dijo Finn-Erik.
– Soy yo -dijo Even-. Lo siento, de verdad, lo siento mucho. No cuelgues-dijo casi gritando, aunque enseguida oyó un lejano zumbido, el sonido de la nada-. ¡Mierda!
Colgó el teléfono con rabia y se pasó la mano por el pelo. Mierda. Sin darse cuenta, Even se llevó el tazón con el café frío al pecho mientras leía la carta manuscrita que había dejado sobre la mesa Dios sabe cuántas veces desde que ayer la sacó del buzón.
A todos mis seres queridos:
Os quiero muchísimo, y nunca creí que algún día os fuera a abandonar por voluntad propia. Sin embargo, teniendo en cuenta cómo se han desarrollado las cosas, mi corazón me dice que lo que ahora estoy a punto de hacer es lo único correcto. Para vosotros, y para mí misma.
La vida no es un sustraendo, no resta, ni tampoco sigue un patrón previsible hacia un punto final predeterminado. De hecho, nunca sabemos hacia dónde nos puede llevar, ni tampoco cuándo se acaba, salvo cuando tomamos la determinación de acabarla nosotros.
Eso es precisamente lo que yo he hecho. He elegido acabar con el caos que hay dentro de mí y el que me envuelve, antes de que haga mella en vosotros. Y eso significa que tengo que abandonaros. Aunque hacerlo me desgarre el alma.
Querido gran Stig, y tú, querida pequeña Line, debéis saber ambos que siempre estaréis en mi corazón, también allá adonde ahora iré. El sentimiento más fuerte, el amor, siempre te acompaña, también cuando te adentras en la muerte. Os llevo conmigo allá adonde voy. No penséis mal de mí.
Mamá
Y tú, querido Finn-Erik.
La vida que he compartido contigo ha sido buena, a tu lado he pasado la mejor época de mi vida, hasta que mi corazón y la vida misma me traicionaron. Te amo, pero (aquí había una tachadura que no dejaba leer lo que había puesto inicialmente) se apoderó de mí sin que yo lo quisiera y todo se volvió demasiado complicado.
Me odio, no sabes cuánto.
Mai
El folio se desprendió de su mano y se escurrió por debajo de la mesa. De pronto, la taza de café se estrelló contra la pared, y le siguió el termo, el café se derramó sobre la mesa de la cocina y por todo el suelo. Even se dejó caer en una silla y escondió la cabeza entre las manos. Unos dolores fantasmales se habían afianzado en su cuerpo, como si hubiera perdido a un hermano siamés: la parte de sí mismo que era creativa, llena de energía, de ganas de vivir.
Una risa hueca se abrió camino por su garganta como una tos y se secó la saliva de las comisuras de los labios. ¡Ganas de vivir! Era absurdo pensar que Mai se las había quitado, porque ¿dónde estaban las suyas cuando más las necesitó? Diecinueve testigos. ¿¡Por qué nadie había intervenido!? «Me prometiste que nunca te irías… y yo prometí protegerte siempre, Mai. Protegerte contra el mundo, la policía, todo. ¿Recuerdas cuando nos echamos sobre los sacos, intentando recuperar el aliento después de haber corrido por la vida? Te pegaron, joder si te pegaron, esos cerdos. Fue por eso que yo…» Volvió a ver la nuca, la parte posterior de la cabeza, el pelo oscuro y corto, alisado por el casco; oyó el sonido desgarrador de una cáscara de huevo al romperse, y se frotó febrilmente la cara con las dos manos. «Estábamos allí echados, y yo retiré la sangre de tu labio. Y tú me rodeaste con tus brazos y me dijiste que nunca irías a ningún lado sin mí. Lo dijiste. ¿Lo recuerdas?» Even bajó la mirada al suelo. Sus ojos estaban hinchados y doloridos después de varios días sin dormir-. No, supongo que no lo recuerdas. Se inclinó sobre la carta.
– Volveré a intentarlo mañana, lo llamaré al trabajo -murmuró.
– Seguros Solvent -trinó una voz amable de mujer.
– Finn-Erik Thorsen, por favor -dijo Even.
Se produjo una breve pausa y luego volvió la misma voz.
– Lo siento. El señor Thorsen no estará en todo el día. ¿Quiere que le deje una nota, o le pido que le llame en cuanto vuelva?
– ¿Estará de vuelta mañana? -preguntó Even-. No habrá sido hoy el entierro, ¿verdad?
Una vez más, la voz desapareció, para volver al poco rato, igualmente amable y dulce.
– Desgraciadamente, el señor Thorsen no estará de vuelta hasta la semana que viene. ¿Puedo pasarle con otra persona?
– Se trata del entierro -dijo Even, a la vez que se apretaba el tabique nasal con dos dedos-. Quería hablar con Finn-Erik de…-Ya no consiguió decir nada más. Se había quedado mudo como un idiota, con el puño metido en la boca.
La mujer le preguntó con quién estaba hablando, pero Even no conseguía hacer nada más que sacudir la cabeza y a punto estuvo de colgar cuando, de pronto, una voz de mujer madura se hizo cargo de la llamada.
– Bodil Munthe al habla. Soy colega de Finn-Erik. ¿En qué puedo ayudarle?
– Yo… Soy el ex marido de Mai-Brit. Quería saber… el funeral -consiguió al fin balbucear Even.
– El funeral será el miércoles. A las dos de la tarde. Finn-Erik está en París para recoger el féretro. Volverá mañana. ¿Quieres que le pida que te llame?
– Sí, sí, por favor.
– ¿Tiene tu número de teléfono?
– Creo que sí -murmuró Even, aunque, por si acaso, se lo dio a la mujer y luego colgó.