Capítulo 86

– Nos engañaste cuando retiraste el GPS -dijo, como para poner en su sitio al francés que tenía a sus espaldas, para indicarle que se había comportado de forma descortés al amenazar a Even.

Even la miró fijamente. Intentó calmarse, tenía que hacerle las preguntas adecuadas.

– ¿Dónde está Stig? ¿Cuándo lo atrapasteis?

Kitty salió a la luz. Se percibía cierta tristeza en sus ojos verdes.

– Cuando dejó la casa de su niñera. Comprendimos que ahora eras padre.

Even sintió que le inundaba la calma. Kitty estaba mintiendo. Ambos mentían. No sabían dónde estaba Stig. Podía seguir adelante con el plan.

– ¿Por qué? -dijo en un tono de voz quedo-. ¿Por qué tuvo que morir?

Kitty se había colocado debajo de una lámpara. Su pelo llameó como una hoguera fúnebre y sus ojos verdes buscaron los de Even; le sostuvo la mirada con una intensidad casi física.

– Las cosas no tenían que haber ido así, no tenía que morir. Sucedió sin que yo… -Kitty enmudeció cuando la figura a sus espaldas salió de las sombras de la escalera. Era un hombre grande con barba. El hombre del restaurante en Londres. El hombre de la fotografía de Mai en el hotel. Sostenía una pistola en la mano tranquilamente con la que apuntaba el estómago de Even.

– ¿Quién la involucró en esta locura? -dijo Even con voz ronca.

– Hay gente que… -desvió la mirada hacia el francés, como si sintiera que tenía que medir sus palabras mientras él estuviera presente-. Hace siglos que se sabe que existe la fórmula de Newton, pero nadie había conseguido encontrarla. Hasta ahora. A través de las generaciones, nuestros hermanos han repasado los escritos póstumos de Newton, muchos de los cuales no estuvieron accesibles hasta la década de 1950. Han buscado pistas, tanto en textos como en otros lugares, aunque sin éxito.

»Le propuse al gran maestro de nuestra orden que pusiera a una mujer a buscar, a poder ser una que no tuviera prejuicios, una virgen, por así decirlo, y la elección recayó en Mai-Brit Fossen. -Kitty sonrió tristemente-. Hay algo en nosotras, las mujeres, somos más sensibles, tenemos más, ¿cómo te diría?, finura. Si alguien era capaz de encontrar la fórmula, ésa era Mai-Brit.

– Pero eso la llevó… murió, ¡joder! ¡Tú la mataste!

– No sabía… -susurró Kitty y sacudió la cabeza impotente. Sus ojos se humedecieron cuando miró a Even fijamente, como pidiéndole perdón. Carraspeó y levantó la voz-. Se pensó que para dirigirte hacia la fórmula y hacer que descifraras la clave, había que estimular tu compromiso, había que procurar que estuvieras entregado… devoted fue la palabra que se utilizó, a la causa. Se necesitaba tu pericia para romper las claves y manejar las matemáticas. «Se necesita un genio para decodificar a un genio», como lo expresó el gran maestro.

De pronto, a Even se le reveló el trasfondo malsano del asunto.

– ¿Quieres decir que…? ¿Sabíais desde el momento en que implicasteis a Mai en el asunto que tendría que morir si encontraba la fórmula… que era la manera en que podíais convencerme de que yo la decodificara? Estáis mal de la cabeza, ¡estáis locos!

– Yo no lo sabía. Seguramente, ellos sí lo sabían, ahora me doy cuenta. Sea como sea, cuando Mai optó por no involucrarte en el libro de Newton, firmó a la vez su propia sentencia de muerte. Creíamos que se pondría en contacto contigo, que querría contar con tus conocimientos. Sin embargo, eso no sucedió y entonces… supongo que fue entonces cuando cambiaron los planes. -Kitty se acercó un poco más, ahora que sólo les separaba la mesa de trabajo. Volvió a buscar la mirada de Even-. No subestimes a la hermandad, Even. Es posible que cada uno de nosotros tenga su grado de locura, pero el plan que urdieron no era una locura. Inmoral y despreciable, sí, pero no demente. Todo fue como lo habían previsto, al menos hasta que descubrimos que Mai-Brit había escondido su trabajo para que no lo encontráramos.

– Pero era tu amiga, joder, erais como hermanas, os criasteis juntas…

– Éramos como hermanas, es cierto, sí. -Kitty lo miró gravemente-. Pero cambiamos, nos fuimos distanciando, podríamos decir, y tú la influenciaste fuertemente en este proceso. Algunos incluso dirían que la pervertiste, que hiciste que olvidara su Dios y su fe, como asegura su hermana. Yo no diría tanto, pero si quieres repartir la culpa, no deberías excluirte. Tu pasado no es precisamente… -Even la vio colocar las manos encima del banco y mirarse los dedos que se extendían sobre el tablero de la mesa como líneas en un sistema de coordenadas, levantar la cabeza y contemplarlo apesadumbrada-. Sé que has tenido problemas…, que tienes tus explicaciones para justificar por qué las cosas fueron como fueron. Creo que te comprendo y quiero… -Miró al francés de reojo y bajó la voz-. Quiero ayudarte. La verdad es que has empezado a gustarme de verdad, Even. -Sus dedos se juntaron entrelazándose-. Tienes razón, han pasado cosas terribles. Las cosas se han desarrollado como nunca debían haberlo hecho, pero… tenemos que seguir adelante desde donde nos hallamos ahora. -Kitty inspiró y volvió a mirar por encima del hombro al barbudo antes de decir-: Espero que sepas ver tus posibilidades y tomes las decisiones correctas. Necesitamos a una persona como tú, y sabremos apreciar tu trabajo.

Even no contestó, pero echó el pie hacia atrás. Kitty desvió la mirada a la mesa.

– Veo que has encontrado el sobre. Sí, te seguimos hasta la oficina de correos. Pierre se encargó de despistarte. -Kitty sonrió débilmente, como si compartieran una anécdota graciosa desconocida para los demás-. Resulta fácil distraerte, eres una persona sensible. Me gustas, Even. Hacemos una buena pareja. -Su mano hizo un movimiento en dirección al sobre-. ¿Has leído su contenido, todo, también la clave?

Even la miró fijamente sin contestar.

Su sonrisa se heló en una mueca y Kitty metió la mano en el sobre.

– No hace falta que digas nada. Sólo tienes que echarle un vistazo. -Sacó un folio A5 y se lo pasó a Even por encima de la mesa. Even no lo tocó-. Muy bien -murmuró Kitty, sobre todo para sí misma.

Kitty extendió el brazo y se lo acercó para que pudiera leerlo. Las letras eran grandes y legibles:


UNUFNJPERLQRISPNJISFR TR AMSIBR KMNIB NKNS ASCON


– Como podrás ver, se trata de una clave, una de las que necesitan de una palabra clave, una palabra de apertura. Sistema de cifras de sustitución, creo que se llama. Es tu mundo, Even, aquí tú eres el experto. Te necesitamos para encontrar la palabra. Dime qué quieres a cambio.

Even evitó mirar el folio. La última clave. Hacia la que habían señalado todas las pistas de Mai. Una clave que habían encontrado entre los dos, ella y él, nadie más. Una clave que cerraba el paso del enemigo hacia el objetivo.

– ¿Cómo conseguiste que a Odin Hjelm se le ocurriera la idea del libro sobre Newton?

Kitty se quedó pasmada. Entonces levantó las manos.

– De acuerdo, muy bien. Podemos dejar la clave para más adelante. Tenemos tiempo. Odin, dices… -Kitty miró resignada al cielo, como si se avergonzara sólo con pensarlo-. Fue tan fácil… Se enamoró de mí, locamente. Todo lo que yo decía era, para él, una perla. Una noche que estábamos borrachos, sobre todo él, empezamos a hablar de Newton, y yo le propuse que le pidiera a Mai-Brit que escribiera un libro sobre sus lados ocultos. Al día siguiente, se acordó de la idea y se la apropió. -Kitty sonrió con ironía-. Es tan típico de los hombres. Fui a verle un par de veces a la editorial durante el otoño, de noche, cuando sabía que estaba solo. Me paseaba por allí intentando pasármelo bien mientras esperaba que él terminara. Al menos era así como él lo vivía. Entonces yo aprovechaba para colarme en el despacho de Mai-Brit y echar un vistazo a su trabajo y averiguar hasta dónde había llegado. Encontré poco material nuevo entre sus papeles y me di cuenta de que todo iba muy lento; eso empezó a preocuparme. -Señaló por encima del hombro-. Sin embargo, Pierre me contó que, a pesar de todo y aunque no lo pareciera, hacía progresos. Él seguía sus pasos desde muy cerca, durante algunos períodos se convirtió casi en su sombra y era de la opinión de que guardaba prácticamente todo su trabajo en el maletín. Optamos por no interferir ni revolver sus cosas, podría decirse que elegimos confiar en ella.

Mientras Kitty hablaba, Even volvió a retroceder, casi imperceptiblemente. De pronto, el teléfono zumbó débilmente y los tres miraron unos breves segundos el aparato gris que había al lado del ordenador. Otro led rojo se encendió en el adaptador. La mano de Kitty se estaba acercando a su bolsillo trasero cuando empezó a sonar una melodía digital. Miró la pantalla del móvil, frunció la frente un instante antes de apagarlo y lo devolvió al bolsillo trasero. El silencio que siguió se prolongó de forma incómoda, como cuando un conferenciante pierde el hilo de su discurso. Even sentía la boca seca, todo el cuerpo seco.

– ¿Cómo supiste que era yo?

Kitty lo miró como si se le hubiera metido un grano de arena en el ojo.

Even suspiró hondo, abrió los brazos en una maniobra de despiste mientras sus pies volvieron a desplazarse y finalmente notó la mesa de trabajo contra la espalda.

– Mai me lo contó. Los diarios mostraban que había encontrado la fórmula de Newton en París, hace más a menos un mes. Tú dijiste que te había dado el sobre en el mes de noviembre, hace cinco meses. Una ecuación sencilla que no salía. -Even se calló un momento-. Pero incluso una ecuación imposible tiene un resultado, o algo que se le parece, Kitty. El sobre que me diste lo llenaste tú misma con copias de papeles que encontraste en el despacho de Mai para que yo sintiera curiosidad y me interesara por ello. Y apuntaste el nombre de la librería de Londres para que pudiera encontrar la fórmula. Sólo podías haber sido tú. Sin embargo, para asegurarme del todo llamé a la escuela superior de deportes, donde me contaron que habías asistido a un curso en Londres hace tres semanas y, además, me dijeron que has estado dando clases esta misma mañana. No sabían nada de un viaje a Sudáfrica.

– Estuve bastante hábil con esas claves, ¿no te parece? -Kitty lo miró como si esperara recibir algún elogio-. Recuerdo lo irritante que me resultaban aquellos ridículos nombres en clave, November Ocean, y todo eso. -Frunció el ceño y lo miró con franqueza-. De hecho, fue un alivio cuando Mai-Brit se fue de aquí; empezaba a estar seriamente harta de vosotros dos.

Even posó las manos en el borde de la mesa que tenía a sus espaldas. Intentaba parecer relajado antes de preguntar. Esto era importante. Era el meollo de la cuestión.

– Pierre estuvo en la habitación de hotel de Mai, ¿verdad? ¿Y grabó tu nombre en el cinco de corazones?

– Sí. -Kitty tenía la mirada fija en un punto detrás de él, muy lejano, en otro mundo. Tenía los puños cerrados-. Sí, estuvo allí. Lo comprendí más tarde. Pero no estaba planeado que las cosas fueran así… Me llamó por teléfono y me contó que Mai-Brit se había suicidado, que él había entrado en su habitación. La carta de despedida estaba encima del escritorio, y me envió una fotografía para que yo pudiera leer el texto. Debíamos asegurarnos de que no contuviera nada revelador. Era… bueno, había escrito la palabra «corazón» cinco veces en la carta y había utilizado aquella extraña palabra, «sustraendo»… -La mirada de Kitty buscó a Even-. Sustraendo. Pensé que se trataba de una palabra que había escrito para ti, un término matemático. Para que Finn-Erik se diera cuenta de que la carta también era para ti. Se lo dije a Pierre. Me contó que había un solitario echado al lado de la carta en el que aparecía el cinco de corazones. Entonces urdimos un plan. Debía llevarte a Londres para que encontraras la fórmula. Pierre había encontrado la fórmula entre las cosas de Mai-Brit en el hotel. Eso fue lo que me dijo.

– Pero tú sabías que no era así -dijo Even en voz baja-. Sabes que te mintió. Él estaba allí mientras ella escribía le dictó la carta…

Kitty no pudo sostenerle la mirada por más tiempo, la apartó y se estremeció, perturbada.

– Sí, ahora lo sé.

Kitty se había movido sin querer, colocándose entre Even y la pistola de Pierre. Even escondió la mano derecha detrás de la espalda.

El hombre de la barba se desplazó un poco a un lado para restablecer la línea de disparo. La pistola apuntaba oblicuamente hacia abajo, entre los dos; parecía despreocupado y muy profesional. Even miró hacia la cogulla colgada en la esquina.

– ¿Cómo conseguiste unirte a una orden sólo para hombres? ¿Te ocultaste en la cogulla y hablaste con voz grave?

Kitty miró de reojo hacia el rincón.

– No. Mi padre fue el gran maestro de la orden en Escandinavia durante dieciocho años, y consiguió que se modificasen las normas. -Kitty se encogió de hombros-. Cuando un hombre ambicioso no tiene hijos, tiene que cambiar las reglas. He estado unida a la orden los últimos trece años. Muy temprano, mi padre hizo grandes planes para mí, me educó en la idea de que, algún día, tendría que asumir el cargo de gran maestro.

– Es decir, que fue tu padre quien te dio las órdenes…

– ¡No, no! Está jubilado. Es verdad lo que te conté, que está enfermo, está atado a la cama por segundo año consecutivo por culpa de una parálisis en la espalda. Pero en su día compró esta granja para que yo pudiera convertirla en nuestra base.

Kitty se quedó callada. Pierre había dado un paso adelante y le dijo algo en voz baja. Ella asintió y su mirada buscó la clave sobre la mesa.

– ¿Por qué tuvisteis que darle cocaína? ¿Por qué tuvisteis que esconderla en su equipaje? ¿Realmente os pareció necesario humillarla de esa manera?

Kitty lo miró incrédula.

– ¿A qué te refieres? ¿Cocaína?

Kitty se volvió hacia Pierre y le dijo algo en francés en voz baja. Pierre contestó sin quitarle a Even los ojos de encima.

– Pregúntale también sobre la cocaína que estaba escondida en mi equipaje.

Kitty volvió una cara pálida hacia Even.

– Ella no la consumió… Pierre dice que no la consumió, que sólo le metieron un poco en la nariz.-La mano de Kitty se levantó como queriéndole mostrar algo a Even, pero entonces cambió de opinión y la volvió a dejar caer pesadamente sobre la mesa-. La policía maneja miles de suicidios en los que están presentes las drogas, o sea que… y así, tú, a su vez… -Kitty se interrumpió abruptamente, como si por fin la voz de Even hubiera llegado a ella y su cerebro la hubiera asimilado-. ¡Qué has dicho! ¡¿En tu equipaje?!

– Sí. Encontré una bolsa con farlopa escondida en un calcetín cuando estuve en París.

Los ojos de Kitty se dilataron y por un momento pareció una niña pequeña. Miró a Pierre, que gruñó una breve respuesta entre dientes.

– No era cocaína, pero…-Le murmuró algo a Pierre antes de volver a mirar a Even-. Era harina de patata.

– ¡Harina de patata!

– Sí. -La insinuación de una sonrisa se dibujó en sus labios para desaparecer rápidamente entre las sombras-. Pierre quería asegurarse de que te sintieras lo suficientemente molesto como para poner en marcha una investigación.

El hombre de la barba volvió a decir algo, irritado.

– Qu'il se decide -dijo señalando a Even con la pistola.

– Desviaste el teléfono -dijo Even rápidamente-, para que cualquier llamada que entrara fuera reconducida por satélite a tu móvil. Y por eso sonó como si estuvieras en Sudáfrica.

Even giró la cabeza, desviando toda la atención hacia el teléfono. Detrás de su espalda, la mano encontró el cuchillo que estaba clavado en el banco.

Kitty dirigió una breve mirada al teléfono antes de volver a concentrarla en Even.

– Lo siento mucho, Even, pero Pierre dice que tienes que decidirte. -Mientras Kitty hablaba, Even desclavó con mucho cuidado el cuchillo del banco y se lo colocó a lo largo del antebrazo-. Ayúdame a salir del lío en el que me he metido. Ayúdame a descifrar la clave de Mai-Brit. Nos engañó y escondió unas páginas de la fórmula de Newton antes de pegarse un tiro. Debemos encontrar las páginas que faltan, si no los dos, tú y yo, moriremos.

Lo dijo en un tono de voz desapasionado, como si se tratara de un discurso fúnebre. Even lanzó una mirada rápida a la escalera.


El cálculo de la trayectoria de una bala. La rotación de un cuchillo. El efecto de un movimiento que dura una centésima de segundo. Even lanzó una mirada furtiva hacia la escalera, breve, pero lo bastante evidente como para que Pierre la advirtiera. El francés se dejó engañar, se giró para no acabar atrapado en una emboscada, y eso fue suficiente. El brazo salió disparado, el cuchillo giró como había supuesto, una vuelta y media sobre su propio punto de equilibrio, y alcanzó al hombre en el cuello con tanta fuerza que la hoja se hundió hasta el mango. El hombre de la barba retrocedió tambaleándose mientras el dedo tiraba del gatillo salvajemente. El ordenador explotó en una cascada de cristales y Even se tiró al suelo en el mismo momento en que una bala estallaba contra la pared trasera. Las bajas agujerearon un estante, que cayó al suelo. Kitty se metió debajo de la mesa a toda prisa para resguardarse. El hombre cayó de espaldas y una última bala se incrustó en el techo haciendo que una lámpara centelleara y acto seguido se apagara.

Pierre yacía boca arriba con la mirada, desorbitada, pegada al techo, una de sus piernas se movió convulsivamente durante un breve segundo hasta que cayó a un lado. El hombre emitió un sonido parecido al de una vieja locomotora que soltaba vapor. Su mirada se heló. Se hizo el silencio.

Kitty se movió con cautela. Miró a Even.

– ¡Oh, Dios mío! Gracias.

Se acercó arrastrándose a él y lo cogió del brazo. Even se puso en pie y ella bajó la cabeza para evitar el borde de la mesa mientras se incorporaba.

– Me has salvado la vida.

– He salvado mi vida -dijo Even. Estaba agarrado al borde de la mesa como si temiera caerse. Su mirada no quería abandonar al muerto que yacía en el suelo.

Kitty asintió, sorprendida.

– Sí, sí, claro. Tu vida… A lo mejor yo misma salvé… Even respiró pesadamente.

– Tú no has salvado a nadie. A mí no, a Susann Stanley tampoco, a Stig tampoco. A Mai tampoco.

– ¿A qué… te refieres?

Even apartó la mirada con gran esfuerzo y la miró fijamente.

– Quiero decir que eres culpable. A pesar de que comprendiste que la hermandad te había engañado, que no te habían contado el horrendo plan en su totalidad, no te bajaste del tren, sino que seguiste montado en él. Tú…

– Era imposible -le interrumpió ella, irritada-. Tú no tienes ni idea de cómo es. Te matan si abandonas la hermandad yo no podía… tú no lo entiendes, mi padre…, le prometí que continuaría su labor, quería que estuviera orgulloso de mí. No podía traicionarle, se moriría si supiera que yo…

Even alzó el puño y rugió:

– Es decir, ¡¿que había que ocultar y olvidar todo esto, y los hermanos debían poder seguir adelante como si nada?! ¿Es que no tienes moral, Kitty? Tú o Pierre asesinasteis a Susann, matasteis a una mujer totalmente inocente, porque temíais que acaparase mi atención y la desviase de ti. Creo que ésa fue la única razón. Dime si tienes alguna excusa mejor. ¿La tienes, Kitty, la tienes?

Kitty no conseguía pronunciar palabra. Even se calmó y bajó la voz.

– Era importante que pudieras seguir manteniendo un contacto estrecho conmigo, importante para que pudierais saber cuanto más mejor sobre mí, y saber dónde me teníais. Se dicen tantas cosas en la cama, se desvelan tantos secretos…

– ¡No! No fue así. Me he encariñado contigo, Even. Juro sobre la Biblia…

Even señaló debajo de la mesa.

– Estuviste recogiendo colillas en casa de Odin Hjelm para que le echaran a él la culpa del asesinato de Susann. Seguramente también compraste las botas con el número adecuado.

– Pero yo no sabía que las iban a utilizar para esto. No lo sabía, lo juro. Fue Pierre quien…

– Tú le contaste a Pierre que tengo un hijo…

Ella lo miró con los ojos muy abiertos, sus labios se movían, pero no salía nada de su boca.

– Cuando se lo dijiste, ya sabías que podía significar la muerte de Stig o la mía. La muerte de un niño, Kitty.

Kitty dio un paso tambaleante hacia atrás, como si Even la hubiera golpeado con sus palabras; su mirada vaciló y respiró pesadamente. Even cerró los puños y se colocó con las piernas abiertas y una pose amenazadora delante de ella.

– No te responsabilizaste, Kitty. Mai se quitó la vida para salvar a Line y a Stig. Ella sí se responsabilizó. Cuando te conté cómo había sido, comprendiste que tú eras la culpable. Y sabías que el peso de la culpa podría aumentar, que otros corrían el riesgo de perder la vida. A pesar de ello, no te atreviste a asumir las consecuencias, no te atreviste a desenmascarar a los que habían asesinado a tu amiga de la infancia. No te atreviste a decir basta, a decir que estaba mal, que iba en contra de las leyes y las normas de la humanidad, en contra de la Biblia en la que tú misma y tus hermanos pretendéis creer. No fuiste lo suficientemente valiente para hacer lo mismo que Mai, para arriesgar tu propia vida por salvar la de los demás. Elegiste consentir que tu padre y una hermandad invisible crearan sus propias reglas de juego, una especie de nueva moral que sólo vale para vosotros. -Even sacudió la cabeza-. Pero no pueden. -De pronto aspiró tanto aire que su pecho se hinchó, hasta que lo soltó lentamente entre sus estrechos labios-. Y yo que creía que era yo el que estaba falto de moral.

Kitty lo miró fijamente como si Even hubiera pronunciado su sentencia de muerte. De pronto giró sobre sus talones dispuesta a salir huyendo de allí. Even saltó por delante de la mesa para interponerse entre ella y las escaleras. Kitty se detuvo asustada, vaciló.

– ¿Qué pretendes? ¿Quieres matarme?

Even se sentía abatido, sacudió la cabeza lentamente.

– No, es verdad, tú no pegas a las mujeres.

Kitty parecía aliviada, como si Even le hubiera dicho que podía irse. Levantó la barbilla y lo miró fijamente, como en un último adiós.

– Eso no quiere decir que te puedas ir.

Even le cerró el paso. Ella lo miró, extrañada.

– ¿Quieres llamar a la policía, tú, precisamente?

– No. No podrán probar nada. La verdad sobre Mai… no se puede demostrar. La policía sabe que se pegó un tiro delante de veinte personas. Nunca sabrán el resto. -Even se metió la mano en el bolsillo, manoseó algo grande que no conseguía sacar-. Por eso deberás ser juzgada por el único que vio cómo ocurrió todo, el único capaz de juzgarte justamente.

– ¿El único capaz de…?

Kitty se había quedado asombrada con una sonrisa cohibida en los labios, como si Even le acabara de contar un chiste que ella no estaba segura de haber entendido. Una sombra negra de desesperación cubrió el verde de sus ojos y de pronto llegó el ataque, rápido y duro. Kitty saltó hacia delante, apartó la mano libre de Even de un golpe, mientras su rodilla derecha se precipitaba hacia la entrepierna de Even con gran fuerza.

Las pupilas de Kitty se dilataron cuando su cerebro registró el dolor y envió impulsos a todo el cuerpo. Su boca se abrió y soltó un alarido inarticulado que taladró los oídos de Even. Dio un empujón a Kitty para hacerla retroceder y liberarse de los clavos y Kitty se miró horrorizada la rodilla de la que corría la sangre de un sinfín de heridas.

Finalmente, Even consiguió sacarse el rollo de esparadrapo deportivo del bolsillo.

– El punto débil del hombre… -Even se llevó la mano a la entrepierna donde los clavos despuntaban a través de los pantalones del chándal-. Me contaste que siempre lo atacas, así que decidí protegerme con suspensorios y clavos.

Kitty intentó alejarse cojeando, pero su pierna cedió. Rápidamente, Even le torció los brazos por detrás de la espalda y le ató las muñecas con esparadrapo. Ella gimoteó y cayó sobre la mesa.

– ¿Qué quieres? ¿Qué… es lo que vamos a hacer? -Los ojos se le habían llenado de lágrimas. Even volvió a ponerla en pie. Kitty susurró-: Ayúdame, Even. No fue teatro… los días a tu lado me encantaron. Mucho más de lo que deberían haberme gustado.-Su mirada vaciló, como si se avergonzara de lo que decía-. No tenía derecho, no debí involucrarte, pero… me enamoré de ti. Quería…-Sus ojos estaban velados de dolor. Reprimió un sollozo y se echó sobre él-. Tal vez tu amor pueda rescatarme de la ruina en la que he acabado -dijo entre susurros contra el pecho de Even.

Even le dio la vuelta y la empujó hacia las escaleras.

– ¿Mi amor…? Tú lo has matado, dos veces.

Kitty soltó un alarido y levantó la pierna herida en un giro dirigido contra la cabeza de Even. Even trastabilló y ella se lanzó hacia el francés retorciéndose para alcanzar la pistola. Even llegó antes y envió el arma a un rincón de una patada.

– Corta el rollo. Estás acabada. -Even la levantó bruscamente-. Ni Simon LaTour ni el resto de la hermandad pueden ayudarte. Ahora estás sola, igual que yo.

– Simon LaTour… -Kitty lo miró, incrédula-. No has entendido absolutamente nada, ¿verdad, profesor?

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