Capítulo 56

De camino a casa se detuvo en un supermercado y compró un paquete de seis cervezas y un rollo de galletas de chocolate; de pronto le habían entrado ganas de comer algo dulce, como si eso pudiera calmar sus nervios. Se sentía más tenso y febril que cuando estuvo en Londres, sin saber muy bien por qué. A lo mejor se debía a todas aquellas preguntas que surgían sin parar en su cabeza. ¿Qué había sido colocado antes: el paquete de Londres o el paquete del apartado de correos? Por lo que había podido ver de pasada en el matasellos, este paquete fue enviado en septiembre. ¿Por qué Mai no lo había dejado todo en un mismo lugar? ¿Sería porque quería minimizar las posibilidades de que alguien lo encontrara? ¿Diversificar el riesgo? ¿A lo mejor aquel paquete contenía los dos folios que faltaban de la fórmula de Newton?

Even aparcó delante de su casa adosada, entró, y cuando estaba a punto de dejar el paquete sobre la mesa del salón, se quedó helado. Algo estaba mal. Se volvió lentamente y echó un vistazo al salón antes de dirigirse hacia el sofá y retirar el cojín de un manotazo. Con un suspiro de alivio comprobó que el sobre con la fórmula de Newton seguía allí. Le dio al interruptor de la luz, volvió a la mesa de trabajo y se inclinó para ver de cerca el borde de un par de folios. No había duda, alguien había estado en la casa. O estaba.

Even se fue a la cocina sigilosamente y, una vez allí, agarró el cuchillo más grande que encontró. Lo sostuvo delante de su cuerpo como un arma mientras recorría la casa de puntillas, inspeccionando todos los rincones. Estaba vacía. Al llegar a la puerta trasera obtuvo la respuesta a cómo había entrado el intruso. Un círculo perfectamente redondo se dibujaba en el cristal, no muy lejos de la cerradura de golpe. El cristal había sido cortado con una punta de diamante, y seguramente lo habían sujetado con una ventosa; después habían retirado el cristal, habían metido una mano y habían abierto la puerta desde dentro. Al abandonar la casa los intrusos habían vuelto a colocar el cristal en el agujero y lo habían fijado con cinta adhesiva transparente. Un trabajo profesional. Si no hubiera descubierto que alguien había tocado algo, es poco probable que hubiese notado que habían manipulado la puerta.

Even repasó la casa minuciosamente, primero para ver si había desaparecido algo, luego para verificar si habían tocado las instalaciones eléctricas, si habían colocado algún sistema de escucha o algo que pudiera causarle problemas. No encontró nada, bien porque no había nada que encontrar, o bien porque era un aficionado; sencillamente no sabía dónde y qué buscar.

Se quedó un momento indeciso con el móvil en la mano, sopesando pros y contras.

– No, voy a hacerlo -acabó murmurando y marcó el número que le habían dicho que jamás apuntara en ningún sitio.

Abrió la puerta trasera y salió al jardín; se sintió ridículo cuando se dirigió al rincón más alejado y se ocultó entre los groselleros.

Una mujer cogió el teléfono y Even preguntó por Jan Johansen.

– ¿El teniente coronel Johansen?

– Sí.

– Un momento.

Un hombre dijo «hola» en un tono bonachón. Even se presentó.

– Soy profesor en la Universidad de Oslo y estuve en contacto con el servicio de inteligencia del ejército y tu sección hará unos ocho o nueve años con relación a un nuevo sistema de encriptación que desarrollé. Traté sobre todo con un tal Dahl-Hansen.

– Sí, sí, lo recuerdo -gruñó benevolente Johansen-. Dahl-Hansen se ha jubilado. ¿Tienes nuevas ideas que quieres presentarnos?

– No -dijo Even, tocándose el tabique nasal-. Cuando en su día me contratasteis firmé un acuerdo de confidencialidad de máximo nivel, me aleccionasteis solemnemente sobre el artículo que regula la traición a la patria o lo que fuera aquello, y me informasteis de la responsabilidad que conlleva un trabajo de carácter secreto como el que yo había desarrollado. Probablemente sea el único fuera del ejército que conoce el sistema de encriptación que usáis, así que es normal que el servicio secreto se preocupara de que yo entendiera la gravedad del asunto. Sin embargo… -Even hizo una pequeña pausa para asegurarse de que el otro le prestaba toda su atención-, también me advertisteis que debía ponerme en contacto con el servicio de inteligencia si alguna vez me sentía vigilado o amenazado, o si me encontraba en una situación que amenazase nuestro secreto compartido.

– ¿Dónde estás ahora?

La voz había perdido el tono benévolo de antes.

– Estoy en casa. Pero sobre todo no hagáis nada precipitadamente. Lo único que quiero es que venga alguien y revise toda la casa para asegurarla contra las escuchas. Alguien ha entrado en mi casa, pero por lo que he podido averiguar no se ha llevado nada. Por eso me gustaría saber si los que entraron en mi casa lo hicieron para instalar algún sistema de ésos.

– De acuerdo. Quédate en casa hasta que uno de nuestros hombres pase por ahí. Llegará en la furgoneta de una empresa de fontanería y se presentará como Finn Poulsen. Estará contigo en una hora.

Even le dio las gracias e interrumpió la comunicación. Se quedó un rato mirando hacia el jardín del vecino, que era pulcro y ordenado, con senderos enlosados entre los parterres, preguntándose inseguro si había hecho bien llamando a ese tal Johansen. Luego entró, llamó al banco y acordó una cita.

Hasta que terminó no se sentó a la mesa con un cúter que previamente había sacado del cajón del escritorio. Con mucho cuidado cortó la cinta adhesiva y desdobló el papel de uno de los extremos del paquete, para así poder sacar el contenido agitándolo ligeramente. Como si estuvieran afectados por la fuerte luz del salón, aparecieron un libro, un par de disquetes y un montón de papeles.

Libro de trabajo para el proyecto Newton, ponía con la letra de Mai en la portada del libro. Even lo hojeó y se dio cuenta de que estaba escrito como un diario; empezaba el 5 de abril de 2004, es decir, hacía un año, con notas del trabajo sobre el libro de Newton, del que Even ya había leído algo. La primera hoja del montón de papeles era una nueva sinopsis, más detallada que la anterior, lo que podía significar que este paquete fue enviado después del sobre que le fue entregado a Kitty. El texto que Mai llamaba Primer secreto aparecía en la misma versión que Even ya había leído. Debajo de éste aparecía el Segundo secreto con el subtítulo: Dios lo es todo.

Even tenía ganas de leerlo en ese mismo momento, pero decidió esperar a tener antes una idea general del contenido del paquete:


· Dos disquetes, uno con el título La vida secreta de Newton y otro llamado Notas.

· Veintitrés folios con notas escritas a mano, las que ya conocía de antes, más algunas nuevas.

· Treinta y dos fotocopias tomadas de algunas páginas de los libros de notas de Newton.

· Seis folios con copias tomadas de libros sobre Newton.

· Un folio con un mensaje enigmático de una línea, justo en medio de la página.

· Quince folios con un esbozo pulcro de Mai en el que recogía lo que quería incluir en la parte documental del libro y lo que utilizaría como condimento para las escenas de ficción,

· Dos folios con palabras en latín ordenadas alfabéticamente y con su significado en noruego.

· Tres folios con glosarios de diversa índole.

· Una copia de una solicitud al King's College de Cambridge, requiriendo un permiso para consultar los originales de diversos libros (la respuesta original a la solicitud, sellada y firmada, estaba enganchada con un clip. El permiso había sido concedido).


Even levantó la ceja, sorprendido. Mai debió de causar muy buena impresión, porque no eran frecuentes esas autorizaciones. Mientras trabajaba en su tesis doctoral, Even había solicitado a la biblioteca de la universidad el acceso a ocho de los libros de notas originales de Newton mientras trabajaba en los Principia, pero le habían denegado el permiso. Le costaba imaginarse que el King's fuera menos restrictivo.

Cuando hubo repasado el material por encima, fue a por una cerveza en la nevera, se llevó el Segundo secreto al sofá y se puso cómodo.

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